El Motivo del libro

San-Marcos-fachada-león-bernesga Fachada de San Marcos de León.


Aprobación.

Habiendo leído con cuidado este libro intitulado León de España, por comisión de los Señores del Consejo Real, no he hallado en él cosa que sea contra nuestra santa fe católica. Por lo cual, y por que contiene cosas muy dignas de que se sepan, y en honor de nuestra nación española, y el estilo y verso es elegante y propio, y muy conforme a la materia, me parece que es justo que se de licencia para que se imprima. Fecha en el estudio de esta villa de Madrid, a 23 de febrero, de 1.584.

El licenciado Luis de la Cruz Vasco.

EL REY.

Por cuanto por parte de vos Pedro Castañón de Villafañe, y capitán Tristán de Obrgón y Cereceda regidores y procuradores de Cortes de la ciudad de León en nombre de ella, nos fue hecha relación, diciendo, que Pedro de la Vezilla Castellanos, vecino y natural de la dicha ciudad, había compuesto un libro en verso, que trata de la antigua fundación de aquella ciudad, y de los martirios de san Marcelo y sus doce hijos, y de otros santos naturales de ella, con las cosas memorables que desde su principio han sucedido hasta estos tiempos: en lo cual se había ocupado largo tiempo con mucho estudio, y gran trabajo. En cuya consideración el ayuntamiento de la dicha ciudad deseaba que alcanzase el premio que de tales obras se merecía, y que la obra salga a la luz, para que se renueve y florezca la memoria de su antigua lealtad y nobleza. Suplicando nos mandásemos ver el dicho libro de que hicisteis presentación, y siendo tal diésemos licencia y facultad al dicho autor para lo poder imprimir, con privilegio para ello por veinte años, o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los del nuestro consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la pragmática por nos hecha sobre la impresión de los libros dispone: fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos en la dicha razón, y nos tuvimos lo por bien. Por la cual amos licencia y facultad al dicho Pedro de la Vezilla Castellanos, para que él, o la persona desde el día de la fecha de esta cédula en adelante, so pena que la que su poder tuviere, y no otra alguna pueda hacer imprimir y vender dicho libro que se su fe hace mención en todos estos nuestros reinos de Castilla por tiempo y espacio de diez años primeros siguientes, que corran y se cuente desde el día de la fecha de esta cédula en adelante, so pena que la persona, o personas que sin tener para ello su poder lo imprimiere, vendiese, o hiciere imprimir o vender, pierda la impresión que hiciere, con los moldes y aparejos de ello, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acuse, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para la nuestra cámara y fisco, con trato que todas las veces que se hubiese de hacer imprimir el dicho libro durante el dicho tiempo de los dichos diez años, se traía al nuestro consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana, y firmado al fin del de Juan Gallo de Adra da nuestro escribano de cámara de los que residen en el nuestro consejo, para que se vea si la dicha impresión esta conforme a él, y se le de licencia para poder vender, y se tase el precio a como se hubiese de vender, so pena de caer e incurrir en las penas en las dichas pragmáticas contenidas. Y mandamos a los del nuestro consejo, y a otras cualesquier justicias de estos nuestros reinos, que guarden y cumpla y ejecuten esta nuestra cédula, y todo lo en ella contenido. Fecha en Madrid a dos días del mes de marzo, de mil y quinientos y ochenta y cuatro años.

YO EL REY.

Por mandado de su Majestad. Antonio de Eraso.

S.C.R.M.

Del temor que tienen los que suele dar sus obras al vario juicio del vulgo, me tocó tanta parte, que no hallé quien este recelo me quitase, sino es la voluntad que he tenido de ver salir a la luz los olvidados sucesos y heroicos hechos de valerosos varones en armas, e invencibles pechos de santos mártires del antiguo reino de León, y que Vuestra Majestad los viese: pues bastará solo esto para que del todo queden reparados de la injuria que del olvido y tiempo hasta aquí han recibido. A V. M. como a natural señor ofrezco esta pequeña obra, por que pueda valerse de las objeciones que poner se le pueden, y si mi caudal no fuere igual al deseo, la real clemencia de V. M. me perdonará, a quien humildemente suplico la acepte, que de esta suerte ella quedará favorecida, la leal ciudad ufana, y yo de mis largo trabajo remunerado. Nuestro señor la S. C. R. de V. M. Oc.

