Fachada principal de la Basílica de San Isidoro, Donde destaca la efigie de Santiago Matamoros, el cual portaba en la mano derecha una espada (retirada por que políticamente no es correcta).
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En el cual sale el valeroso rey Don Ramiro de Alvelda (Albelda) a dar la batalla al pujante rey Abderramán de Córdoba y de lo que paso antes de ella en los dos campos. Y de la grandísima furia, con que por ambas partes se comenzó, hasta que los cristianos puestos en huida se acogieron a la sierra de Clavijo, donde vieron la bandera del señor de la casa de Villalobos, que sola se había librado de la sangrienta batalla.
Favorezca el altísimo a mi intento, Que de su aliento voy necesitado En la braveza grande, y movimiento, Que el mundo trajo en torno alborotado Contra el noble y católico convento Que esperando en Alvelda está reforzado La multitud de bárbaros feroces Que vienen pregonando hechos atroces.
Que si cansado, como estoy, me atrevo A entrar por un turbión de armas furioso, Será desfallecer en lo que debo, Sin ver el fin de caso tan dudoso; Más si el sumo señor en este nuevo trabajo, me aspirare victorioso Saldré, mostrando al mundo el valor raro De don Ramiro de León amparo
Que no poco ha que a su excelente pecho Y rostro augusto ofende el caso horrendo Del vergonzoso e indecible estrecho Que estuvo el reino antiguo padeciendo. Y como quien procura su provecho Con voluntad y obra está entendiendo En sacudir y echar del real cuello El fuero infame, o padecer por ello;
Habiendo pues la infiel, inicua gente Atravesado con de-nuevo fiero De la fértil Vandalia, la corriente Donde a Ebro el claro Iruega (Iregua) da su fuero. Con mayor confianza y furia ardiente, Que estimuló jamas pecho guerrero, Ha hecho alto la feroz canalla Para meter sus haces en batalla.
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E ínclito Ramiro en esto sabe De todo lo que pasa nueva cierta Y con gallardo brío, y muestra grave Los suyos valerosamente alerta; En quien tan singular contento cabe De ver que libertad llame a la puerta, Que no hay quien golpee en contra de ella crea, Aunque en turbar-lo el vil temor provea.
Más, ¡oh valor cristiano!, cuanto engaño En tan justa esperanza os engañaba, Que primero que el bien veréis el daño, Que vuestras bravas armas derribaba, A los pies del furor bárbaro extraño En lugar del vencer, que se pensaba, Y las valientes muestras, que vais dando No hay ir funesto agüero adivinando.
Que en el mover el cuerpo y dar las manos Con animoso esfuerzo a espada y lanza En el percibir, y mandar ufanos Hacía el suceso cierto la esperanza. Más caduco ser de los humanos, Cuan de lo por venir poco se alcanza, Pues a vuestra intención tan justa y alta Suceden muertes, la victoria falta.
Siendo llegado el temeroso día Que había de darse la cruel batalla, Con paso tardo el sol se descubría Que teme con su luz manifestara; Y turbado y sangriento parecía Lo poco que se vio, por que ocultarla Quiso tras un nublado oscuro y triste, Que a ver el doloroso mal no asiste.
Salen de un puesto y otro los guerreros, Des-cogidos al viento los pendones, Cual lucientes espejos los aceros Que llevan valentísimos varones. Aquí la infantería, y los ligeros Caballos por allí, en sus escuadrones Marchan en orden hasta que se vieron, Y el presuroso paso suspendieron.
Miran los Moros hacia nuestro bando Gran orden, poca gente, y extremada Con diferentes armas, rutilando, Y rico adorno, y muestra denodada, Los cristianos en ellos contemplando Aunque es la fuerza de áfrica sumada, La multitud que ondeando resplandece, Muy poca a su deseo les parece.
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Y no por esto dejan de ocuparse Con la vista sacando gusto de ello, En los lejos que hace el variarse, Tanto turbante, y blanca toga en ello, Y ricos capellares derribarse Sobre marlotas de escotado cuello, Campeando adargas, reluciendo escudos, Nervosos brazos la mitad desnudos.
Mirad si el corazón seguro estaba, Que en esto reparaba en tales veras; Por que la muerte a ojo amenazaba; Con desigual poder y fuerzas fieras, Que rebramando recogida andaba, Esperando a mezclarse las banderas, Para segar a diestro y a siniestro En favor del contrario al campo nuestro.
