Puerta Castillo con la efigie de don Pelayo (Arco de la cárcel, puerta septentrional).
Folio 250
En que se contiene el hazañero hecho, que dos Moros hicieron saliendo de León a dar aviso del aprieto en que los cristianos la tenían, Con lo demás que sucedió, siendo sentidos de las centinelas; y a Cimbro con la hermosa Zafira esposa suya.
Que es ver de esta máquina del mundo, y Las vueltas y revueltas, que va haciendo Que es ver el resplandor de un ser jocundo, Y que en un punto bello deshaciendo, Que subir, que bajar hasta el profundo Nunca en un mismo ser permaneciendo, Que morir por aquello, y alcanzarlo, ¿Y consiguiendo el fin menospreciarlo?
Folio 249 (251)
No vieses de estos Moros el aliento Y brío, con que a España sujetaron En breve tiempo con tan largo asiento, Que de lo alto a bajo la volcaron. Pero luego con discurso violento Por otro nuevo intento la olvidaron, Revolviendo las armas sin constancia No contentos con ella, para Francia.
La permisión divina, pues ordena Con fin que no lo alcanza el ser humano, Romper por esta orden la cadena Que tiene al cuello el término cristiano Pues nuestra España, de los Moros llena Pudo contra ellos levantar la mano Y hallar lugar en tanto desacuerdo Para mostrarse con prudente acuerdo.
Ya Useva de trofeos coronada Queda, con la severa frente exenta, Y el suelo montañés esta esmaltada De sangre infiel, y de ella se alimenta Ya sobre el gran León,el afortunado Pelayo, el grueso campo suyo asienta; Ya hinca estacas, traza alojamientos Y dan las tiendas al batir de vientos.
Pues mirad si son estos desengaños Para entender del tiempo la mudanza Que los aflictivos, dentro de cuatro años Contra el que los siguió vuelven sus lanzas Y así los que causaron tantos daños, Ya temerosos, ya sin esperanza Están cercados y andan con recelo, Hallando estrecho (y con razón) el cielo.
Pues una noche, entre otras que alertando Se iba la ciudad de trecho a trecho Por entre las almenas, acechando Lo que hace el capo, en daño suyo hecho, Al resplandor de fuegos, que humeando Suben a dar al estrellado techo, Se veía en mesa pobre, y abastada Cenarse la pulposa carne asada.
Unos en ricas tiendas, alojados A la lumbre de antorchas encendidas, Otros en pabellones recostados Tienen las telas ante si tendidas; Muchos, al cielo abierto encomendados Cenan las raciones comedidas. Y en enramadas verdes, y barracas Y arrimados a carros, y entre estacas,
Folio 252
Y allí cual abre, descubriendo a plaza El peta-no empegado de la bota, Cual el saco, o barril cestero abraza Con dulce gusto, y atención devota Cual de la boca a la espumosa taza, Y la trastorna, sin dejarse gota, Una vez y otra, y otra en un momento Hasta muerta la sed quedar contento.
Tras esto algunos se aparejan luego A echar sobre las casas el dinero, Y a dar grande atención al vano juego Inquieto y atroz despeñadero; Otros del sueño admiten el sosiego Dulce con que se olvida el dolor fiero, Y los cuerpos de guardia están alerta Mirando que la lumbre no esté muerta,
Entre los Moros fieros, que otearon Atentos esto desde el fuerte muro, En la banda del norte se hallaron con gran silencio y con cuidado puro Dos bizarros mancebos, que guardaron Aquella parte con valor seguro, Y guales en edad y en postura En fuerzas señalados, y hermosura.
Cimbro se dice el uno, otro Zulema, Y aun que dos cuerpos son una sola alma Los mueve y rige en amistad suprema, Sin que este lleve a aquel, de amor la palma Que la centella de uno al otro quema; Y a estar Cimbo en tormenta no halla calma Zulema, por que a entre ambos es la fuerte En bien y en mal común hasta la muerte.
Que el deseo del uno se resigna En él del otro, sin mostrarse frio; Si este se arroja, y por allí camina El que queda no elige a su albedrío, En paz o en belicosa disciplina Juntos estaban sin hacer desvío; Y así ambos a hora se han hallado. Y Cimbro al caro amigo así le ha hablado.
No se que brío en mis entrañas late, Y remueve el espíritu, y lo rige, Que al ocioso deseando no me abate. y con furores ásperos me aflija, Y más que veo, que la diosa échate, Por quien el mar hinchado se corrige, Me a una y espolea, por sus parte Y a grandes cosas más provoca Marte.
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Mira pues dulce amigo, y caro hermano Zulema mio, en esta sombra quieta, Y advierte cual está el bando cristiano Que tanto al nuestro crudamente aprieta; Parecerme que miro, y no es en vano, Que la fortuna se nos muestra aceta, Si mi valor al tuyo corresponde, Y su mudable rostro no se esconde.
Y a veces como se entregan al sosiego y cuales estarán de aquí a una hora, En sueño sepultados muerto el fuego Como quién suerte adversa y triste ignora Lo que te pido, y te suplico y ruego, Que antes que salga la rosada aurora, Y pase esta ocasión, que es oportuna Se pruebe mi deseo, y la fortuna.
El bastimento corto, el sitio largo La gente poca y menos municiones Falto seguro, mucho trance amargo, El muro defendiendo y torreones; Todo cual yo lo sabes no haya embargo Para no ejecutar mis pretensiones; Y a veces que el capitán Zulman procura Favor para tan áspera estrechura.
Yo quiero (pues no ha habido quién se atreva) A mi cargo tomar esta embajada, Y ahora viva o muera, que esta nueva Donde aproveche será por mi intimada. Solo tengo de ir en esta prueba Y solo (si hay en que) emplear mi espada; Y a lo de consentir, que así lo quiera El trabazón de nuestra fe sincera.
Que sentiré en el alma caro amigo Que en tiempo tal te ausentes de tu esposa, Pues sabes tú y lo sé como testigo Que sois conformes, y una misma cosa, Y que contra el francés fiero enemigo No fuimos a seguir la guerra honrosa Por no darle dolor con tu partida Y no partir, con tu partir su vida.
Diciendo esto el gentil Zulema espanta El caso animosísimo intentado, Y a la mesma demanda se levanta De extraño gozo el ánimo azorado, des-cogiendo la vez de la garganta El pecho del temor ya descargado, Del cuello del gallardo mozo, asido No menos, que el gallardo ha respondido;
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Cimbro mi dulce amigo, que ha sido esto, Tan presto te arrepientes de lo hecho? ¿Tan presto te arrepientes de lo hecho? ¿Dolencia, en qué amistad tan firme has puesto? Quieres me provocar a algún despecho, A donde podrás ir que no eche el resto ¿Por ti armado o desarmado pecho? Comienzas lo a ofrecer ya tras te vuelves, ¿Y tan en daño mio te revuelves?
Por que escuadrón (me di) de armada gente Tú valeroso brazo irá rompiendo, Que el mio por su parte diligente, ¿No haga lo que debe, a ti siguiendo? Piensas que de Zafira el pecho ardiente Me irá en lo que te toca deteniendo, Piensas mal, y es mal conjeturado, Que hasta morir me has de tener al lado.
De lo que toca a ti, no hay que tratarme, Cimbro le respondió más que aprovecha, Que el amor que te tengo hace acordarme, Que donde está el peligro el mal acecha; No quieras de esta vez acompañarme, Ni dar a su Zafira tal sospecha; Que dolor en sazón tan importuna Será insufrible golpe de fortuna.
No hay que persuadir me, ni que cansarte El valiente Zulema ha repetido Que adonde fueres he de acompañarte, Hora vaya ganado, ora perdido, Comienza para el caso a aparejar-te, Como ha sido en tu seno concebido, Que no pienso tener, Cimbro brioso, Al hado por padrastro sospechoso.
Ciñó esto diciendo, estrecha mente Al que le está de veras abrazando, Y el juvenil ardor les va igualmente Los dos movidos pechos abrazando. Acabada su guardia juntamente Fueron de esta Zulman, imaginando Remedio en el peligro, en que se veía, Y el animoso Cimbro así decía.
Valiente capitán en cuyo fuerte brazo, y valor estriba y se defiende Esta ciudad de sujeción y muerte, Y de su ventura grave, que la ofrende, Escucha, atiende, y mira de la suerte Que por los dos tu bien se le pretende, Y en ello a ti servicio señalado Si nuestro buen intento me va cerrado.
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Visto nuestro trabajo, y la esperanza Casi anegada, aportillado el muro, Ya puesta al pecho la enemiga lanza Con dañó claro, y el remedio oscuro, Y exceder el cansancio a la pujanza, Y el ya vencido, al vencedor seguro, Todo esto nos incita y nos alienta A dar al general de este mal cuenta.
Para la empresa juntos ofrecemos La voluntad, con obras confirmada, Solo licencia y crédito queremos Pues la noche es al caso aparejada; Que en breve tiempo mucho pretendemos Hacer, hasta volver, con mano armada; Y el premio que por esto darse puede Para la ufana vuelta se nos quede.
Jóvenes valerosos cuyos pechos Con justa causa, y belicoso intento Se mueve hacer un hazañero hecho Propio de vuestro altivo pensamiento, Que os será honor, y a la ciudad provecho Ahora puesta en tanto detrimento La licencia os concedo, y la ventura De la quien puede en esta coyuntura.
Para que vaya, y favorablemente Os deje declarar, que al regio nido Lo estrecha tanto la cristiana gente, Que queda a punto de ser ver perdido, Mostrando en los combates tibia frente, Por que faltan las fuerzas y el sentido; Y referid, el murmurar que escucho De que se den tan poco, por lo mucho.
Que dentro de los muros soberanos Estuvo inclusa y viva la esperanza Que alimentó gran tiempo a los romanos, Hasta caer del todo su pujanza; Y aquí los Godos con potentes manos Pusieron nuestros triunfos en balanza, Y aquí donde siempre residió Bellona Silla piensan poner cetro y corona.
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Que mire el general, y considere La importancia de él y ya conservando; Y que si por desprecio permitiere Perder la, es dar escudo al fiero bando. A donde si una vez los pies metiere Y queda su distrito señoreando, Querrá, y no podrá volver a ella Y será en vano suspirar por ella.
Estas razones dijo el africano, Y por donde han de ir entre ellos se concierta; Y amonestándolas con juicio sano Pasen, quietos por la vía incierta; Y después de esto con su propia mano Abrió del norte la barreada puerta, Y estando de mil Moros rodeados Fueron por ella con silencio enviados.
Supo las nuevas de lo que pasaba La triste y hermosísima Zafira En lugar del esposo, que esperaba, Por quién sin acostarse atenta mira, Y como esta congoja la estrechaba Entre un frío sudor ora suspira, Ora se asienta, ora se levanta, ora las manos clava, y las quebranta.
Con esta enamorada fantasía, Y la presteza natural, que tiene En un punto, mil cosas revolvía Y a mil acuerdos y sospechas viene. Teme que su Zulema se partió, Y que su puro amor no le detiene, Y el peligro en que va, y el en que queda Sin que uno a otro remediarse pueda.
Esto ha de ser así (dice furiosa) Que se vaya mi bien (¡ay! vida amarga) ¿ A donde quedaré, suerte envidiosa? Como pasar podré vida tan larga Quedarme dejé, ¡oh loca! y, mentirosa Cuando de audiencia la importuna carga Sufrir pensé, de mi Zulema ausente ¿En paz segura, ni en la guerra ardiente?
Pues de mi cuerpo el alma ya se parte Que le sostiene y mueve, es bien la siga Que al todo se ha de sujetar la parte, Por que el amor a mucho más me obliga, No bastará a estorbar lo el fiero Marte, Aunque fortuna adversa me persiga, Para dejar de hacer lo que concibo Pues sin Zulema muero, y con el vivo.
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Dice, y rabiosa una marlota viste Prenda del grato esposo, y bien ceñida Toma un turbante de pardillo triste, Y el oro y tersa frente recogida Camina que la sombra la reviste, Para no ser en tal razón sentida, Y a la puerta se halló cuando se abría Y a vuelta de los dos también salia.
Que la tiniebla, el caso no pensado Dejó entre sus dobleces escondido, Para no ser allí manifestado, Ni de una parte y otra colegido En esto como fuera del cercado Los dos fuertes amigos han salido, Llegan al campo y van por el rompiendo El camino a sus tiempos desmintiendo.
Iban secretamente apercibidos De armas, lo exterior de paz parece, Ajenos de pensar que son seguidos De la que amando sigue, y se enmudece Tan puesta en lo que hacen, sus sentidos Que la sombra su vista no oscurece; Ni pierde las revueltas que iban dando De una parte a otra travesando.
Sin que le de temor la muchedumbre De la tendida gente por la tierra, Ni la que tiene junto a si, la lumbre Entre el sueño y cuidado de la guerra; Ni la congoja siente, y pesadumbre Del tropezar y andar por monte, y sierra; Solo la aflige en tan acerba prueba El alma que delante de si lleva.
Teme, si como espíritu se ausenta, Y de sus bellos ojos se desvía, Y acude la razón, con mejor cuenta, Si en ella en tal sazón alguna había, Que en el corpóreo velo se aposenta, Donde sino es muriendo, asistiría; Y aquí doblaba su dolor la suerte, Ver que amenaza a todas partes muerte.
Por otra banda se le ofrece luego, Que ella también es alma de su esposo, Y dice, a donde me lleva el furor ciego ¿A aventurar un bien, y tan precioso? Cuanto temo que a mí mi vivo fuego, Y a el su esfuerzo y corazón brioso Harán que antes de tiempo se concluya La vida de mi alma y de esta suya.
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Yendo sentida de este sentimiento, Que jamás destrechaba se retira, Volviendo y revolviendo el pensamiento Peligros ciertos que cuidadosa mira Ya que su bien, su gloria, y su contento, Y espíritu por quien vive y respira Pasaba el campo, con fortuna diestra, De favorable se volvió siniestra.
Por que yendo delante cauta mente El atrevido Zimbro caminando Por entre tiendas y armas, carros, gente, Que con gran tino pasa atravesando, Llevo-le el hado arrebatadamente Donde estaban ciertas postas escuchando Tras un troncón de un sauce recogidas, Que se suelen llamar postas perdidas.
La una de ellas, siente que pasaba Casi sin alentar, agazapado, Al cual por las espaldas abrazaba, Y bravo le ha de tierra levantado; Cual hace el fiero lobo que esperaba La oveja, a quien ha el crudo diente echado, Y con ella huyendo va a su cueva Contenta con el peso en que se ceba,
Tal el fiero español al bravo Moro Alzó de tierra, la no lerda planta Guardando, cual Alcides, el decoro Al estrechar de Anteo la garganta, Sin dejarle cobrar aquel tesoro, Con que la vieja madre le levanta Cuando tocaba entre los bravos lazos En tierra el pie, o alguno de los brazos.