S. C. R. M.
Humilde vasallo de V. M.
Pedro de la Vezilla Castellanos.

Prólogo.

En todas las obras de entendimiento (que son las que propiamente-te, deben llamarse del del hombre por nacer de tan noble principio) dos particulares circunstancias suele disminuir su valor o encarecer-le. La primera y en opinión del vulgo la principal, la cualidad del autor: la cual si en cuanto se dice y hace es importante, mucho más los negocios de historia; donde el buen crédito del autor hace rostro a las lenguas enconadas de los mofadores, despierta las memorias de los curiosos, persuade sin más razón ni testigos las novedades, y aun algunas veces las no verdades y quimeras de su ingenio. Es más de esto segura muestra la experiencia, pues es en muchas obras, si con ojos limpios las miramos, no hallaremos otro valor, ni ser, sino el de aquel que las hizo. De fuerte que cual castillo viejo sin alcaide que a pedazos se cae, y por tantas partes puede ser entrado; así si a las tales el amparo de su autor les faltase, a la hora se vería, cuan a pedazos se caerían, y por cuantos portillos la lengua de los maldicientes hallaría en las verdades, ora vituperando el estilo, ora descubriendo en lo más centrado y puro el hurto del trabajo ajeno, y otras faltas y notas infinitas para las cuales halla el que quiere decir mal el campo abierto. La segura circunstancia que suele considerarse, y la que había de ser en rigor la primera, en la sustancia de la misma obra, y la materia de ella: a la cual ordinariamente atiende los curiosos, cuando no es el autor muy conocido. De estas dos condiciones, tan importantes, para que las historias merezcan ser leídas, ya que este mi pobre trabajo le pudiera favorecer la segunda le ha faltado tan por entero la primera, saliendo tan desnudo de favor, por la poca opinión y crédito de su autor, que con mucha razón me temo haber plantado castillo sin alcaide, viendo ir mi libro cual nave engolfada en alta mar, suelta a la furia de las olas, y a los continuos contrastes de los vientos, necesitada del gobierno del piloto con conocido peligro de correr fortuna, aunque por otra parte espero, que ya que mi temeridad merezca ser reprendida, no por eso no ha de quedar defraudado de todo galardón mi trabajo, pues no sería justo habiendo aventurado yo mi caudal (aunque con tan poco seguro en el común servicio de mi patria. La cual aunque al principio crie muchos señalados varones que con ingenio y letras la ilustran, y así más obligados que yo a resucitar las memorias muertas de este reino, y a vengar del olvido las antiguas hazañas de sus pasados (si quiera para esforzar con el acuerdo de la virtud y valor de los presentes) y tanto esta obligación, mayor, cuanto lo son las ventajas que tienen para poder hacerlo. Veo en ellos cuanto a esto un tal licencio (si grande muy más y más injusto) que entiendo, si bien se mira, no debe ser juzgado menos digno de reprensión su descuido, que mi atrevimiento. Por que quien es es el hombre tan rebelde a los beneficios que la naturaleza ha recibido, tan ingrato al suelo que le sustenta, y al cielo que le cubre, y al aire non que respira, que habiendo le Dios dado por segunda madre a su patria, donde gozó primero de la luz y tesoros que descubre el sol en este alto y bajo tan maravilloso del mundo, no le mueva el amor y ¿cariño de su segunda madre? Y le duela en el alma ver su corona deshecha, y sus muros rotos, sus antiguos solares de nobleza gastados, tantos despojos de valerorísimos capitanes cubiertos de polvo, y ¿tantos túmulos de católicos reyes por los rincones? ¿Pues que si ponemos ojos en lo principal? Ver sus templos caídos, tantos santos sus naturales, y de una misma cepa tan olvidados, cuya sangre derramada por cristo en la tierra da voces, y de un torpe silencio se queja al cielo, que los más celebres lugares de España se hayan enriquecido y hecho famosos con cuerpos de mártires leoneses, y entre los peregrinos y extraños sean adorados sus huesos, y reverenciados sus nombres y que solo al ingrato León le haya de tal suerte ocupado el olvido, y desamparado el cuerpo, que en ninguna parte sean menos conocidas nuestras riquezas que entre nosotros. Riñen y altercan los otros historiadores lisonjeando en ellos sus patrias, sobre si los cuerpos de santos que tienen sus templos sean naturales, y ciudadanos nuestros con deseo y codicia de que el santo que defendiere sus muros y vidas demás de ser santo, sea de León natural y traiga de este cristiano tronco su descendencia, y que todas estas alteraciones y riñas tan santas no sean bastantes a despertarnos y hacernos que defendamos la gloriosa memoria de lo nuestros de la injuria del tiempo y del afrentoso olvido de sus