Yo por mi parte temeroso de esto, Quisiera suspenderme y darles plaza Más no me da lugar el bravo y presto Ramiro, que el temor no le embaraza; Que va sin caso recelar funesto Sobre un caballo de escogida raza, Rucio, rodado, hondo, y de engallado Cuello, con ancho pecho relevado.
Cubren el real cuerpo armas doradas Con leones de plata coronados, De ella las sobrevistas remanadas Y unos bastones de oro eslabonados. En la celada plumas aplicadas Subiendo van en trozos ordenados, Que los gallardos miembros hermosean, Y los ojos por ellos se pasean.
Lleva a su amado príncipe a la diestra, Que vivos rayos de las armas vierte, Y en invencibles años bello muestra Gracioso brío y un de-nuevo fuerte; El gentil Don García, a la siniestra, Mano, se halló con admirable suerte, Y un bando de prelados acompaña Aquel raro valor que ilustró a España.
como ya el pelear-les es notorio, El rey de este escuadrón al otro guía, Que en orden puesto Don Luis Osorio Con destreza y cuidado lo tenía, Y cual Viriato, o el feroz Sertorio, Cuando el poder romano los tenía, Se muestra armado, y en la fuerte mano Un bastón fuerte con que rige ufano.
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Las trompetas y cajas resonaron Que fueron con aplauso grande oídas. Los bravos capitanes se humillaron Firmes sus hileras no partidas; Los banderas que al rey son abatidas; Y como va de hablar señal haciendo, El silencio al rumor fue precediendo,
Con gruesa voz con ojos amorosos, Mostrando ser de fortaleza escudo, Dijo, fuertes soldados valerosos, Si la razón, que aquí juntaros pudo, Miráis, y revolvéis en los fogosos Pechos, veréis que a cada cual agudo Puñal el suyo tiene atravesado Sin que nadie hasta aquí la haya quitado.
Mauregato cruel y fementido, Que diabólica mente impuso el fuero, Cuchillo duro y penetrante ha sido Que pasa el alma, sin que valga acero, Y ha dejado todo el reino herido Con deshonor y con tormento fiero, Pues quien este dolor no expele a fuera ¿Con hierro hasta vengar su rabia fiera?
Como el que está llagado mortalmente Que el trozo dentro de la llaga tiene, Y por vengar su daño no consiente Sacarle que el aliento le detiene; Así hacer a nosotros justamente, Con la cruda herida nos conviene Después que la venganza sucediere, Viva quien, viva muera quien muriere
Esto dejando a parte, que bastará Si causa más no hubiera de venganza, Otra razón urgente queda clara, Para cebar en lleno nuestra lanza, Que está aquí junta la nobleza cara, Que toda mi real corona alcanza, Y en nuestras manos la salud, o brasa Del patrio suelo, y la sabrosa casa.
Mire y advierta, el corazón seguro Que se da estas batalla que esperamos. A cada uno sobre el patrio muro Donde los maternos llantos escuchamos, Y a mujeres y hijas en el duro Combate, y nuestras vidas rescatamos, Y que la libertad, de donde nace Más que perlas, que plata y oro aplace,
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Cada cual será un Decio en conservarla Por Dios, y el claro honor de las españas, Que yo seré el primero en la batalla. Contra las fuerzas líbicas extrañas, No nos espante ver de esta canalla Alzar el llano bárbaras montañas, Que es gente desarmada, baja y loca, Y sin valor y de experiencia poca.
Que no consiste en multitud la gloria Del vencer, sino en fuerzas y justicia; Poco oro es más que gran montón de escoria, Que al buen concierto multitud desquicia; Y aquel que Gedeón dio la victoria Contra un millón con pocos de milicia, Y a Sansón contra bravos filisteos, Dar nos podrá los bárbaros trofeos.
El puede derribar esta caterva Que en algazaras se les pasa el hecho, Y la soberbia y ambición proterva Rendirla a la razón puesta en estrecho; Asegurando toda suerte acerba Y el virginal y lamentable pecho Quedará ejemplo, y se verán ufanas De nuestros viejos las nevadas canas.
Aquí acabó lo que diciendo iba Con tal valor que por la atenta junta Nuevo esfuerzo sembró con fuerza viva, Tanto que a la obra por saltar despunta Para dar bravos en la gente esquiva Rompiendo lanzas de acerada punta. Y viendo el rey su belicoso fuego Contento a su escuadrón se vuelve luego.