Reconoció Zulema el caso extraño, Porque el amigo en tal sazón le llama Y acude a remediar el crudo engaño, Tan a costa de aquel que tanto le alarma, Con intento de hacer sangriento daño Con la crecida furia que le inflama; Más al cerrado, con ánimo constante Otro nuevo embarazo halló delante.
Y fue que tres soldados le acometen Con gran esfuerzo, y no pensada prisa, Y él la da tal a aquellos que arremeten Que su braveza, con la de ellos frisa; Arma, arma, entre los golpes entremeten, Y el que encargado aquel terreno pisa, El arma aviva como va corriendo El ímpetu de Zimbro resistiendo.
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Que viendo el caso acerbo triste y duro, Y lo que importa no quedar sujeto, Va forcejando con coraje puro, Por revolver el encubierto pero; Que a poderlo hacer fuera seguro El buen suceso, en el terrible aprieto; Más ya que en esto le faltó ventura En algo se la dio la noche oscura.
Que como el español, sea quien se fuese Que no hallé su nombre manifiesto, Con aquel peso bárbaro corriese Con fuerte pecho y con paso presto, Y no camino descubierto hubiese Y a tiempos Cimbro le cubriese el gesto Acertó a tropezar y vino al suelo Y las estrellas vio sin ver el cielo.
Pierde la presa, y tan turbado queda, Que no supo de sí, ni donde estaba, Y el preso Moro por la cuesta rueda, Más con presteza tal se levantaba, Que antes que el español alzarse pueda Con el alfanje el alma le sacaba Y el revolver el paso, el esforzado Cimbro, se vio de armas coronado
Y cierto del morir se lanza y mete Por entre todas por pasar huyendo; Más aunque con valor, bravo arremete Por este montón y aquel rompiendo, En vano el triste aquí, y allí acomete, Que sin le aprovechar, sangre vertiendo Vino a quedar, por los contrarios fuera Cual fiero jabalí de los monteros.
Zulema en tanto siendo acometido Por los soldados, aunque el arma suena, No su valor va punto ha desmentido, Ni de su Cimbo la crecida pena, Que con los tres de fuerte ha combatido, Que la tierra quedó de sangre llena, Y tan valiente el Moro se ha mostrado, Que dejó el uno muerto, y otro estropeado.
Y el que quedaba huyendo se retira De la tormenta que le sobreviene, Y el bárbaro arrogante tras él tira, Que al caro Cimbre, en la memoria tiene Y así iba ciego, cuando su Zafira Que el pensamiento solo en él detiene, O por industria, miedo, o por ventura A ir cave su espeso se apresura.
Folio 260
Viola, y mirando el traje, que llevaba Por el cautivo Zimbro la ha juzgado Y sin más dilación tras ella echaba Contento de pensar, que se ha librado, Mueven los pies, la lengua muda estaba Y el río de Torío atravesado Suben la cuesta al sesgo por la orilla Y libres van la vuelta de Mansilla.
En esto ya por el balcón de oriente Se muestra aurora, con rosada cara, Derramando la sombra hacia el poniente Con fresco viento y con su lumbre clara, Cuando, mirando atento, vio presente El bello bulto de su esposa cara Ocupar del perdido amigo el puesto Cansado el cuerpo, y tras sudado el gesto,
Quedó confuso entre el pesar y gozo, Y entre el ver y no ver turbado el pecho; Y así le toca el alma un alborozo Que se alegra y no alegra en tal estrecho. Dice, que es esto donde el gallardo mozo, ¿Zimbro, con quien venía, qué se ha hecho? ¿Más qué digo? estoy loco, que pregunto ¿Teniendo aquí su bien, mi alma junto?
¡Oh caso estraño! que a Zafira veo Que en la real ciudad deje cercada, Y en vez del claro Cimbro la poseo En disfrazado hábito mudada. Como ha sido esto, sin de mi deseo, Quien a tu compostura delicada Dio tanta fuerza e infundio tal brío ¿Para tierra correr, vadear el río?
Más hay que este no es tiempo de saberlo de mí Pues Cimbro es muerto, a quien seguirte Aunque al cuchillo agudo ponga elevado Por que no muero ya con el que atiendo No ha de poder ninguno defendedlo, Que a lo que debo cumpliré muriendo, Porque no diga el enemigo crudo Que no hizo Zulema lo que pudo.
Por esa boca de rubís te juro Con blancas sendas de marfil bruñido Por tu rostro y cabello decoro puro En polvo ahora y en sudor impido, Que no es de dejarte así, paso tan duro, Que se trabuca y pierde mi sentido; Porque contigo y cual fin que rompo Y nuestro trato conyugal corrompo.
Folio 261
Pero ya ves la obligación que tengo A la estrecha amistad de un tal amigo, Y que en quedar se me el fin mio, yo vengo, El cielo me es de esta verdad testigo, Y cuanto siento el ver que me detengo, Y que quedo sin él, y no le sigo; Juntos salimos; no ha de dar la suerte Al uno vida, al otro acerba muerte.
Vete traidor, Zafira le responde, Que esa no es lealtad, ni Dios lo quiera, Entre los que amarilla muerte esconde El pago de tu yerro ingrato espera, Cual orden ni razón manda, o a donde Se halla, que el esposo romper quiera Con su honra, su rey, y con su esposa En tiempo, y ocasión tan peligrosa.
Dejé por tí a León, pasé la puerta Seguí tus pasos, de tu amor fiada Con fe sincera, y voluntad abierta; ¿Así es mi lealtad gratificada? Que entre enemigos, y en jornada incierta Sola me he de quedar menospreciada, Y puesta a voluntad del que primero ¿Me halle por seguir tu compañero?
Si quiso de vosotros dos el hado Que el uno libre con las nuevas vaya, ¿Quieres que con violencia sea forzado? ¿Es bien que un yerro grande otro contraía? El paso vuelve, y sea encaminado, De suerte que provecho alguno traía. El darle por el pueblo Sarraceno, Pues pende su remedio en tu camino.
Diciendo estas razones a Zulema Con ojos vengativos contemplaba, Los cuales desviaron de su tema Al que ya de ellos, y ella se apartaba, Que vergüenza y amor el pecho quema; Y así con su Zafira concordaba, Y a pedir el socorro mueve el paso; Más de él, ni de León, no se hizo caso.
Esto dejando y la ciudad metida En confusión, y el campo ardiendo es saña Susarón a su cumbre me convida A quien la sangre infiel hasta el pie baña, Donde la argollana gente recogida Con grande esfuerzo se retira, y maña, Cuando la sombra de la noche vino, Que les fue gran favor, en su camino.
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Apenas libres sosegaron, cuando Dieron con ellos treinta denodados Mancebos montañeses, que saltando Vienen por los peñascos des usados; Y en su afrenta y trabajos platicando Y cuan mal de los Moros son tratados, Los dejó hasta otro canto, que este es largo, A donde de heroicos hechos me descargo.
Como habiendo se retirado los argollanos montañeses, que con los bárbaros pelearon en la peña de Susarón, encontraron con ciertos montañeses de la tierra, que les dieron aviso del valientísimo capitán de Nuanca; y de la suerte que juntándose con él pasaron algunos años contra los bárbaros, que los perseguía hasta darse la famosa batalla de Remolina; Con el suceso que tuvo, y lo que después de ella Porcio de Minerva y Florios hicieron.
Nadie de hoy más a murmurarse atreva Y juzgue al sexo femenil mudable Que es el vulgo ignorancia, la que lleva Tras si esta opinión irremediable; Que muchas, y no una sola prueba Vemos de su valor firme y estable, Ganando en claros hechos mil despojos, Si se quiere mirar con buenos ojos.
Folio 263
Más muestra libertad mal fulminada Es la que su virtud mancha y estraga, Y la intención al mal siempre inclinada Juzgar a su elección, solo se paga, Mire la lengua libre y desarmada. Que es a nosotros mengua, y a ellas plaga, Del pérfido mordaz como corrompe Su clara fama por donde osado rompe,
Y hallará por una que haya errado De buenas un convento soberano. Y quien juzgare soy apasionado Meta en el seno la desnuda mano, Y podrá ser quedar desengañado; Ni nadie en lo que importa sea liviano, Pues muchas enriquecen de oro ufanas El orbe con su ser lleno de canas.
Más dejado estas cosas, por que entiendo Que el que es noble ha de usar de su nobleza Pues, en efecto el ir las ofendiendo Con mal intento es acto de vileza, Ved si fue bien Zafira respondiendo A su mucho valor, con su firmeza, No estimando la vida, ni el reposo A trueque de seguir su dulce esposo.
Ya dejé juntos con los Argollanos Los treinta montañeses que atrás dije, Que corriendo venían con los pies livianos Y forzoso temor que los aflige, Que habían con Moros las valientes manos Jugado la arma, que cada uno rige; Y entre ellos trajo un hijo allí la suerte Del capitán de Nuanca varón fuerte.
El cual con la más gente belicosa Que juntar pudo, se metió a la sierra, Sabiendo la venida temerosa, Que había de hinchir de bárbaros las tierra; Y e n una cueva y otra más fragosa, Acomodados sitios para guerra, De trigo y bastimento abastados Retiró las mujeres y ganados
Y con altivo intento y muy honroso, De que cada uno libertad buscase, Por aquel hijo suyo valeroso Quiso que en las comarcas se intimase; En cual con brio ardiente y generoso Los más tímidos pechos inclinase A buscar libertad, la cual se alcanza, No perdiendo sin tiempo la esperanza.
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Partiendo pues ordenada la fortuna Que perturba le su jornada quiere, Antes que vaya contra la importuna Tribulación, que a todas partes hiere Que cantidad de bárbaros a una La juvenil cuadrilla, a un laso espere; Más ni los unos ni otros no bastaron Pues libres de sus flechas se escaparon.
Tratando cerca de esto las razones, Y aquello que al propósito más toca Uniformes halló los corazones De los de Susarón, fragosa roca, Que por venganza claman los varones Venganza el corazón pide, y la boca, Venganza anuncia, y bravos van mostrando Que han de ir cruda venganza ejecutado.
Desvían pues el paso a la canalla, Que por Boñar cual dije hizo su entrada Que no había fuerzas para contrastarla Ni ser en llano término esperada. Y así, como quien sufre, siente y calla, Y aguarda tiempo en que emplear su espada, Juntos en uno a nuestros forajidos Fueron por su distrito divididos.
Pues como en esta tierra sucedieron A la cristiana gente congojosa Los bárbaros, los valles se cubrieron De armas, ruido, y rabia corajuda; Y en los peinados riscos donde vieron Sitio aplicado, y parte peligrosa Fuertes castillos fundan reforzados Como fueron por Libia aconsejados.
Y entre otros muchos que se levantaron Por diferentes partes de la tierra, Los que más fama y crédito ganaron Después en paz, entonces en la guerra, Fueron los que aquel tiempo edificaron Tres capitanes de la gente perra, Que llamaban, Oruz, Salón, y Corvo En guarda suya y del cristiano estorbo.
El fiero Orduz por una parte andaba Terrible, persiguiendo al que es cristiano, El robusto Salón no se cansaba De dar la muerte, al que le viene a mano; Corvo soberbia mente ejecutaba En los que encuentra, su furor insano; De la suerte que aquellos y su gente fiera Talan los montes corren las riberas.
Folio 265
Con los que a paz se daban, paz guardada Tienen con ellos, y el que no quería, Era el seguro flecha enherbolada O el árbol, que de palo les servía Si hoy ganaban los Moros la emboscada Mañana sin pensarlo se perdía; De modo, que muy presto su braveza Volvía con la mano en la cabeza.
Cuando en los altos riscos se combate, Cuando en el llano, cuando en la espesura, Cuando por los lugares recio bate Fuego rabioso, y negra desventura; Cuando este por aquel se da en rescate, Que allí no hay poseer suerte segura; Por que el Moro que más soberbio vive La muerte que metes esa recibe.
De esta manera, por algunos años Se conservaron, con pesada vida, Y muertes crudas, t terribles daños Graves trabajos, hambre no creída Tocando tan en lleno estos extraños Efectos, en la gente perseguida Que de todo placer viven ajenos, Que al fin siempre lo más priva lo menos.
Más en tan grave mal dura estreche-za. Que no propio lugar se conocía, Venció un gallardo brío a la tristeza Y al concebido miedo la osadía. Sabiendo se el valor y fortaleza Con que el real Pelayo florecía, Restituyendo con heroica mano El oprimido término asturiano.
Que de los Moros, que venían huyendo, La nueva verdadera se ha sabido, De que viene el rey ínclito venciendo, Y que Alcama y su gente ha destruido. Los bárbaros, medrosos esto oyendo La esperanza el temor se la ha abatido, Y un freno a la arrogancia se les echa Que a quitarle, el coraje no aprovecha.
Resucita la gente aniquilada, Que andaba titubeando a la fortuna, La una de la otra derramada, Que huye una ocasión, y otra, importuna. Vibran la lanza, mueve se la espada, Anda la junta, al presidir la luna. Con vivos corazones consultando De la salud que el tiempo va anunciando.
Folio 266
En un famoso monte peregrino A quien trescientos y setenta valles Rodean, cuyo nombre es Pardomino, Con otras tantas fuentes, en sus calles Regando van con espeso cristalinos, Sin que pueda la luz del sol tocarles Por las plantas que en él sacude el viento A donde jamas tomó pica-za asiento.
Aquel valiente capitán famoso De Nuanca, que siempre mostró el pecho En el pasado tiempo trabajoso, Al bando crudo sin mostrar estrecho Con rostro firme y seno valeroso, Olvidado del mal viento el provecho, Que entre tanta fatiga se mostraba, A aquellos españoles esto hablaba
Pues nunca os vi varones valerosos En la terrible desventura nuestra Tibios en pelear, ni perezosos De arrebatar las armas con la diestra, Ni de sufrir cantados los furiosos Golpes, que la fortuna dio siniestra Que tengo que deciros, sino apreciarme, ¿Que vuestro gran valor basta a esforzarme?
Yo quiero animar a esfuerzo tanto Será dar agua al mar y brío a Marte, Solo os presento en medio del quebranto Que pasamos, siguiendo su estandarte, Que ya los ojos y ánimo levanto A más segura y conveniente parte, Y cuando yo del todo oscurecía Vuelve a salir el sol, despunta el día.
Nadie se acuerda de la noche grave, Que noche ha sido el tiempo atribulado; Nadie con el dolor y afán se acabe, Hasta recompensar el mal pasado; Nadie deje de echar firme la llave A la ancha espada y hierro acicalado, Que aunque lastima el mal, después conecta Cuando a salvo del mal, se da la cuenta.