hazañas. Verdad es que todos los naturales de mi patria fueron siempre más aplicados al ejercicio militar de las armas, que a la quietud y sosiego de las letras, las cuales aunque para la conservación de las repúblicas muy necesarias (por que lo que el poder de las armas adquiere el saber de las letras lo conserva, y como la fortaleza sustenta la guerra así la sabiduría mantiene la paz, y ambas a dos, cosas tan importantes para asegurar la vida y el sosiego del hombre) contado eso entre tantas armas como las que en León ha siempre habido no es maravilla que no hayan alcanzado lugar donde cumpliesen; pues son tan diferentes ejercicios jugar la espada y ejercitar la pluma. Y si ahora en la próspera y cristiana paz que en el amparo y tutela de nuestro católico rey gozamos, hay en este reino personas que con mayor gloria y menos trabajo suyo pudieran escuchar la pesadumbre del mio; justo será que su descuido y negligencia sea notada y aún, y que mi buen celo y sano ánimo con que ofrezco este pobre don a mi patria supla los defectos de él, y a mi me disculpe del haber emprendido materia desigual a mis fuerzas, pues en las en las cosas dificultosas y grandes aunque no se salga con ellas, solo el haberlas esforzadamente acometido merece premio y galardón honroso. Cuanto más que si es verdad aquello que decía aquel príncipe de los filósofos interprete de la naturaleza Aristóteles que debíamos los hombres mucho a los que erraron por que nos enseñaron a acertar, y el ver que tropezaron ellos, nos sirvió de aviso para que no cayésemos nosotros; no me podrá por lo menos negar esta deuda de mi patria, que de los errores y defectos míos podrán sacar seguro acertamiento los que quisieren emplear el tiempo en escribir historias de sus pasados y dar nueva vida a los que ha sepultado el olvido. Que pues fue León a donde se volvieron a resucitar las armas, y a rechazar los ánimos atribulados con la miseria y desventura que la total destrucción de España les había quedado, quien puede negarse que él no fuese el crisol donde el valor de los cristianos pechos se purificó en el servicio de sus reyes, y en el argumento de su patria: y de esta ingratitud quejosos, su muro habla, las altas sierras, y los humilde valles a despecho del tiempo va mostrando lo que el descuido de los autores ha querido callar. Pero dejado esto, aunque aunque en la historia el principal requisito es la verdad, la cual suele compadecerse mal con la licencia y libertad de la poesía, donde lo que principalmente se intenta es el deleite, va aquí tan diferenciado lo que es artificio y ficción poética de lo que es real y verdadera historia, que no tendré necesidad de señalar con la pluma cosas tan menudas y tan notorias, ni menos en las verdades de citar a los autores, cuya historia sigo, y las tradiciones tan recibidas, que trato, pues no sustento opinión hubiera, ni escribo novedades extraordinarias, que el contar por hijos del valeroso Marcelo los dos gloriosos soldados e invencibles mártires de Cristo Facundo y Primitivo, no es razón lo se a quien le contaré así de la tradición antigua y voz común de nuestra ciudad de León y la villa de Sahagún, que en tal caso tanto puede, como de los manifiestos testimonios que en los dos antiquísimos monasterios de la orden de san Benito del uno y otro pueblo el día de hoy se ven: lo cual me fuerza a que en esta parte me aparte del doctísimo Ambrosio de Morales siguiéndole de ordinario en todo lo de más, como a quien también lo merece. Concluyendo pues, no más de que no pretendo contarme entre los historiadores graves que en cosas de nuestra nación como tan hazañosas ante si se han podido entender, ni tampoco trato ser del número de los poetas famosos que en su arte han hecho que España no de a Italia la ventaja, pues para esto me falta la viveza de ingenio tan importante, como para aquello la experiencia del tiempo tan necesaria, y para lo uno y otro las letras, estudios, y variedad de lenguas que así ayudan a perfeccionar en extremo un buen natural. Solo quiero ser tenido por un humilde historiador poético, o poeta histórico, imitador y aprendiz de aquellos que han usado de su poesía para escribir cosas memorables, que enciendan los ánimos de los suyos, y los levanten al cristianismo culto y reverencia de los santos, y al honroso ejercicio de las armas, a la defensa de su santa ley, y al leal servicio de su rey: y que juntamente estime mi patria en esta pequeña prenda de amor mi celo, y los hombres doctos mi honesto trabajo, midiendo la rudeza de mi obra con las pocas ayudas que para ella he tenido, y con el ardiente deseo que me queda, no siendo desfavorecido mi sudor de emplear mis fuerzas en emprender cosas mayores.