Y aunque hayáis visto que fortuna infama Contraria a la nación de España ha vuelto, Cebada en extirpar la ley cristiana Que de lo alto abajo la ha revuelto, Ya vuelve el rostro, y a fe muestra ufana, Corrigiendo el furor que andaba suelto No oís las nuevas, no escucháis el ruido ¿De que el bárbaro bando va vencido?
Folio 267
Mirad la confusión, y el gran desmayo, Que en esta gente vil descubre el gesto, Después que el valeroso rey Pelayo Su favorable hado ha descompuesto. Ahora es tiempo para que el ensayo, Que en las pasadas pruebas hemos puesto, Con grande furia y hervoroso pecho Mostremos a este fin haberse hecho.
Doscientos montañeses bien armados Expertos en las armas, y el la tierra Nos hallamos aquí, al trabajo usados, Y a las revueltas de la cruda guerra; Demos en estos perros desmandados Que con el vil temor que los aterra, Muy presto pienso ver como se ordena Su destrucción, y nuestra suerte buena.
Diciendo estas razones un herviente Murmullo por entre ellos lleva el viento, Testigo fiel del ánimo valiente, Con que aceptan aquel razonamiento. Y comenzando Febo reluciente A descubrir al orbe su ornamento Bajan de Pardomino hacia Nuanca Dejando de esta vez la vega franca.
En las escaramuzas que travesaron, Hechos famosos cada cual obraba; Ganan a Castilverde (Valdecastillo), y derribaron El muro fuerte que lo rodeaba; Tantos reencuentros al fin ganaron Y su fama y valor tanto volaba, Que infundio en los cristianos confianza, De ganar libertad, por su pujanza.
No solo a los que andaban forajidos Por peñas, riscos, y secretas cuevas Más los que a paz estaban reducidos Provocan a mudanza aquellas nuevas; Y con la nueva sombra revestidos Se animan a intentar extrañas pruebas, Sacando de las pérgolas humosas Tostadas lanzas y armas escabrosas.
Que con destreza y mañas escondidas En semejantes partes las tenían, Sin ser de aquellos bárbaros sentidas Porque pena de muerte les ponían. Pues de esta suerte a aventurar las vidas Van por la libertad que pretendían Y en breve tiempo gente se ha juntado Que el valle de Nuanca fue ocupado.
Folio 268
En cual parte de ti montaña fiera Dejó de hallarse en esta guerra gente, Siguiendo ufana la feiliz bandera Del de Nuanca capitán valiente; Quien me informase, y diese verdadera Noticia ahora al caso conveniente, Para explicar en suma cuales fueron ¿Los que a tan justa empresa se movieron?
Los que primero vienen con paveses Y de pequeñas astas se arrearon Los feroces y bravos montañeses, Que las cuevas de Armada conquistaron, Y los del fértil Lillo, que atravesaron Mil con valiente pecho contrastaron, Con lanzas largas, y al siniestro lado Broquel, de acero en torno tachonad.
Salió del hondo valle de Ferreras De los Ferreras escuadrón lustroso Cuyos cuerpos guardaban gruesas cueras De ante, para defensa provechoso, Agudos dardos, y ballestas fieras Con pasadores en carcasa peloso Eran las armas de que van armados Con morriones de cintas coronados.
Vinieron de otra parte divididos Los que alimenta el río Cornerino De Valdoré, y los que oyen los bramidos de Gusente e Isova (Isoba) su vecino Lagos, que con el viento embravecidos hacen un ronco estruendo de continuo, Con un bajar de olas hasta el suelo Y otras veces subirlas en el cielo.
Pues no faltaron en aquel alarde Los que miran la cumbre levantada De la sierra de Liévana (Liébana), donde arde El sol cuando es la nieve derribada, Y de donde los a caballos hacen tarde Gran gente de armas vino rodeada, Con los pastores rústicos que invernan En sus agujas, el fragoso Cuerna.
No corta y ancha espada traen ceñida, Ni usan la ballesta peligrosa Ni la acerada túnica lucidas; Pellico al hombro si, y honda cerdosa Y los que el valle de Cervera anida (Vegacervera) Vieron, gente brava y belicosa, Con pocas armas, largos los cabellos, Sayos con puertas, y escotados cuellos.
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También en esta parte Porma enviaste De tus vecinos una muestra bella, Y con los de Curueño los juntaste De quienes ya apenas parecía centella, Y el oprimido ánimo alentaste Resucitando la mortal querella Para venganza, porque el sentimiento Vivo estaba en el alma y pensamiento.
Entre esta gente el bravo Canioseco Florios y Porcio juntos se hallaron, de cuyas obras hoy retumba el eco ¿Qué del oscuro olvido se libraron? Cada cual embrazado escudo hueco Al brazo tiene, y cotas que ganaron, Con morriones fortísimos crestados De la bárbara sangre matizados.
Por otra parte altivo se mostraba Con sus siete hijos el Nuanca fiero, Que a cada uno de ellos adornaba Al cuerpo malla, a la cabeza acero. Con pavés largo el padre campeaba Todo cubierto de amarillo cuero Y una nudosa lanza ensangrentada Tiene la mano, en guerra ejercitada.
Vino el que dió la muerte al Getacino, Que el Getacino le decían cristiano, por haber matado al bravo Sarracino Al pie del Susarón con fuerte mano; Sirve le de espaldar y peto fino Y de morrión forjado, a lo italiano Un grueso y seco cuero de venado Sobre otros siete cortes asentado.
Pues luego que esta gente estuvo junta Marte alentando al hazañero hecho Les pone en el buscar los Moros punta Con belicoso hervor, ardiendo el pecho. El bando perro, que su mal barrunta Ya teme, ya rehuye, ya se halla estrecho Ya deja el campo que ganó en la guerra, Ya ni en castillos fian, ni en la sierra.
Y da más ocasión a aquel medroso Efecto, que por ellos va corriendo, El mirar sin color, y presuroso Paso, venir los bárbaros huyendo. El fiero Oruz en testo, y el furioso Corvo y Salón se iban rehaciendo De multitud de la canalla fiera Llamando en su favor al gran Morquera.
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Porque temiendo el peligroso caso De haberse aquella gente rebelado Pretenden el romperla en campo raso, Antes que su poder sea reforzado Y después de esto desviar el paso Al fuego que Pelayo ha levantado. Que ya tocaba el humo a las espaldas De aquellas cumbres, y fragosas faldas.
Salen con este intento, y va buscando Los nuestros la canalla sarracena, Y cuando Febo sale rutilando Llegaron a la Vega Remolina; Por la cual ya nuestro cristiano bando Con mucha prisa, y corazón camina, Hasta que el leve paso se asegura Para entregarse a Dios y a la ventura.
Los unos a los otros descubriendo La sangre les enfría el temor ciego, Y esta vileza el brio sacudiendo Baja exhalando por las venas fuego, Y un confuso gritar el aire hiriendo Los Moros parten, con estruendo luego Con cantidad tan grande, que cubrían La estrecha vega y cumbres que ceñían,
Y en un montón espeso por lo llano Iban los más expertos en la guerra; Por otra banda el número cristiano Con más concierto, y menos gente cierra, Dardos blandiendo y lanzas, en la mano Pisa feroces la nativa tierra, Y con las gafas otros las ballestas Muestran a punto con sus jaras prestas.
Llevan los ballesteros por los lados Contra las flechas del contrario puesto; Los pastores quedaron apartados Pasado el río cerca de un recuesto, Y los gallardos, y más bien armados Montañeses, donde estriba todo el resto, Por medio se arrojaron, donde se halla La fuerza y corazón de la batalla.
He aquí donde comienza aquella gruesa Nube de tiros, por el aire enviada, A desgranar, con tan terrible prisa, Que no hay hombre seguro en la rociada, Y al contrapaso hace trenza espesa Que da sombra a la tierra alborotada, Quedando a cada parte derribados Muchos cuerpos en sangre revolcados.
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Barajados a estos con aquellos Con horrísono son sin orden anda La onda poderosa que a traerlos A una parte y otra se desmanda; Como, cuando en tendidos campos bellos Donde hay de trigos espigosa banda De aquí y de allí concurso violento La lleva y vuelve el reforzado viento.
Comienzan, sin deber-lo, a dar el censo, De negra sangre al enturbiado río, Y el coraje y furor, que reina intenso Los hiere, rompe, y mata a su albedrío. Bellona cruda con vigor intenso Mueve su azote y da potencia al brío, Para que traspasados con heridas Mortales, rindan con dolor las vidas.
Cual del hermano la cabeza mira Del tronco caro sin sazón cortada, Y cuando bravo a la venganza aspira Quedar la diestra de los pies hollada; Cual atropella al padre, que suspira A dar del alma con furor quitada, Y al mismo tiempo de dolor cubierto Caer sobre el paterno cuerpo muerto.
Yerro seria y no encarecimiento, Querer en violencia tan extraña Particularizar el muy sangriento Furor, que aquella Vega en sangre baña; Y así cuanto decir puede mi cuento Es linea que señala a nuestra España Un poco de lo mucho que ha escondido El largo tiempo, y el oscuro olvido.
Allí el mortal trasunto esta presente De la pálida muerte tenebrosa; Allí no hay ver sino turbada frente, Y emplear lanza, o daga peligrosa. Suenan las armas retemblando el diente Con rabia cruda y vista temerosa; Y en tan funesto y espantable estrecho Crece el trabajo, aumenta la se el despecho.
Que el bravo Oruz andaba con Morquera Y el valiente Salón, y Corvo fiero Rompiendo juntos por cualquier hilera Largos paveses, y templado acero; Y cual si fuese regalada cera Cortan el más cocido y duro acero, De fuerte que es el terror de los cristianos, Ver los crueles golpes de sus manos.
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Más ni por este, ni otro crudo encuentro Se sobrepuja la enemiga gente, Que no hay estrecho, muerte, ni rencuentro Que al de Nuanca turbe el brío ardiente; Porque dando almas al oscuro centro Y avergonzado al que cobarde siente, Anda, anima, pelea y solicita, Que no el mandar a la obra inhabilita.
El bravo Canioseco, y Getacino Destruyen fieros la canalla perra; Los siete hermanos por donde van , camino Abren, sembrando bárbaros la tierra; Pues Porcioy Florios con feliz destino No hallan rostro firme, a donde se cierra, Que su poder y áspero denuedo En unos causa muerte, en otros miedo.
Y así aprietan la turba renegada Con tal valor, y tanta fortaleza, Que aunque en número era aventajada Comienza a dar señal de su flaqueza, Y a retirarse aprisa amedrentada En ver de los contrarios la braveza, Sin que a fortuna Oruz ni Corvo pueda Ni el gran Morcuera detener su rueda.
Los cuales y Salón desesperados Con otros Moros de alto pensamiento A los cristianos hieren denodados Haciendo en ellos bravo rompimientos, Y de muchos que han sido derribados En este arrebatado movimiento Fueron tres hijos de los de Nuanca Sin dos que la contraria suerte manca.
En esto una cuadrilla de a caballo Por el río hacia el monte se ha metido, Y comienza con prisa a atravesar-lo, Que de los nuestros grave daño ha sido; Y sin que baste fuerza a contrastarlo El curso han de las aguas reprimido Con cuerpos muertos de ásperas heridas Que buen agua y reembolsaban vidas.
Alentada con esto la canalla Torna a pelear con animoso pecho, Renovando se la áspera batalla Se mejoraron del pasado estrecho, Rompiendo escudos, desguarnecen malla, Y el más grueso pavés queda deshecho, Sin que resistan lanzas ni ballestas En contra de los firmes rostros puestas.
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Viendo tal daño el capitán hispano Y de sus hijos la furiosa muerte, Con paternal dolor alzó en la mano De fresno la nudosa lanza fuerte, Y tira un golpe con furor infamo Al bravo Oruz, del cual al punto vierte Por donde se le abrió la honda herida Con rabia horrenda, el alma embravecida.
Saca la lanza envuelta en muerte fiera. Y vuelve la a esconder en las entrañas De aquel pujante bárbaro Morquera, Cuyos golpes atruenan las montañas, Enviando el alma a la infernal ribera, haciendo bascas al partir extrañas, Y el cuerpo roto en él sangriento manto Quedó, causando a un muerto gran espanto.
No paró aquí la lanza, que engastada En Corvo por los lomos ha quedado Huye, y la tierra que es por el pisada La baña el rojo humor que es destilado. Sigue le el capitán con vista airada El vengativo brazo levantado Y a cada paso más se embraveciendo Así con ronca voz le va diciendo:
Vuelve, no huyas bárbaro medroso ¿A donde entiendes acogerte triste? ¿Piensas librarte de este fin furioso Sin pagarme la sangre que vertiste? Engastaste cruel facineroso, Que no te ejemplarás del mal que hicisteis, Aunque subieses a la quinta esfera, Con largas alas, y compuesta cera.
Diciendo así, sobre él blandió la lanza, Y Corvo que su mal tan cerca vió, Pide favor faltando le pujanza, Más nadie le socorre aunque es oído: Y viendo el miserable que le alcanza Revuelve el rostro de temor vencido Por defenderse, con horrible ceño, Más no cuanto hacer pudo todo sueño.
Porque la lanza en alto levantada Contra el dulce vivir llegó bramando, Y por el grueso cuello atravesada Salió de la otra parte coloreando, Y antes de ser el ánima arrancada Para salir estuvo titubeando, Y al cabo sale por de más en lleno El curso negro cubre aquel terreno.
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Cayendo el cuerpo del gran Corvo en tierra Cayó de aquellos Moros la osadía, Declinando victoria en tanta guerra Del todo a la cristiana compañía. Salón quiso acogerse a la alta sierra, Más Porcio que lo vio le perseguía Y habiéndole alcanzado, le acomete Y audaz la espada por la sien le mete.
El bravo Canioseco destruyendo Va por su parte con la espada tinta En sangre hasta la mano, y discurriendo Con crudas muertes la canalla quinta. Florios no cesa, mortandad haciendo Que en vida ardiente, clava muerte pintas, Lo mismo a los caballos acaece,Que ya su buen suceso se enmudece.
Porque a este mismo tiempo los pastores Que estaban puestos hacia aquella parte, Salen con vocerías y clamores, Turbando bravos su propicio Marte; Que al rastrallar las hondas, los furores De los caballos refrenaron de arte, Cual le rompe la pierna, a cual arremete.
Que el horrible furor y batería, Con que se daba la inoportuna carga Los estallidos y la vocería Y el resonar las piedras en la adarga, Les confundió su fuerza y gallardía De suerte que llevaron muerte amarga Por los contrarios, que muy poco antes Pasaban por sus hierros arrogantes.
Al fin todos los bárbaros abiertos Se arrimaron al monte Pardomino Que los más pasos todos son inciertos Y no hay a su elección buscar camino; Porque a la entrada fueron tantos muertos Con la fiereza que sobre ellos vino Que por aquel suceso ensangrentado La collada de muertos se ha llamado.
Viéndose el de Nuanca altivo y fiero Quedar señor del campo y la victoria, Dijo(por decir rey) ora rey ero, Rey ero dijo, en voz alta y notoria, Dando principio al nombre de Riero (Reyero) Con fama eterna de inmortal memoria: Como lo dio a Getinos Getacino, Y a los Cansecos Canioseco digno.
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Pues rematando el cuento y la batalla, Digo que entre asperísimos collados Cien mil trofeos Remolina calla, Que fueron en su seno sepultados. Morriones, flechas, dardos, lanzas, malla, Alfanjes, petos, y arcos quebrantados, que aún en este tiempo se han hallado Cuando rompía la tierra el corvo arado.
Que ya arrancó la reja y echó fuera Reliquias de la adarga consumida, Y mostró parte de la espada fiera Con la dorada espuela allí escondida, Yen memoria del arco la empulguera Con la nerviosa cuerda ya podrida, Y en el lugar más alto y pedregoso El viejo escudo y tahalí mohoso.
Después de esta victoria conseguida Florios, y el bravo Porcio de Minerva Sabiendo de Pelayo la venida Sobre León, y su canalla acerba. La próspera fortuna conocida, que ya de parte suya se conserva, Se alientan a mostrarles sus arneses, Con otros muchos fuertes montañeses.
Del Valle de Nuanca se han partido Ahora del Riero intitulado, Y sin contrario estorbo haber tenido En famoso asiduo se ha hallado, Después de que los dos Moros, con ruido Y armas habían el campo alborotado. Más para el fin del caso que se ofrece Cobrar favor y aliento me parece.
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Como el rey don Pelayo volvió a ganar del poder de los Moros la ciudad de León, con las grandes cosas en armas que sucedieron en el postrero asalto; y lo demás que al rey de ánimo entrado dentro de la ciudad, entregándose las armas y blasón de ella; en la que se corono. Refiere-se lo que más le sucedió hasta su muerte. Y tocan-se sumariamente las cosas que sucedieron a los reyes de León, hasta don Ramiro primero de este nombre.
Horrendo morador del fuego eterno, Que de ángel en demonio se trocaste Y contra el ser de aquel divino terno Tu me-sino criador, te rebelaste, Para precipitarte en el infierno A donde en mazmorras triste quedaste, Sin resplandor, sin bien, sin alegría, Perdida la suprema hierática.
Pues desterrado de tan alta parte Bajaste a horrible cárcel triste y dura, Porque allí no rompiste tu estandarte ¿Y te quedaste en la tiniebla oscura? Porque alentaste, di, el furor de Marte Y el rencor, que la paz paz desasegura Moviendo furibundo, y revolviendo La redondez que el mundo va ciñendo.
Y pues se sobre el término estrellado, A donde a soberbia no se admite asiento, Fuiste con tus ministros derribado, Quedaste en horror, pena y tormento, Sin que salieras de ambición armado Al claro sol, con tu daño intento, Yendo del viento, máquinas formando, Que los más van tus templos venerando.
¡Oh fiera plaga, desventura grave!, Insaciable sed jamás templada, Inexhausto furor, a quien no sabe Huir la ola de tu vela hinchada; Que es ver a quien tu tocas que no cabe, Ni en la región ardiente ni en la celada, Sino que intenta cosas sin recelo Contra el hado, fortuna, infierno, y cielo,
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¡Oh templada humildad!, clara y perfecta De la pura razón limpio minero, Que despides lo malo, es bien se acera Y guardas de justicia el santo fiero, Que así como Pelayo la receta, Y los cristianos, contra el bando fiero, Echó raíces hondas en la tierra, Para vencerla en descubierta guerra.
Pasada pues el arma, que tocaron Los que Zulema y Cimbro descubrieron, Que muerto de los dos uno dejaron Y el otro se libró, que no lo vieron, Quietase el rumor que levantaron, Y la gran turbación que recibieron, Pensando que sin duda socorrían Los Moros la ciudad, que pretendían.
Y por mostrar a la ciudad, patente Del mensajero la infeliz salida, Cortada la cabeza fue pendiente En una larga lanza, y conocida. Muchos el suceso miserable siente La bárbara cuadrilla, recogida Mirándola en el hierro sanguinosa Marchitada cual ya cortada rosa.
Pero con todo aquello se procura Sustentar la ciudad, que está apretada; Y esperan que Zulema por ventura La tendrá, de llegar con su embajada. Más ya esta pretensión era locura, Aunque está la canalla confiada, Que no habían de poder cristianos tanto. Tras el pasado y áspero quebranto.
Más viendo el gran Pelayo cuanto importa. La brevedad en caso tan dudoso, Dando prisa a la obra el cerco acorta Con un asalto y otro riguroso; Y viendo el tiempo conveniente exhorta A los suyos que den el peligroso Asalto general, donde se había De echar el sello al bien que pretendía.
Tocan las cajas, atronando el mundo Y los Moros gritando a la muralla, Llega el valor que se mostró jocundo Contra la horrenda y áspera canalla, Retemblando la tierra hasta el profundo Centro, que a pique está de desquiciar-la El ruido de armas, y el pisar del suelo, Que roto el aire, sube a herir el cielo.
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Comienza se el asalto impetuoso Redobla se el herir, y el defenderse Con un tropel y otro poderoso, Y un subir, y un caer, y un suspenderse, Y un tomar al encuentro vigoroso Y un para tras por fuerza retraerse, Y volver adelante y mejorarse, Y porfiadamente conservarse.
¡Oh gran León! que desde tu nacimiento Comenzaste a sufrir del fiero Marte Un golpe y otro golpe violento, Siendo a mudanzas firme baluarte; Anima mi confuso y tibio aliento, Para que de esta vez declare parte De los varones que con pecho duro Se señalaron en tu excelso muro.
Si más de los que aquí tocare en suma Fuesen (que si confieso que serían) Nadie de mi intención sana presuma Que lo alcancé, y mis versos lo encubrían; Pues fuera levantar mi baja pluma Con los que ser espejos merecían; Más como ya otras veces me descargo Tropelía a mi deseo el tiempo largo.
Que de todos quisiera hacer memoria, No solo por subir su eterna fama, Sino también por adornar mi historia, Que por confusas cosas se derrama, Cogiendo a trozos de la ilustre gloria Que vive y dura con calor que inflama De nuestros españoles belicosos No menos que tal en tal tiempo venturosos.
En su zodiaco Febo había subido Por más de la mitad del cuarto cielo, Por entre vellocinos escondido Reverberando en el opuesto velo, Aprisa huyendo del furor crecido Que en sangre baña de León el suelo, Cuando duraba en el tesón primero Marte, soplando a todas partes fiero.
Por dos bandas trabando está el combate, por la de septentrión y del poniente, Y la gente que sube se rebate Con piedras, vigas, y resina herviente, Que al que más se señala más le abate Aunque portillo abrir no se consiente, Que si uno cae, el otro se levanta Al muro dando la atrevida planta.
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Aunque el cercado bando se defiende Con más valor de aquel que se entendía, Por el feroz Zulman que los enciende Y anima, a pelear con gran porfía, Más a este tiempo en vano se pretende Cosa que muestre en su salud la vía, Que al bien la cierra el hado que amenaza, Abriendo al mal una espaciosa plaza.
Pues como en un lugar jamas paraba Por acidir al otro que se ofrece, Vió un soberbio español que el muro entraba Estrago haciendo que un león parece, Que bárbaro aquí y allí llevaba Entre los cuales su braveza crece, Rompiendo por aquel concurso Moro Cual suele por confusa turba el toro.
A dos manos esgrime una ancha espada, Y a tinta en sangre que a los codos llega, Deja de cuerpos muertos ocupada La tierra donde el pie brioso pega; Y la muralla en torno descombrada De aquella turba gritadora y ciega, Miró Zulman, y viole estar mirando La fiera destrucción que va causando.
Para él el rostro, el brazo y paso vuelve Con de nuevo de Marte riguroso, Cuando en el quinto cielo se revuelve Para obra altiva, el pecho belicoso, Y en verlo así venir un miedo envuelve El corazón del Moro corajudo, Tal que sin que pudiese remediarse Vio del vivir la suerte revocada.
Que el español gallardo revolviendo Por sobre la cabeza el brazo fiero La cruda espada con furor cayendo Sin que valiese reforzado acero, Por el diestro hombro velozmente abriendo Mostró del hondo pecho lo postrero, Y sin dificultad por tan grande puerta El alma sale de terror cubierta.
Lleno de gozo el ánimo excelente, Y encarnizado con la furia acerba Dijo, ¡oh León!, pues vine descendiente Del antiguo linaje de Minerva, Que a sacar tus cimiento, fue presente, Y el muro levantó, que a un se conserva, Recibe de él esta pequeña ofrenda. Que Porcio de Minerva te encomienda.
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Como por esta parte abrió camino El valeroso Porcio al mismo punto Subió tras él con pecho diamantino Otro valor del que pasó, tras junto Que fuese el bizarro Florios, que un continuo Golpear llevaba, peleando junto Al de Minerva, con estrago esquivo, Mostrando fuerzas de un jayán altivo.
Por otra parte avergonzado, cuanto Lleno de furia y saña corajosa De haberse en el subir tardado tanto Por entre la canalla perniciosa Entra, causando en ella nuevo espanto, La tempestad que lleva impetuosa Un bizarro Vigil noble asturiano, Que deja el muro por donde pasa llano.
Metiese en esto a su fornido lado, Brazos cortando, abriendo corazones, Un capitán famoso que ha expugnado Por fuerza de armas cuatro torreones. Dice a ellos, Vigil, y el denodado A ellos respondió ilustres Quiñones Y de ambos la uniforme voz se entona, Que no les queda a vida allá persona,
Y tras estos varones animosos Que tanto honor a nuestra patria dieron Suben los españoles deseosos, De conseguir el fin que pretendieron. Y si por esta parte victoriosos Y sobre el muro pelear se vieron, Los que por el poniente combatían Con gran grita y ruido el mundo estremecían.
Moje mi boca tu licor parnaso, No sienta de ti musa aquí la falta, Que vuelvo a referir el grave caso, Y deseo tocar cosa tan alta, Que la suba desde el Mauro hasta el Cáucaso, Y a todo lo que más el sol esmalta De suerte que por mi, el heroico hecho No pierda según fue de su derecho
Andando pues allí la batería Ruido, furor horrendo, sangre y muerte, Todo revuelto, que la tierra hincha De confusión aquel asalto fuerte, El ínclito Pelayo discurría Con brío ardiente y milagrosa suerte Por una parte y otra peleando, A los suyos esfuerza y armas dando.
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Aquí manda escalar, y allí con mantas andar el follo-so de fatiga hinchiendo, No descansando donde sus reales plantas, Ni peligro mortal le va impidiendo; Antes busca y revuelve todas cuantas Industrias puede hallar, para que haciendo La nueva de ellas con valor constante Pueda quedar en la ciudad triunfante,
Más aunque a todas bandas se reparte El porfiar herir, y el combatirse Donde tuvo el furor la mayor parte Sobre el forzoso entrar, y resistirse, Y andaba echando fuego el crudo Marte, Sin del sangriento estrago arrepentirse Fue a donde estaba una muralla abierta De entrada estrecha, y la subida yerta.
Que el parecer de la española gente Más que por ancha plaza la juzgaba Que su deseo y pretensión valiente Con grave daño suyo la cegaba; Y en cuanto el combatirse crudamente Duraba, y más la rabia se aumentaba Menos por el portillo entrar al muro Pudo ligero pie, ni brazo duro.
En esto un belicoso caballero De clara sangre y pecho generoso Gallardo en paz, y en las batallas fiero, Llamado don Osorio el valeroso, Que andaba allí con corazón guerrero, Señalando su brazo poderoso En el crudo combate que van dando El subir como todos procurando.
Aquella dura resistencia viendo, Y la cristiana gente, que se pierde, El peligro en que estaba conociendo, Aunque del propio suyo no le acuerde, Una gruesa asta sobre la mano asiendo Con reluciente hierro, de fresno verde,Vibrando en alto firme se detiene, Y el portátil escudo, al pecho tiene.
Midiendo atento de lo alto abajo La entrada, con la vista valerosa Sin dar límite alguno a su trabajo, Dio el pecho fuerte a una obra peligrosa, sin temer punta ni tendido tajo, Ni la arrojada piedra monstruosa, Ni troncones y vigas desclavadas, Que sin cesar un punto son enviadas.
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Alza el escudo mueve el pie y la lanza, Y haciendo crudas muertes se ha empinado Lleno el gallardo pecho de esperanza Por el antiguo muro aportillado, Rompiendo a un lado y otro cuanto alcanza Con el lucido hierro ensangrentado. El cuerpo lleva cual segura torre, Que bate el cierzo cuando airado corre.
Y a despecho y pesar de la canalla Que va contradiciendo su ventura, Pisó por la mitad de la muralla Adonde su hecho conservar procura, Que allí rompe de nuevo fina malla Y entrega almas, a la muerta oscura Con tal ostentación que en verlo clava Al que acomete hiere y lo miraba.
Claro varón, que del pasado trago Por la divina orden te libraste, Dando renombre en este acerbo estrago A los que de tu sangre procreaste, Cuan mal tus hechos con mis versos pago Pues casi al viento allí los entregaste, Y cuando diga más, no digo nada De lo que obró tu lanza ensangrentada.
Que a cual el pecho, a cual por la cabeza, Cual por el muslo, o vientre atravesaba, Y a cual por la garganta, con presteza Al tirar de ella muerto le dejaba; Más entre el daño que hace su braveza Que en la bárbara sangre se cebaba Caen sobre él enviados con suspiros Espesas nubes de enastados tiros.
Que unos desbarajustaban del escudo, Y otros hincados quedan retemblando, Y algunos dan al cuerpo el hierro Agudo, Que se va en parte de astas espesando; Otros de aquí y de allí el alfanje crudo Van con valientes golpes descargando Sobre el morrión, que roto y abollado Le queda en las dos sienes ajustado.
De verse así tratar furioso cierra Por el montón de bárbaros espeso, Y envuelto entre ellos bravo los destierra De todo el alto terraplén grueso; Y al trabucar-los en la cruda guerra Cual quebranta las piernas, cual es sexo Deja en las piedras que de sangre harta Y el alma de su estrecho nudo aparta.