DEL CAPITÁN Tristán de Obregón y Cereceda, regidor de la ciudad de León, a Pedro de la Vezilla Castellanos.

REDONDILLAS.
La corona que pusistes
A León, vos la mostrastes.
Pues en lo que del dijistes,
De punto tanto subistes
Que a todos atrás dejastes.
Más dejáis nos muy ufanos,
De que en solas vuestras manos
Hallase el mundo ocasión,
De ver triunfar a León
Con honra de castellanos.
Dicen que nace el León
Muerto, y muy enternecida
La madre, con triste son
Le penetra el corazón
A voces dando le vida.
Al revés hace aquí tanto
Castellanos no con llanto
Que a León su madre muerta
La revive y la despierta
Con la voz y eterno canto.

Del doctor Hieronimo de Reinoso, a la ciudad de León.

SONETO
Levanta el real cuello y generoso
Excelso León con tal bramido,
Que en todo el orbe se oiga tu sonido,
No solo en este monte y valle umbroso.
Deja ese asiento estrecho (aunque sabroso)
Que entre fresnos montañas has tenido,
De cristalinas fuentes el ruido
Olvida, y canto de aves sonoro:
Muestra al mundo tu frente laureada
De una guirnalda, donde se ve tejida
Humana gloria, y casos soberanos,
Por castellanas musas fabricada,
Digna; que al sumo cesar ofrecida,
Fama ofrezca inmortal a castellanos.

De Hernán González de la Vezilla hermano del autor, a la ciudad de León. Aprobación.

SONETO
Si, haber León fundado el egipciano
Trimegisto tu antiguo y alto muro,
Si, ver que eres de Marte amparo duro,
Y gran colonia del poder romano:
Si, ver que has dado al fértil suelo hispano
De santos tuyos un tesoro puro,
Te da contento, y verte ya en seguro
Silla real de la española mano:
Vuelve, y verás, que estando la memoria
De tus triunfos, valor, y fama rara
Tras ciegas sendas y confusa lumbre,
El claro leonés con nueva gloria,
Venciendo al tiempo, y a la fortuna avara,
Te ilustra y sube a la estrellada cumbre,

DE PEDRO DE LA MATA a la ciudad de León.

SONETO
León que has tantos reyes producido,
Y tantos reinos has recuperado,
El real pecho muestra levantado
A donde no ha jamás temor cabido;
Muestra nos el gallardo cuello erguido
Con mil ricos trofeos adornado,
De victorias insignes que has ganado,
Que no pudo encubrirlas el olvido.
Alégrate de hoy más, ciudad dichosa
Y gocen se tus nobles ciudadanos
Coronados de lauro victorioso,
Pues el de la Vezilla, castellanos
Te deja, con su verso sonoro-so
Desde él hice al antártico famosa.