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Cayó junto con ellos el potente Y animoso español, más fue su suerte, Que sin gran daño con turbada frente Vuelve a herir y darles cruda muerte; Haciendo plaza valerosamente Con nueva furia, nueva sangre vierte De aquel que cae, y del que se levanta Y del que espera, o mueve a trás la planta.
Iba de esta manera revolviendo Armas y gente, cuando vio la puerta Occidental, y a ella acudiendo Un rumor turbadísimo despierta En los que están sus quicios defendiendo, A, quien la turba que huye desconcierta; Y allí se para, y con semblante extraño Así amenaza al venidero daño.
Y a ya bárbaros, es trabajo en vano De sustentar las armas del destino,Pues este pecho, lanza, y fuerte mano Han hecho libre hasta aquí el camino, Dejad las armas, y mostrar me llano El umbral y batiente ponentino Abriendo puertas y cerrojos yertos, Sino queréis quedar míseros muertos.
Suena la voz y mira con turbado Semblante, la canalla amedrentada, El alto cuerpo y el denuevo airado De aquel por quien ha sido promulgada; Mira se el fuerte escudo destrozado, Y una asta y otra y otra en él clavada; Que más golpes al fin le barrenaron Que en el de Casio Sceva se contaron.
Y en el bazo español la muy sangrienta Asta blandiendo, con razón temida, Más que la de Castrino violenta, Que a cierta y cruda muerte los convida. Este horrendo espectáculo atormenta, Aflige, oprime, y desea destruirla Toda agonía y pensamiento honroso, La sangre helada, y corazón medroso,
Y como el miedo en ellos imprimía Su efecto vil, turbándose el sentido, Ni a más que a lo que presente no atendía El que pensaba ser más atrevido, No se cual mano allí la puerta abría Sin segurar primero su partido Pues le causó la muerte el temor ciego Entrando en la ciudad del todo el fuego.
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Cual así como las puertas se han abierto Dio allí el turbión de la española gente, Dejando lo dudoso por cierto Los bárbaros rompiendo raudamente, Con tan cruel y horrible desconcierto, Que sin poder volver atrás la frente Quedan aquí y allí pedazos hechos, Cortadas piernas, palpitando pechos.
Y pasando la puerta comenzaron Por la real ciudad a desparcir-se A sujeción metiendo cuanto hallaron Que de alto a bajo andaba el confundirse. Los bárbaros cansados desmayaron Sin pelear, y acuden a rendirse; Y las moras alzando entrabas manos, Se dan a la merced de los cristianos.
Entre el tumulto y alboroto fiero. El entrar y saquear a los rendidos Perlas, coral, aljófar y dinero, Aljubas, y almaizares escogidos, El ínclito Pelayo fue el primero Que a la puerta ofreció pasos tendidos Dando con diestra mano y brazo fuerte A una y otra banda acerba muerte.
Pudo mirar de tiros rodeado A don Osorio, que valor mostrando De sangre ajena y propia ha matizado El cuerpo, y tierra por donde va pisando; Y de su fuerza Argoica admirado El servicio que ha hecho respetando Con gran honor mandó que se retire Y por su vida y su salud le mire.
Ya pues que la ciudad entrada estaba Y la cristiana gente victoriosa, Ya que a los vencedores se entregaba La más preciada y reservada cosa. Ya que una y otra casa se allanaba A la furia que andaba codiciosa, Al encuentro al valiente rey salía Una hermosa y nueva compañía.
Que salen de un palacio de alto muro Quince mujeres de semblante bello, No hay púrpura en su adorno ni oro puro, Ni sale el viento en rizos el cabello; Un grueso paño de color oscuro Les es vestido, y el hermoso cuello, Y cabeza también un velo cubre, Que la espaciosa frente no descubre.
Folio 285
Con las manos al cielo levantadas A Dios dan gracias, por el libre estado, Y juntas en el suelo arrodilladas Al rey arnés y manos han besado; Y de su turbación ya sosegadas Levantase una de ellas, que embrazado Un blanco escudo tiene donde muestra El león coronado, insignia nuestra.
Mostrando al levantarse en cuerpo y gesto, A pesar del vil traje, la hermosura única, de que el cielo la ha compuesto, Y el valor que turba su ventura; Y con severa voz, y bulto honesto, Con un volver los ojos con cordura Dice, y al dulce hablar todo escuchaba Cuanto el furioso Marte inquietaba:
¡Oh rey!, a quien el rey omnipotente En tiempo tan adverso ha concedido Domar a la intratable y fiera gente, Cuando más su poder iba extendido, Mira este sexo frágil con la elementalmente Rostro, y corazón enternecido, Que por tantos trabajos ha pasado En aspereza del voluble hado.
Vimos de esta ciudad la lamentable Ruina, y triste muerte de maridos, Las unas, y otras, que la inexorable Llevó hermanos y padres muy queridos. En este fiero trance irremediable, Donde fue todo horror, muerte, y gemidos Libres nos hizo la enemiga suerte Por este brazo tierno, entonces fuerte.
Aquí con más mujeres que no ahora Me vi por mi respeto libertadas, Que han acabado entre esta gente Mora Con inmensos trabajos fatigadas, Sin poseer contento sola una hora, Con un afán y otro quebrantadas En vida pobre, estrecha, y trabajosa, Que no fue en fatigarnos perezosa.
Aunque mientras Tarif aquí su asiento Tuvo, mi libertad me fue guardada, Con gran respeto y blando tratamiento, Y con lealtad en bárbaro no hallada. Partiese presto, y fuese al llamamiento Del gran Visir, dejándome encargada A quien nos estrechaba y oprimía Con ásperos trabajos noche y día.
Folio 286
Cuatro años y aún más hemos sufrido Servidumbre, dolor, pena, y ultage, En tal vida tomando por partido Conservar nuestra fe en tan pobre traje; Y oculto este blasón siempre he tenido, Que un bárbaro quité de gran coraje Insignia de victoria que traía De toda la ciudad que ya se hundía.
Que estas son de León las propietarias Armas que trajo la legión Trajana Que contra el tiempo y sus mudanzas varias Siempre las conservó fortuna insana. Y después las liberté de las corsarias Manos, a quien venciendo quedé ufana Recibid el escudo, pues le ofrece Quien lo expugnó, y a quien le pertenece.
Esto diciendo con honesto brío Del brazo el fuerte escudo desembraza, Mostrando en su sosiego un señorío Y término, que admira y embaraza; Al rey se lo entregó, que sin desvío Con sus brazos ufano el don abraza, Y en el siniestro hombro ha levantado Por armas el León allí desbarrado.
Y a la divina Ana agradeciendo El cuidado que tuvo en reservarlo. Y su famoso hecho engrandeciendo Le prometió y cumplió el ganar-donarlo. Y adelante en el saco procediendo, Digo, para del todo re-matarlo, Que en sola la ciudad, del bando Moro Hallaron los cristianos gran tesoro.
Libre León por pura fortaleza De la pasada sujeción extraña, Luego ha sido elegido por cabeza De la fértil región de nuestra España Y con aplauso y consumada alteza, Y con honor que el universo baña Pelayo en ella adorna su persona Con cetro de oro y la real corona.
Que allí asentó y se conservó la silla Real, de tanto Rey tan poderoso Como crió León, mando a Castilla Con justo fuero, brazo valeroso. Volviendo al cuento dio sobre Mansilla Pelayo, con esfuerzo belicoso La cual ganó, y a Rueda su vecina Que a su poder el bárbaro se inclina.
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Sin que por esta prisa ni otra hubiese En los contrarios orden ni cuidado, Aunque Zulema a voces les dijese De aquellos Moros el caído estado. Y quiso el sempiterno que así fuese, Para soldar en algo lo pasado, Que en la guerra de Francia se cebasen, Y a nuestra España respirar dejasen.
Siguió Pelayo su vencer con gloria Hasta divorcio hacer del mortal velo, Dejando nombre digno de memoria, Fue el alma entronizada allá en el cielo, Y el cuerpo compañero en su victoria Lo cubrió en Cangas un tasado suelo Cantabria lo crió, y allí se encierra, El que a España dio vida, a Moros guerra.
En un profundo mar estoy metido Sin tierra descubrir, a donde mi pluma Pueda admitir descanso, ni el sentido Recogerse por más que lo presuma Con mil hinchadas olas combatido, Donde no se si me alargue, o vaya en suma; Ya veo el sucesor del gran Pelayo Muerto de un oso en atrevido ensayo.
Tócame el resplandor la clara llama Del católico Alfonso rey tercero, Que Astorga, Lugo, Tuy, ganó con fama Que admira, y lo que riega Estola (Esla) y Duero; Y por donde va Carrión, y el Ebro brma Se mostró un Marte con áspero fiero, Y a Pisuerga y a Tormes colorea Con sangre que allí esparce y vaporea.
Hasta el famoso monte Pirineo Tocó la furia de su heroica espada; Y a Braga en Portugal, Porto, y Viseo Dejó con furia inmensa sujetada. Será decirlo todo gran rodeo Y la tierra que fue por él poblada Los templos que reforma y obispados, Y los condes que son por él criados.
pues que si pasó al cuarto rey famoso Su hijo don Favila, que con guerra Allana todo el término escabroso De Galicia, donde en ella bravo entierra Cincuenta y cuatro mil Moros bravoso, Volviendo se luce desamparado, Y orma quedando en muerte revolcado.
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Por otra parte Aurelio se me muestra, En cuyo tiempo, contra el noble bando El vano alzaron la grosera diestra Los que la vieja madre están labrando; Y el vigoroso Silo, a quien siniestra Fortuna, tener paz le va forzando Con los Moros, y vence a los gallegos Rebeldes contra él con rabia ciegos.
Y un casto rey Alfonso esclarecido Que materia me da, más veo primero Al falso Mauregato mal nacido Que del reino le lanza altivo y fiero; Y aquí el cetro y corona ha recibido Y allí a los Moros da el infame fuero Que sobre León puso, en tanto daño Suyo, de cien doncellas cada año.
Tras el suceder el diácono Bermudo, Dejando por el reino el templo santo, Aunque tenerlo pocos años pudo, Por agravarle la conciencia tanto, Restituyendo a Alfonso, lo que el crudo Mauregato quitó con sangre y llanto; El cual volvió a reinar, con nuevo brío Ensalzando su ley y señorío.
Con estas mutaciones convocados Los Moros con Mugay bravo caudillo Van contra el casto rey determinados De destruir el reino, y perseguirlo; Y siendo en Lutos ambos encontrados Con estruendo, que mal sabré escribirlo, De los bárbaros fieros que venían Sin los presos, setenta mil morían,
Materia había aquí para alargarme En tan alto y famoso vencimiento Ypara no tocarlo contentarme, Si este me fuera el principal intento, Y a escribir por extenso levantarme De Bernardo del Carpio el nacimiento, A quien hizo el valor esfuerza y maña Marte feroz de la potente España.
Y así libro a León de la arrogancia Hinchada, del famoso Carlo Magno; Que llamado de Alfonso, invocó a Francia, Para tomar del reino el cetro ufano, Trabucando su brazo la jactancia De Roldán, y el señor de Moltalvano Ganando la clarísima victoria De Roncesvalles de leoneses gloria.
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No contar esta horrenda guerra quiero, Aunque siento en el alma el no hacerlo, Pues otro verso lo contó primero Tratando extensa y largamente de ello. Y pues la redención del seo fuero Me importa más, y el detenerme en ello Paso adelante al ínclito Ramiro Décimo rey, a quien triunfante miro.
De don Bermudo hijo valeroso Ejemplo de virtud, y fortaleza, Príncipe noble, de ánimo brioso, De bello gesto, y suma gentileza, No menos que guerrero religioso Pecho real, amigo de altivez El cual venció con presta y fuerte mano Al valeroso conde Nepociano,
Vuelto a León, dejando ya quieta A Asturias, y sin vista al enemigo, Lo que le da dolor, y más le aprieta En batalla campal dentro consigo Es entender y ver que está sujeta Aun pecho vil y digno de castigo, Su tierra, pues que paga cien doncellas En tributo a los Moros mozas bellas.
De sangre noble la mitad se daba, Y de plebeya gente las cincuenta; Y este tributo torpe se pagaba Con crecido dolor y grave afrenta Desde que Mauregato lo asentaba Por más que la ciudad real lo sienta; Y así lo pagó él y don Bermudo Y el casto rey quitarlo nunca pudo.
Y como deuda lana y conocida Ramiro en la corona sucediendo La centenaria ofrenda le es pedida, Según decirlo largamente entiendo; Porque no ha de ir la pluma recogida, Pues tan heroico cohecho va escribiendo; Que aquí con varios lazos se levanta Y altos milagros, cuento, y armas canta.
Que este es el puerto a donde iba navegando, Sin poder descubrir derecha vía, Con mil varias tormentas vacilando, Que noche oscura a cada paso vía; A quien es a donde surgir voy deseando Con viento en popa y con sereno día; Más para dar principio a lo que quiero De ti nuevo favor mi Dios espero.
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Del gran sentimiento que el valeroso rey don Ramiro primero de este nombre hizo del tributo con que halló el reino de León, de las cien doncellas que se pagaba a los Moros cada año; y del llanto que estas hicieron, sabiendo que el rey Abderramán de Córdoba enviaba a pedirlas, con el consejo que el rey don Ramiro en esto tuvo; después del cual los embajadores bárbaros proponen su embajada, y lo que de ello sucedió.
Cuando la silla ocupa, el cetro y mando Un justo rey, y príncipe celoso De la virtud, el reino no conservando, En paz benigno, en guerra valeroso, Vaya sus días el cielo dilatando Como bien general y provechoso, Cuanto malo y prestigioso el tirano Que usurpa la corona por su mano.
Que un católico rey, que no pretende Sino templar justicia con clemencia, De su valor tan claros rayos tiende Cual los descubre el sol con su presencia. Y el que en sus vicios y arrogancia entiende Con mal discurso, hay hambre y pestilencia, Que más con suma, y más insultos haga ¿Con daño cierto, y con terrible plaza?
Vitiza infausto fue, tal fue Rodrigo, Y sino ha sido así, más desdichado, Pues en su tiempo descargó el castigo De lo que no solo él había pecado; Pero por más cruel fiero enemigo Atroz, y sin razón, desordenado, Bajo, cobarde, vil, y aún disoluto Tengo al que concedió el anual tributo.
Que(como dije) grande sentimiento Al valeroso don Ramiro daba La grave carga de este pensamiento De que en su reino tal tributo estaba. Aviva la ocasión tanto el tormento, Que ya se enciende el pecho, ya se clava, Y suspirando, aquí, y allí se vuelve, Y en rabia, odio, y saña se revuelve.
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Mira que hereda el reino con la carga No menos vergonzosa, que pesada; Mira que aquel tributo va a la larga, Y que la cristiandad queda afrentada, Mira que ya comienza a oirse la amarga Y triste procesión desordenada De las vírgenes ciento, a quien les toca Pagar por las demás la ofrenda loca.
¡Oh cielo! (dice de dolor herido El triste corazón y alma cristiana) Que feudo tan infame han consentido Pagar los reyes a la gente infama, Que primero mil reinos no han perdido, ¿Esta reputación España gana? Cual más que diamante duro pecho ¿Pudo sufrir pagar tan torpe pecho?
La tierna sangre, el virginal aseo ¡Que así se ha de entregar de esta manera! La belleza, el valor, y claro arreo ¿Ha de ser pasto a la canalla fiera? O daño incomportable, o pacto feo ¡De un tan grave mal, que bien se espera! Que el oro, perlas, y rubís preciados ¿Han de ser a los Moros entregado?
No viva yo si ha de pagarse un año, En cuanto pueda gobernar la diestra. A fuera vil temor, fatuo engaño, Parezca de virtud heroica muestra, Que no se sufre tan nefasto daño En deshonor de Dios, y ofensa nuestra, Que para defenderse lo que es justo Sirve el poder y el ánimo justo Sirve el poder y el ánimo robusto,
Llegue me de Abderramán la embajada Del seno cordovés al leonés suelo, Por el casto atributo, y flor enviada, Para ofenderle con lascivo celo, Que con aguda lanza y fina espada Se ha de librar la servidumbre y duelo, Y la paz afrentosa de la tierra Se ha de romper con memorable guerra;
Con esto entre congojas se congoja, Y forma un mar de vagos pensamientos, Por donde el osado corazón arroja Desbaratando graves fundamentos, Opuestos al intento que no afloja, Por más que siente y mira impedimentos Forzosos, porque todos los derriba La confianza que en su Dios estriba.
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Esta confirma el pecho valeroso Y daba brio al ánimo esforzado; Esta hacia menguar el poderoso Ejercito del bárbaro encumbrado, Aunque ya lo mostrase jactancioso, Pujante y fiero, escuadrón cerrado, La tierra amenazando, y las estrellas, Para allanar el fuero, y las doncellas.
Si el belicoso rey por esta vía Traza y revuelve la heroica hazaña, Y si contigo a solas se dolía Del ya perdido crédito de España, Que tan cobardemente consentía El yugo infame, y la molestia extraña, También por la ciudad se lamentaba El mal pasado, y el que se esperaba.
Cual ancha plaza, o cual soberbia casa, Cual templo sacro, o cual cantón, o calle Dejaría de entrar de aquella brasa, ¿Procurando el remedio, y consultarle? Que el duro fuero y la fortuna escasa Hacía salir de si, por más que calle, Con fiero corazón y libre lengua Al que menos tocaba aquella mengua.
Pues la dolencia de cuarenta años, Que poco más o menos ser podían. Los ya pasados con los crudos daños, Que del mucho sentir no se sentían A quien no habría tocado con extraños Sentimientos, que el alma romperían, Cual llorando la hija, cual la hermana, Cual la prima y parienta muy cercana.
Aunque el próximo mal al ya pasado Llevaba el sentimiento de la mano, Y a quien tocaba el turno desdichado No dejaba el dolor sentido sano; Llena pues la ciudad de este cuidado Que la estrechaba con furor insano, Llegó a la plaza con el daño cierto Un peregrino de sudor cubierto.
Dice que ya dejaba a tres jornadas Los que a pedir venían las doncellas Del bárbaro Abderramán esperadas Para elegir la más hermosa de ellas. En siendo aquellas nuevas reforzadas Que ya no había dudar sino criarlas, Crece la pena, dobla se el quebranto, Sacada la alteración, anda el espanto.
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Cual banda espesa de palomas, cuando Oyen del arcabuz el son horrendo Que de una parte a otra revolando Atónitas, el aire van rompiendo, Casi unas con otras encontrando, Con desatino el vuelo prosiguiendo, Tales al ruido salen esparcidas Las confusas doncellas afligidas.
Que la estampida de la amarga nueva, Ensorda, turba, y saca de sentido A quien la oye, y toca apella prueba, Que como en causa propia la han tenido. Esta congoja desordena, y lleva Al triste bando femenil perdido Del recogido estrado raudamente A la puerta y concurso de la gente.
Sin respectos mirar ni compostura, A que él nativo suelo las inclina, Cual arroja el chapín y se apresura, Que, envuelve la ropa y saya fina, ¡Qué tiende el manto a media cobertura1, ¡Cuál sin él, vuelta al cielo se a mezquina! Cual se le cae el velo y los cabellos Sin haber hecho el mal lo pagan ellos,
Como en su cruda pena, y movimiento Una misma ocasión las fatigaba, Casi las más condujo su tormento, Al palacio donde el rey Ramiro estaba; Allí el lloroso y mísero convento El gritar y llorar acrecentaba, Y la discorde y áspera armonía La tierra, el aire, y el cielo estremecía.
Tiembla la real fabricada Por Alfonso católico guerrero, Y está para caerse reclinada, Desde el canto primero hasta el postrero, Que tiene (aunque insensible) la malvada Ofensa, que hizo el fiero carnicero Hijo postrero de este rey gallardo, En sangre y en virtud, y en bien bastardo.
Pues que fue ver la entrada impetuosa, Que en el zaguán y el ancho patio hicieron, Y el darse a la escalera artificiosa, Por donde a los corredores se subieron, Y entre el plañir la niebla polvorosa, De que todo aquel término cubrieron, El romper los vestidos, y la grita Con que el fiero dolor se resucita.
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Llaman su rey las unas, otras dicen: No hay rey, ni hay hombres para mi ultraje, Pues tan horrible mal no contradicen Sufriendo que se pague el vasallaje. Que de su nombre y opinión desdicen Sin respetar al español linaje, Pues esto sufrir pueden bien parecen Que sin honor, en vicios se entorpecen.
Entre estas varias voces, que derrama Por diferentes órganos la pena, Una doncella con tal furia exclama, Que sola a todas las demás atruena, Y excede, como a la centella llama O cual a chico arroyo la gran llena Con la fuerza del llanto que refuerza La pasión viva, que a hablar la fuerza.
¡Oh ínclito León!, ¿esto contienes? ¿Esto se se ha de pasar, doncellas tristes? ¿Donde nuestros padres? ¿falta-nos parientes? ¿Para este efecto, o madres nos pariste? ¿Donde huyó el valor, donde los valientes? ánimos, que esperanza prometiste ¿De ilustre honor? miráis solo el provecho ¿Qué está de honra y rectitud gran trecho?
¿Donde nos dejáis llevar gente perdida? ¿A dar los cuerpos a la banda perra? ¿No se ha de reparar esta caída? ¿Cuándo podéis seguir más justa guerra? ¿En cual parte del mundo es ofendida Tanta mujer? cobarde y flaca tierra Deja, deja el león y una velluda Cordera en su lugar por armas muda.
No os acordáis, que yendo ya ofrecidas Vuestras doncellas, a los africanos, No quisieron sufrir el ir vestidas En cuanto las llevaron los cristianos. Y aunque fueron con ira reprendidas Sus carnes combatían vientos vanos; Pero cuando a los Moros descubrieron Vistiéndose estas lastimas dijeron:
No os ofenda (cobardes) que desnudas Entre mujeres hasta aquí vengamos, Que tales sois, pues a las manos rudas Llevadas por vosotros caminamos; Más pues vienen varones con agudas Armas, es gran razón que nos cubramos, Y en cualquier parte ante ellos nos convenza L a honestidad, respeto, y la vergüenza.
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¿No se avergüenza de lo que aquí digo La fresca flor de juventud briosa? ¿No arrebata las armas, el amigo De clara fama y honra belicosa? ¿No se mueven los padres al castigo? ¿No se altera la sangre generosa, Pues en prudentes la virtud se esfuerza Haciendo voluntad de lo que es fuerza?
Favorece a León mente divina, Que abrazas con concordia eterna el nudo, Que a su total destrucción camina, Para osar-le y dar hasta el profundo, Pues a la fiera gente sarracena Entrega la cristiana, y a iracundo Trato, torpe, cruel, desvergonzado Tanta alma, y tanto cuerpo bautizado.
Para que abriendo del entendimiento Los ojos, el horrible estrecho sienta, Que no hay sufrir tributo tan sangriento, Que ofende a ti, y a lucifer contenta; Pues el del Minotauro ha sido viento Con esta que de límite revienta, Y con bramidos y furor despierta Tu belicosa gente, que está muerta.
Pues no la mueve este continuo lloro, Ni el ver llevar las hijas desdichadas, Rompiendo el rostro y el cabello de oro, A más que crudas fieras entregadas, Ni el entender, que del soberbio Moro Las más nobles peor serán tratadas. Dando al servicio el ofendido pecho, Habiendo su apetito satisfecho.
Que renombre esperéis que no sea nombre De afeminados, y de poca estima Indigno de estamparse en algún hombre ¿Qué en hacer fuertes hechos se sublima? ¿Qué parte aura del orbe, que no asombre El espantoso caso que lastima, E incita por la honra a quedar mancas, Cómo las siete damas de Simancas?
¿Es por ventura de los saguntinos La muerte que se dieron despreciada? Y la de los valientes numantinos No queda, y su memoria eternizada; Faltados alguno de estos dos caminos, ¿Después de ensangrentada vuestra espada? ¿Y sino sois para vestir acero Nosotras franquearemos este fuero?
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Dichas estas razones calla, y crece El llanto que el palacio va atronando, Y con la rabia y, ansias, que padece, Rompe el vestido, el rostro va surcando; Tras esto en abundancia mucha ofrece De los ojos humor el triste bando, Y de allí parte que quietud no alcanza Pidiendo a Dios piedad, y al rey venganza.
Que cual el descompuesto ruido oyendo En su real cortina recogido El llanto doloroso comprendiendo, Y la justa ocasión que le ha movido, Mudanza su semblante no haciendo Por lo que el corazón había sentido, Dejó a la reina que a su lado estaba, A quien la pena en lágrimas bañaba.
Y con prudencia al caso conveniente, Previno en que el tumulto se aplacase, Por que si llega la enemigas gente De su grave dolor no se alegrase, Digo, la que venía del insolente Moro, a que la promesa se pagase; Y sin más dilación ni otro aparte-jo Mandó luego se junte su consejo.
Metiendo el valeroso rey cristiano, Consigo a don Ordoño su hijo amado, Y el esforzado don García su hermano, En armas fuerte, en seso reportado, Con muchos grandes de su reino hispano Arzobispos, y obispos, ha tratado, Y caballeros de destreza y maña En esta forma lo que tanto daña;
Noble senado, amado ayuntamiento, Donde esfuerzo y religión, y armas reside, Y está apoyando el firme fundamento Que la cristiana ley de Dios nos pide, Con viva fuerza y claro entendimiento, Que con la fe supremas cosas mide, Echando a fondo lo que el alma ofende Por elegir el bien que se pretende.
El sacrílego fuero aborrecible Plaga que el corazón con sangre llora, Que en vergonzosa paz rindió el horrible Mauregato a la vil canalla Mora, Que ofenda infamia, y pérdida indecible A este opresor reino dio hasta ahora En deshonor del sumo Dios eterno, Viene a pedirlo el bando del infierno.
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El daño es general, que bien lo entiendo, Más en particular la ofensa es mía, Y como rey legítimo pretendo Romper tan desvariada pleitesia; Y pues corona y cetro recibiendo Juré que el bien común defendería, El pensamiento a ello se levanta Aún que se de al cuchillo la garganta.
Que quien ha de sufrir (si ya rendido A no sentir la fama y le viviere) Una abominación que error ha sido, Y los sentidos turba y alma hiere Que cien doncellas demos por partido, ¿Qué ejemplo dará España a quien lo oyere? Sino que ha sido el fuero sin ventura ¿De todas sus hazañas sepultura?
Pues si los reyes hasta aquí ocupados En guerras y trabajos lo sufrieron, Por no ser de su angosto reino echados, Que más que su alto honor quizá sintieron, No tengo de seguir a los pactados En la afrentosa senda que siguieron, Que he de mirar que Dios y al rey no toca Quitar el fuero a la canalla loca.
Para tan justa empresa se prevenga El grande, el caballero, y los concejos, El hidalgo y no hidalgo armado venga, Exceptuando los niños y los viejos; Y en ella prevención no se detenga, Ni en juntar armas y otros aparejos De guerra hasta el postrer término nuestro Este es mi parecer, dese-me el vuestro.
Fue con aplauso grande recibido Aquel tan importante parlamento, Con valeroso esfuerzo recibido, Y muestras de cristiano sentimiento, Que a todos juntamente ha persuadido A sintió-se con con el misivo intento; Y ansia con gozo que su alma baña, Dice el gallardo príncipe de España;
Cristianísimo rey, defensor puro Durilicones suelo, con favor divino Contra la multitud del bando duro Con pecho fuerte y ánimo benigno, Un parecer y acuerdo tan seguro Que todo oírlo adiestra el buen destino, Quizás no lo ha de aprobar y celebrarlo, ¿Y con persona y armas confirmarlo?
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Que es bien que se remedie la fatiga, Que el caso desigual nos ha causado; Y en tanto que este hecho se litiga Toda casa y teatro esté cerrado, Ni el gobierno de hacienda no se siga, Ni otro negocio, leve ni pesado, Hasta que el rey vea roto el luto Que cubre por el bárbaro tributo.
Estas breves razones y animosa Respuesta, dio más encendido brío Ala cristiana junta valerosa, Aplicando a la obra el albedrío; Y don García con presta y generosa Voluntad, sin mostrar ni hacer desvío No contrario voto contradice Que así, callando su sobrino dice:
Rey alto y serenísimo, el decreto Con eficaz razón por vos propuesto, Yo como el excelente Ordoño acepto Ir contra el pacto torpe y deshonesto Qué la maldad de tan sangriento efecto Lo siente el corazón, y muestra el gesto Pues el nocivo pueblo, con su tema Procede a echar el fuego que nos quema.
O alta, o baja, la fortuna puede, La libertad procurase cualquier lanza, Pues ninguno escusandolo se puede Que a todos la forzosa injuria alcanza, Y cuando más no quiera, el ver que excede El bárbaro feroz con su pujanza, Contra el honor de tantas damas bellas Quiera hasta morir volver por ellas.
Diciendo así, mostró que más quería Decir, pero dejo-lo, y proponiendo Fue el grande y el prelado a quien veía La voz primera, su razón diciendo: Y aunque en lo principal nadie desvía, Que en todos un deseo andaba hirviendo Sobre la traza, el donde, como y cuando, Con gran prudencia van deliberando,
Por que en aquel cristiano consistorio Unos miran la bárbara potencia. Otros reparan, como está notorio Cuanto puede dañar la resistencia. En esto levantose Luis Osorio Varón de gran refuerzo y elocuencia Señor de Villalobos, diestro en guerra Y en Campos potestad de aquella tierra.