Del licenciado Julián de Salazar, a la ciudad de León.

SONETO
Real León, que tantos siglos mudo
(No sin misterio) se ha tenido el cielo
Cubierto siempre de un cerrado velo,
Y el cuello preso con estrecho nudo.
De hoy y más triunfante, del silencio rudo.
Podrás salir al mundo sin recelo,
Pues ya se muestra que en tu patrio suelo
Llegó la fama al término que pudo.
Vuele tu nombre de uno al otro polo,
Y, en los futuros tiempos quede impresa
La gloria y el valor de los hispanos,
Pues te celebra cual un nuevo Apolo
Con raro ingenio digno de esta empresa
Pedro de la Vezilla Castellanos.

Del capitán Alonso de Tobar al autor.

SONETO
Si eterna fama y gloria ha merecido
Rómulo, por que ha dado ser a Roma,
Y entre las nubes la cabeza asoma
Con su Cartago la Sidonia Dido:
Si de Troya valor se ha difundido,
Por que su voz el mantuano toma,
Y Homero ensalza el bando que la doma,
Clavando en la fortuna su apellido,
No menos, que ellos con honroso punto,
Merece el que a León tal lustre ha dado,
Que entre los inmortales se coloque,
Y en castellanos y leoneses junto
Un solo nombre suene laureado,
Sin que potencia humana lo revoque.

De Antonio de Obregón y Cereceda, canónigo de la santa iglesia de León, al autor.

SONETO
Por haberse las musas en cuadrilla
Huido del furor de Marte airado
Estuvo largos siglos sepultado
El gran valor de la leonesa silla,
Hasta que el claro honor de la Vezilla
De la ley de su patria aficionado
Con tal estilo le ha resucitado
Que el arte agrada, el verso maravilla,
De aquí cogerá flores el discreto,
El pío ejemplos, y doctrina santa,
Y el belicoso término de guerra,
Y el grave autor por el trabajo acepto,
Que la fama en su s alas lo levanta
Premio del cielo, y la gloria de la tierra.

ENMANUEL CORREA, Corrector, a los poetas, y poéticos lectores.

SONETO
O ves los que habíais el fresco asiento
Del pindo, y del parnaso celebrado,
Y gustáis el licor tan estimado,
Que en los pechos infunde sacro aliento:
Y vos los que ponéis solo el intento,
Siguiendo el común curso más usado,
En ver ajenos versos, que el cuidado
Al pecho alivia, alegra el pensamiento:
Volver el curioso rostro, y paso
Ala antigua León, a quien satura
De aguas, e ingenios dio tan rica vena,
Que su licor excede al parnaso,
Y el grave Castellanos deja oscura
Con su voz la que el patrio Mancio atruena.


En Valdecesar, que es en la encartación de Curueño, cinco leguas de la ciudad de León, se hallaron, y están estas letras, no en lisos mármoles entallados, sino en la dureza de tres peñas, como aquí se muestra. Me pareció ser justo ponerlas en este lugar: así por no hacer agravio a su antigüedad, como por el origen y motivo que me dieron para la historia de Curieno, fuera de la tradición que de ella hay.

Texto-uno Texto-uno Texto-uno


CONTINUAR. Cantos: I-II-III-IV y V

CONTINUAR. Cantos: VI-VII-VIII-IX y X

CONTINUAR. Cantos: XI-XII-XIII-XIV y XV

CONTINUAR. Cantos: XVI-XVII-XVIII-XIX y XX

CONTINUAR. Cantos: XXI-XXII-XXIII-XXIV y XXV

CONTINUAR. Cantos: XXVI-XXVII-XXVIII y XXIX


El mapa de la España del siglo XVI.

España-siglo-XVI-Castilla-León Todos los reinos de la península Ibérica pertenecientes a las coronas de "Castilla y de León", llamados reino de Castilla para abreviar su largo nombre.


Ir-principio-folio-grande