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Y con humilde aspecto, y voz serena Y con grave semblante así propone, Con razón clara de esperanza llena Con que el temor y dilación propone: Supremo ayuntamiento, donde se ordena Que la espada la ofensa no perdone, Claro es que no hay mirar inconvenientes, Cuando se ofrecen causas muy vigentes.
Y que en esto los haya no me espanto, Más para persuadirnos , esto siento, Que tan gran deshonor no hay mirar tanto, N i hay para que temer el rompimiento Que nos puede librar de ofensa y llanto No menos vergonzoso, que violento, Que el remediar los fueros definan-dados, Es de prudentes pechos y esforzados.
Que en Grecia no causó la cruda mano De Enemo, más horrible y triste trago, Ni en las sangrientas casas del tirano Diómedes vio la Tracia tanto estragos, Como en las nuestras causa el africano, Del humor abriendo en cada una un lago Quien ve temblar la máquina denota Que no le toque en parte el sobrecargo.
Que no permite el caso aborrecible, Especular-lo todo por concierto, Remítase, al señor incomprensible, Que es el que puede dar seguro cierto. De nuestra parte hagamos lo posible Saliendo con valor al campo abierto. Que solo ha de temerse la fortuna, Cuando el intento a la razón repugna.
Damos aquí en tributo por ventura ¿Escogidos caballos de alta raza? Damos talentos de oro, y plata pura ¿Que al pecho vil conquista y embaraza? ¿Dense aquí ropas de soberbia hechura? Sacan-se arneses finos a la plaza. ¿O enviamos de común consentimiento Cien vírgenes cada año al perro hambriento?
No es este tiempo solo de sentirse, Sino de rescatar la servidumbre; Que más vale morir que no sufrirse Una tan grande y dura pesadumbre; Y al ínclito consejo remitirse De nuestro augusto rey que nos da lustre, Para que siga el paso valeroso El que es el bien y honra codicioso.
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Con esto, y lo demás, que había pasado Se resumió en la guerra aquella junta, Que aún solo el dilatarla es reprobado, Y de ella se responde y se pregunta, Deseando ponerla en tal estado Que el tributo defienda aguda punta, Y para ejecución de la consulta Luis Osorio, general resulta.
Llegaron después de esto confiados Los mensajeros con soberbio ornato, De gran caballería acompañados, Mostrando suntuosísimo aparato; Y siendo en la ciudad aposentados Con mucha honra y con hospicio grato, Concede el rey audiencia a su embajada, Que en la forma siguiente fue intimada.
Ya sabes nuevo rey, que el generoso Abderramán posee la corona Del gran reino de Córdoba famoso, Y el valor y poder de su persona, Por muerto de Aliatán su valeroso Padre, que a nadie muerte no perdona, El cual quiso guardar sin embarazo Con esta tierra de concordia día el lazo.
Y ya sabes también el pacto hecho Por tus antecesores concedido, Que es dar al rey de Córdoba por pecho Las cien doncellas de este regio nido, Desde que Mauregato en su provecho Y de este reino, al nuestro lo ha ofrecido, Porque favor le dió para ganarle, Y de sus adversarios ampararle.
Y así a ti como a rey a quien conviene Pagar, reconocer, y estar seguro Del que tanto poder y fuerzas tiene Que no hay a su furor enhiesto muro, Por nosotros aquí a pedirse viene El fuero anual, y no se te haga duro, Pues no será razón negar lo justo A quien puede ganar lo que es injusto.
Oída por el rey tan ambiciosa Embajada, cruel, y deshonesta, Descortés, atrevida, jactanciosa, Y en todo punto soberbia puesta, Una pasión le ciñe vergonzosa La augusta frente al bravo golpe opuesta, Más su valor al caso socorriendo Les dijo, sin turbarse, respondiendo:
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Vasallos de Abderrameán, por quien muestra De su arrogancia tan sobrada parte Cuanto hasta ahora visto de la nuestra,(Dejado elogio) el profesar de Marte, Ya he escuchado la embajada vuestra, Más llena de soberbia que de arte; No os doy, pues sois embajadores, culpa, Que la ocasión que ha habido os da disculpa,
Decid a vuestro rey desordenado, que si lo que me pide concediese Con gran razón sería vituperado, Ni habría para que el cetro se me diese. La honra solicita mi cuidado, Y si la libertad no pretendiese, No rey me llamarían, más disoluto Muy más que el que pretende este tributo.
El cual si lo asentó tirana mano, Y príncipes pasados lo sufrieron, Yo con favor del trono soberano, Entiendo rescatarlo que perdieron, Dejando exento el término cristiano Del nefansto subsidio que ofrecieron, Y no hay más responder, porque a la lanza Le remito la paga, y la esperanza.
Calló, y con sentimiento en el instante D su real asiento se levanta Y parte, derramando en el semblante Esfuerzo, armas, valor e intención santa. Y a los legados, que tenía delante Enmudece, acobarda, y tanto espanta, Que sin hablar, atónitos del caso Dan para su posada el tardo paso.
De donde llenos de corajr y pena, Fueron a dar a Córdoba la nueca A fuego, sangre, muertes, y cadena Amenazando con terrible prueba. En tanto en la ciudad se esparce y suena La espuela que el bando perro lleva; Y así alienta, respira, y se recrea, Que su salud y libertad desea, Que su salud y libertad desea.
Después da el rey consejo saludable Al reino, y justas leyes a la tierra, Y en el acuerdo, y presupuesto estable Todo sosiego y quietud destierra. Pide a sus grandes con irrevocable Edicto, gente para hacer la guerra, Y ruega a los prelados consagrados No falten pues que son de Dios legados.
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Y de gozo su augusto pecho lleno, Por contrastar al bárbaro insolente, Que por España siembra su veneno Con torpe inclinación y furia ardiente, Manda que luego de aquel fértil seno Luis Osorio parta a hacer la gente En los Góticos campos, y en Galizia Ordenando aparatos de milicia.
Quiero con este estruendo retirarme Y acompañar la gente que remueve, Y en sus alojamientos alojarme Llevando el paso por donde el suyo mueve, Sin que ya pueda el largo afán cansarme, Dando por bien cuanto trabajo pruebe Por conseguir el fin de lo intentado Si el referir-lo yo, no diere enfado.
Donde se narra de la gente que se juntó con Abderramán, y como partió de León el ínclito rey don Ramiro en demanda de los Moros. Refiere-se aý mismo la llegada de los embajadores a Córdoba, que vinieron por el fuero de las doncellas, y del soberbio consejo que de su embajada entre los arrogantes Moros pasó, y lo que de ello resultó.
La remisión en cosas de importancia No menos se ha de huir, que la injusticia, Que se pasa sin fruto la sustancia Y va creciendo el cuerpo a la malicia Como echando raíces la arrogancia Pierde de su derecho la justicia, Y ella ofendida, la maldad campea Como señora, y la virtud es rea.
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Por esto ha de acudirse con cuidado a destripar lo malo, con presteza; Porque a no hacerse así fuera otorgado El virginal tributo a la torpeza; Negocio tal, que Dios ha en él mostrado Cuanto arma, estima, y quiere la limpieza, Pues por favorecer su blanco velo Abre (si es menester) puerta en el cielo.
Cuan bien ha sido a que esto conocido Del príncipe Ramiro, pues pospuso La vida, el reino, y cuanto ha poseído, Por romper el horrendo y torpe uso; Del cual don Luis Osorio instituido por general, del caso no confuso, Parte con brevedad cual convenía Con lúcida y gallarda compañía.
Y como su valor, y la experiencia En trabajos pasados adquirida La honra por su parte, y la conciencia Al cuidadoso cargo le convida, Mostrando industria y suma diligencia, A tiempos sabiamente repartida Comienza a conmover toda la tierra Con el tumulto y ruido de la guerra.
No rehúsan los nobles ciudadanos Dejar casas y hijos regalados; No sienten los gallardos cortesanos Cortar el hilo a amores delicados; No descubren flaqueza los ancianos, Que salen dando ejemplo a punto armados, Que a todos refrescaba la memoria De libertad, venganza, muerte, o gloria.
Que arbolando-se al viento de colores Muchas banderas, ricos estandartes, Descombrando los campos de pastores Dejan yermos los montes por mil partes; Los robustos y bravos labradores Olvidados de Ceres, fueron Martes Regidos del que en guerra alimentando Había el trabajo, el ocio les es pesado.
No andaban las mujeres procurando Con lloros detener a los maridos, Al diestro capitán importunando Que como aspide cierra los oídos; Ni las que están el tálamo esperando Celebran la partida con gemidos; La madre al dolo hijo, que tenía Con ánimo y contento despedía.
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No hay voz, que de pronostico de pena No hay sollozo que anuncie infeliz suerte No hay turbación, ni humedecida vana De amor formada, o de temor de muerte; Semblante y lengua nadie desordena, Ni quejas vanas por el aire vierte, Que la razón al pecho que más siente Mostrarlo en tal sazón no le consiente.
Que aquella empresa justa y guerrera santa Al que pierde el sosiego le contenta, Y al son de ella el enfermo se levanta, Y vencer el brío al mal que le atormenta; Muestra el cobarde un ánimo que espanta Con fuerza extraña, y voluntad sangrienta; Y así en León, con brevedad no oída Fue mucha brava gente recogida.
Que el santo celo descubrió el camino De esta guerra a la gente lusitana, Con la que ilustra el sitio vizcaíno, La de álava, Cantabria, y Santillana; Y la de Asturias gratamente vino Con la arriscada gente galiciana, Y la que dio copiosamente aquella De la divisa del castillo bella.
Por otra parte del famoso Cea Llegó gran gente, fuerte y generosa, Con la que de una banda y otra otea; La gran nevada cumbre Polvorosa; Y la que el cristalino Ezla la rodea Y Porma riega en la región fragosa, Con la que el ancho Rueda ocupa y baña Cría Vernesga, y alimenta Omaña.
Los del pes-coso órbigo vinieron, Y los del río Gerga (Jerga) no faltaron Que con ardiente ánimo salieron, Y con los montañeses se juntaron; Y entre ellos de valor gran muestra dieron, Los que dentro del muro se criaron De la leonesa antigua y fértil tierra, Ilustre en sangre, belicosa en guerra.
Andan los unos y otros con contento limpiando arneses, acicalando espadas, Tentando lanzas de acerado cuento, Puntas sacando a dagas remachadas. Dar les clavando, daban al momento Cuerdas a las ballestas aceradas, y van probando suertes coracinas largas paveses, cortas tablachinas.
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Corren caballos, limpiasen morriones, Guarneciesen cotas, aparejan sillas; Refuerzan cinchas, echan correones, Doran estribos, clavan-se hebilla; Blanquean adargas, sacan-se pendones Y sobrevistas rojas, y amarillas Con tal bullicio, paso y contrapaso Que ocupan la ciudad y campo raso.
Que su cuidado atrás dejó mirando Al que se puso con estudio y arte En la montaña siciliana, cuando La espada se forjó del fiero Marte; Tal andaba encendido todo el bando; Y trabaja y revuelve, en cualquier parte, Para dar fin a la obra que desea, Hundiendo la braveza gigantea.
Pues el campo aprestado, y a cristiano Partieron con esfuerzo acompañados El rey Ramiro y don García su hermano, Con don Ordoño, grandes y prelados; No mostrando temer poder humano, En Dios principalmente confiados; Corren la tierra a la canalla perra En esta Nájera haciendo cruda guerra.
En Alvelda (Albelda), en efecto hicieron altos para esperar al bárbaro, que viene, No perdiendo el cuidado y sobre-falso, Que el paso por entonces les detiene, Puestas las esperanzas en el alto Señor, nuestro cristiano bando tiene. Y, con esfuerzo y ánimo esperaba La deseada gloria, que intentaba.
Así quiero dejar la recogida Famosa y noble gente bautizada, En el talar la tierra entretenida, Y en belicoso oficio ejercitada, Y volver a la cólera encendida Con que los Moros llevan la embajada al bravo rey de Córdoba, que espera Doncellas tiernas, y no guerra fiera.
Dije el furor y saña, con que parte De León aquel bando pernicioso, Amenazando por cualquiera parte A todo el reino y a su rey brioso A fuego ardiente, y sanguinoso Marte, Porque el gran rey de Córdoba famoso Don Ramiro pagase no ha querido Las hermosas doncellas que ha pedido.
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De esta manera su camino fueron Hasta donde su rey soberbio estava, A quien con gran tristeza refirieron Como el virginal fuero se negaba; Y la constancia que en Ramiro vieron, Y como defendedlo protestaba, Y aún el vengar la afrenta ya pasada Con la lanza aguda, y cortadora espada,
Así que era importante el remediarlo Y castigar aquel atrevimiento, Pues tan hermoso pecho no hay dejarlo, Siendo de tanto honor y contento. Quiso y no pudo el rey disimularlo Tan crudo efecto en él hizo el tormento, Que el cetro arropa, y la tiara tira, Y la insignia real rompe y suspira.
No sosiega, discurre blasfemando, Que el corazón en su lugar no cabe, Que le llevan-la ira atropellando, Cual raudo viento a combatida nave; Y como va la cólera soplando, Yen ella el más furioso menos sabe, La lengua su pasión no contradice, De quien movida estas razones dice:
No quiero más el cetro, y la corona Ni la grandeza, el hado, ni el gobierno, Pues la común fortuna no perdona A mi poder, a quien teme el infierno, Como, que sepa yo que se abandona Contra mi deidad un hombre tierno, Para no me pagar las cien doncellas ¿Que antes perderé el reino, que perder-las?
Y si en un caso tal no socorriera La licencia y poder para vengarme, A mi mismo mi propio pecho abriera, Pues el que estimo quieren no pagarme. Más ya que el daño, y pago cierto espera El que falto, y pretende de agraviar-me, Para él quiero volver este coraje. Tomando por mi mano el vasallaje.
Diciendo estas razones iracundo Fiero , horrible, cruel, desatinado Saca gemidos de lo más profundo De su indomable centro condenado. Más aplacado un poco el furibundo, En lo que más le importa reportado, Conoce que el bravear no es provechoso, Y así cogió la rienda a su despecho.
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Mira, contempla y traza como pueda (Si puede) no perder, el feudo llano, Que Ramiro le debe, aunque lo veda Sin respetar su poderosa mano. Y al cabo cierra con la frente leda En dar de presto sobre el rey cristiano, De suerte que por fuerza se entregase En lo que en paz no quiso que goxase.
Y mostrando contento en la presencia, Y que no teme la leonesa tierra Mandó juntar Moros de experiencia, Para tratar de la ofrecida guerra; Los cuales con extraña diligencia Presto Córdoba en muchos concierta, A sí reyes famosos y guerreros Como alcaldes y bravos caballeros.
Y siendo todos con el rey juntados A donde para el caso fue asignado, Y con concierto y orden asentados Conforme a sus edades y a su estado, Abderramán mandó que los legados, Que del reino leones habían llegado Entren, y allí propongan su embajada A aquella real junta allí invocada.
Los cuales humilde acatamiento, No curando de hacer discurso largo Para manifestar su sentimiento, Y la respuesta, que tenían a cargo, Dicen del rey Ramiro el firme intento, De no querer pagar el fuero amargo Para él, y cuanto culpa la bajeza del que pide y sufrió tan gran torpeza.
Que a Abderramán ni el poder que tiene No teme, ni a la ardiente africana junta; Y que juntando su potencia viene A defender su ofensa por la punta; Y presto lo verá si se detiene, Quien por las damas más acá pregunta. Y despidionos fuego derramando, Los bravos ojos, con que va mirando.
Aquella relación y braveza, Que mostró el rey cristiano al descubierto Tuvo la el Cordobes por la altivez a Fundada en presunción y desconcierto. Mueve con tal memoria la cabeza Y siente de dolor el pecho abierto; Pues por su parte Muza se alboroza, Rabia con ira el rey de Zaragoza.
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Abencain un Moro poderoso Bravea sobre todos arrogante; Y Abenlope, su hijo valeroso, Mozo de esfuerzo y ánimo pujante; En Ambroz y Buceres no hay reposo, Ni Abohali lo tiene a aquel instante; El áspero Ceti cosa no estima, Muley con otros mil causaban grima.
Solo el anciano Ores está compuesto, Sin dar de lo que siente muestra alguna, Con barba larga y con severo gesto, Como quien reconoce a la fortuna, El cuidado en lo uno y otro puesto Y no con desconciertos importuna, Que no reputa en más al que hace fieros, Porque es gastar sin tiempo los aceros.
Después que así la cólera encendido A este corazón y el otro tuvo En ademanes bravos dependidos, Lo que en ello sin fruto se detuvo, Sosiega-se el susurro embravecido Que sin concierto gran espacio anduvo, Y cuando ya a Abderramán le parece Proponer su razón, así la ofrece.
Ya veis valientes reyes, lo que pasa, Y entendéis mis amigos lo que entiendo, Como una hormiga en su recogida casa, Contra nuestro poder se va oponiendo; Y lo que debe, a su elección lo tasa, Y niega, y va de veras proponiendo De levantarse, y no pagar fuero, Mostrando en la defensa pecho fiero.
En lo que estriba, y para que se ensaya, Quien lo altera y renueva de esta suerte, No lo entiende, ni como no desmaya Teniendo ante los ojos ya la muerte. Pues es posible que el linaje calla De Abenhumeia valeroso y fuerte, Y que siendo de aquella estirpe clara ¿Viva quien me atreve cara a cara?
Y no solo que viva, más que intente Por fuerza defender las cien doncellas, Y mover armas, levantar su gente ¿Por darme enojo a mi, contento a ellas? Donde se ha de acoger este insolente Pues no estará seguro en las estrellas, Y si al centro infernal puede bajarse De este potente brazo no hay librarse.
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Que no es imposición la que le pido, Ni voluntaria ofrenda, aunque podía; Con mi rey no este feudo ha sucedido, Que el primer Abderramán se ofrecía, Y lo gozó con próspero partido, Que Aurelio está costumbre introducía No en tanta cantidad, pero pago-lo, Y después Mauregato acrecentó-lo.
¿Pues yo de perder este derecho? ¿Hágame de atrever Ramiro el loco? ¿Qué no tengo de ver tan gran provecho, Qué ya gusté , y ahora no le toco? Primero me veré en inmortal estrecho, Que el fuero ha de estimarse aún que sea poco Cuanto más este que es el más jocundo Que a príncipe pagó jamás el mundo.
Por tanto si hasta aquí fue limitado El número de ciento, sean dobladas Las que me ha de rendir el bautizado Pueblo, de las más bellas, y estimadas. Para este efecto solo os he juntado, Y que estas manos, a las armas dadas Hunden y allanan la enemiga tierra Con sangre incendio y temerosa guerra.
Diciendo así, los ojos centelleando Le quedan del coraje recibido, Con ellos más que lo que dijo hablando, Se mostró horriblemente encrudecido. Y al punto que calló, quedó mirando, Y el rey de Zaragoza ha respondido, Dando-le los demás la voz primera Como en efecto y con razón lo era.
Poderoso señor, califa nuestro, Quien no estuviere de juicio falto, Cierto recibirá el acuerdo vuestro, Como importante a príncipe tan alto, Que reducir por la fuerza al que es siniestro Al reconocimiento, es justo asalto, Y aún el castigo que venir le puede Sin el cual el cristiano rey no puede.
¿Qué cosa es, que el vasallaje niegue, Puede venir sin paz el miserable? Justo es que el suelo con su sangre riegue, Y pierda el reino, quien n te es tratable. ¿Qué así el ardor y cólera le ciegue, ¿Qué tu poder no tema incomparable? Perezca pues no da las cien doncellas, Que aún el mismo venir podía con ellas.
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Que no ha sido este hecho, que se calle, Ni que disimularlo nadie debe; Ni puede la ignorancia reservarle Del desacato grande a que se atreve; Su yerro y tu potencia es bien mostrarle, Para que a costa suya el pago lleve, Y luego en esta empresa te sigamos Y a destruirle, en tu servicio vamos.
No dijo más y al punto el Toledano Rey Muza al mismo parecer se arrima, Y el bravo Abencain el africano Con él, y Abohali, Moro de estima, Ceti, lo aprueba con la diestra mano, Que le es seguir la guerra propio clima, Y Abenlope, y Ambroz con otros ciento Y Buceres, aprueban este intento.
Más el anciano Ores ya no pudiendo Sufrir la ceguedad que suelta andaba, Dar luz ( si puede) en ella pretendiendo, En pie para hablarse levantaba, Y a sus años y creído atendiendo, El sano parecer que se esperaba Aquella junta dio el atento oído A lo que de esta suerte ha referido:
Sabio rey valeroso, si mis canas No fueran de experiencia yo callara, Y por dar a entender que son tempranas, Lo que todos aprueban, confirmará; Más ya caduque, o juzguen-se por vanas, Lo que siento, señor, diré a la clara Si juventud ardiente lo condena, Juzgad mi voluntad sola por buena.
No quiero negar yo negar, antes concedo Que el virginal tributo sea pagado, Más es bien que admiráis como en Aledo Fue, por pedirlo, un campo destrozado, Y Mugay muerto, el gran Hisen bien puedo Certificar, que fue tan lastimado, Que a pedirle otra vez no tuvo aliento Por el pasado y crudo perdimiento.
Pues Aliatan tu padre fue vencido Con multitud de Moros africanos Demandando este fuero que ha vertido, Más sangre nuestra, que de los cristianos, Cuya potencia el mundo ha conocido, Su gran esfuerzo y poderosas manos Su mucho aliento, y larga disciplina Que en ellos el feroz Marte domina.
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Habla tu claro Duero por mi ahora, Cuando iba tu corriente poderosa, Tinta de negra sangre por Zamora, Y Alcama huyendo en nube polvorosa; De Benavente el campo aún hoy colora La sangre propia que le di espumosa, Y la de un grueso ejertito africano, Siendo el verdugo la cristiana mano.
Pues quien caso tan grave facilita, ¿Y piensa que no hay más sino intentarlo? ¿Quién al contrario bando inhabilita, Y quiere (como quiera) atropellarlo? Por ventura más fuerza os solicita. ¿Qué a los pasados para conquistarlo? ¿Ay más razón justicia, y más potencia? ¿Es menor la cristiana resistencia?
Una, dos, y tres veces amonestó Requiero, y pongo al cielo por testigo, Que si habéis de seguir el presupuesto, Sea como quien recela su enemigo, No os ciegue un limpio y delicado gesto, Pese el negocio cada cual consigo; Que en tanta confianza, este es mi acuerdo. Que es el mudar consejo de rey cuerdo.
No le dejó acabar lo que quería El fortísimo Ambroz, que se levanta, Y con osada voz le interrumpía, Lo que en el bien común de todos canta; Y con soberbio aspecto le decía, La tierra amenazando con la planta Cierra triste de ti viejo cansado La boca que tan gran blasfemia ha echado.
Aquí has de hablar diciendo por consejo Malicias, ¿di cobarde, necio y vano? Culpa ha sido señor darle aparejo Para romperse nuestro decreto sano. Que soborno te ha dado amargo viejo, El falso y cauteloso rey cristiano, Porque retenga viva la memoria ¿De nuestra infamia y su ganada gloria?
Tu como ya la senectud te carga Y el gobierno de Merida te agrada, Peinando esa partida barba blanca Quieres granjear la vida descansada; Porque ya el tiempo de armas te descarga, Y de esperar la ofrenda deseada, Deja a los que con ellas en las manos Te sobran en valor, y a los cristianos.
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Que mi alfanje movido de esta diestra, Si nuestro rey potente da licencia Las vírgenes traerá, y gallarda muestra Dará en esta ciudad en su presencia; Que no suelo mirar a la siniestra Fortuna, ni a otra áspera influencia, Que en mi confío, y en su agudo corte, Para tener seguro pasaporte.
En esto falta de través Buceres, Y con Ores colérico atraviesa; Tu como ya no estás para placeres, Ni para armas, ni intentar empresa, Huyes la guerra, como las mujeres, Quieres sosiego, y abundosa mesa; Y todo lo que no es así te cansa, Y el ocio al brío (si hay alguno) amansa.
Y entendido en esto, piensas cierto, Que todos son de a que esa compostura. Que mayor mal ni claro desconcierto Dañosa ni pestífera locura, Que el medroso camino, que has abierto, Contra tanto valor que lo asegura, Que a ser como el que muestras, y en ti miro Sin pecho se quedaba el rey Ramiro.
En que cuanto esto arrebatadamente, Y casi sin pensar a Ores se dijo, El famoso varón, más preeminente, Que el que más sin razón le contradijo, El pecho honroso enciende el accidente Con un mirar en los contrarios fijó, Recuerda a lo que oyó, como de sueño, Y así responde con sañudo ceño:
Si en el real consejo no estuviera, Y tan cruda ocasión se atravesara, No con solas palabras respondiera, Ni de tal desvergüenza que me quejara: Porque en un punto con mi diestra hiciera Que mi vejez mejor se respetase: Más estando donde estoy a mi no me toca La ofensa dicha por tan sucia boca.
Di falso Ambroz a traiciones hecho ¿Quién te dio atrevimiento a hablar primero? ¿Qué odio te ha movido, o que despecho, Te desconcierta para estar tan fiero Parecerte que tratas del provecho Común, di fanfarrón, di lisonjero, Desnudo de verdad, lleno de engaño Amigo de maldad, y autor de daño?
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¿Cuándo me viste a mi encoger la mano De ejecutar el golpe al enemigo? Y tú, Buceres como Ambroz liviano, ¿Fuiste de mi temor jamás testigo? Quien tantas veces al poder cristiano Se opuso, resistió y aún dio castigo, Como yo, en juventud, y edad tardía, ¿Por la defensa de la patria mia?
Digo yo que la guerra se deshaga,¿O que se mire bien como se intenta? ¿Trato de que concordia y paz se haga, O que primero se eche bien la cuenta? Digo yo que el tributo, que le paga ¿Se deje de cobrar? ¿qué os atormenta? O que advirtáis, ¿qué es caso necesario El no estimar en poco al adversario?
Escúchame alto rey, pues que pretendo Servir con lo que resta de mi vida, Como mostrarlo claramente entiendo Hasta dejarla en guerras consumida. Mira, que vayas el valor midiendo, Que tiene aquella gente embravecida, De suerte que acometas reforzado, No vuelvas a repiso lastimado.
Por que no es provechoso los escudos En las guerras civiles, que tenemos, Cuando vamos alienta brazos desnudos, Ni gente descompuesta acometemos. Son fuertes, bravos, animosos, crudos Estos leones que rendir queremos, Y esto es lo que te advierto, antes que queme El fuego oculto, que ahora no se teme.
Que si así no se mira por ventura Verna el arrepentir sin que aproveche, De Ambroz la fortaleza, y la cordura De Buceres, por más que se despeche, No mires quien yo soy, mi edad madura A darme en esto crédito te estremece: Que otra cosa no pido, ni la espero, Ni hay otro soborno ni lo quiero.
Estas razones y otras, que decía El experto, valiente, y fuerte Moro El confuso consejo revolvía Perdiendo el más compuesto su decoro: Que lo que a esta banda parecía Bueno lo contradice el otro coro: Yasí no hay entenderse ni escucharse, Ni en cosa que aproveche, concordarse.
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Favorecen Ambroz que lo alboroza Y a Bucenes también, que está orgulloso Enibala, el gran rey de cara goza Y el bravo Abencain Moro famoso. Muza estaba neutral, aunque se goza De lo que el viejo a Ambroz dijo furioso; Zeti del buen Ores sobrino bravo Su partido defiende por el cabo.
Abderramán también quedó sentido Del anciano guerrero pero calla Por no soplar del todo el encendido Fuego que estaba a punto de batalla; Y con tal magestad se ha entremetido Por el tumulto, que bastó a excusarla; Y de una parte y otra se sosiega Aquella alborotada gente ciega.
En lo que su consejo al fin se encierra Con dares y tomares peligrosos Es que el fuero se pida a aquella tierra Pues dejarle es de bajos y medrosos. Con esto se decreta cruda guerra Juntando bravos Moros orgullosos Y reyes y señores africanos Llenos de pensamientos pero vanos.
Todo era armas, esfuerzo y gallardía, Ensayos bravos, bravas esperanzas, Que el más cobarde Moro no temía La española y rollizas lanzas; Y así cada uno de ellos ofrecía Sin sospechar del tiempo las mudanzas, Doncellas a la Mora, a quien servía, Por prendas del amor que le tenía.
Andando con soberbia entretenidos En estos devaneo y aparejos De los cristianos toca en sus oídos La guerra que hacen cual soldados viejos; Y con tal ocasión embravecidos Sin dilatar más tiempo ni consejos Parten buscando con furor insano Al católico bando y rey cristiano.
De bárbaros tal número marchando Que en más de la mitad al nuestro exceder Tan hinchados la tierra atravesando, Que si como imaginan les sucede En vano Don Ramiro está esperando, Más dar su cetro y las doncellas puede. Quien lo que más avino oír quisiere Con nueva voluntad mi canto espere.
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