Al mismo tiempo por la otra banda El Cordobés los suyos visitaba, Y con solicitud entre ellos anda Con los reyes de quien se acompañaba; En esta parte ordena y allí manda Lo que más en el caso le tocaba; Y cuando en orden todo estuvo puesto En estas breves razones ha propuesto.
Ya que señores, la póster jornada Tenemos hoy a vista de los ojos Pues espera la gente bautizada, En quien se han de cebar nuestros enojos, N o miremos su poca copia armada Ni lo que nos prometen sus despojos, Sino que el reino y tributaria tierra Se nos promete en esta breve guerra.
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Y que aquí ha de quedar su rey muriendo Por no querer pagar las cien doncellas, Su pequeño poder no conociendo, Ni el grande nuestro para no perder-las Aun que el cielo se vaya del doliendo Con próspero influir de las estrellas, Por que su fuerza con la nuestra mucha Es chico el año con gigante en lucha
De la famosa Córdoba tenemos Su más fuerte gallarda y brava gente; Su más fuerte gallarda y brava gente; Del celebrado Betis poseemos Gran número de fuerza vehemente; De Granada la bella conocemos Cuantos saben mostrar osada frente; De Carpetania la potencia viene Con la que Zaragoza cría y tiene.
Con mucha de los términos cercanos En armas diestra y en la guerra fiera Sin los prestos caballos africanos De quien se va ocupando la ribera. Mirad de los contrarios tres cristianos Que en vano osaron arbolar bandera, Y con ostentación piensan librarse Y en escuadrón cerrado conservarse.
en efecto resumo lo que digo, Valedores, amigos, y parientes, Que por nosotros se haga tal castigo Que sea terror a las estrechas gentes, Y pues no hay sin la victoria abrigo Y esta la ganan ánimos valientes; No más, que la trompeta ya nos llama Y está esperando nuestro obrar la fama.
Dice y al funesto arremeter a prisa Manda en tropel a la canalla horrenda, Y que cual banda de langosta espesa Por las no bien maduras mi-eses hiende, Parte y por llano y cuestas donde atraviesa No deja abierta una pequeña senda. En esto viene ya el cristiano bando Con gran concierto y ánimo cerrando.
Solo en bellos venir ruega olvida Llevar el curso natural, que suele, La enramada cabeza zabullida, Antes que el daño que amenaza, asole Tanto escuadrón de gente esclarecida Y quisiera volver según se duele A su fuente y dejar seca la arena Para el sangriento humor que sale ordena.
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Las unas y otras haces, tiempo siendo Ejecutan el ímpetu enojad; Añadirles el aire van rompiendo, Y tambores, de aquel y de este lado; Van en un nublado espeso revolviendo De saetas y flechas espesado, De suerte que si Febo allí saliera su rayo por la sombra no rompiera.
Y al fiero declinar sobre el terreno Muchas fueron causando muerte horrible Tras estos mensajeros tropa en lleno Con presteza y furor incorregible El choque general, que el duro seno Al vario parecer dejó movible, Y aquellos riscos de áspera gargantas, Con hondos valles, y sombrosas plantas.
El clamor resurtió bramando en vuelo Donde no sube de truenos el fondo; Y no fue nada por que estuvo el cielo Para caer abajo conmovido, Y trastornar a Apolo por el suelo, Que un rato cual Faetón se vio perdido Hasta que aquel terrorífico tumulto Se resumió de todos en un bulto,
Pasa cual rayo la caballería La tierra arando las herradas uñas La muestra tan cerrada arremetía, Que rompe y llega por las medias lunas; De allí el furioso ímpetu calla Dando en un monte de armas inoportunas De hombres y de adargas, que bastaron Turbar, el raudo curso que llevaron.
Quedan pechos con pechos los caballos Después de que las lanzas se perdieron ¿Sin poder con destreza manejar-lo? Gran cantidad sin dueños se sintieron, Que muerte atroz dio furia en derribar-los Por el tropel horrendo donde dieron, Y entre silvestres pies que los pisaban El nombre y dulces vidas olvidaba.
¡Oh sumo Dios!, y quien será bastante A referir la fuerza diamantina Con que este da la mano a la tajante Espada fiera, a que la damasquina El otro a maza para el arrogante Mozo que con alfanje se ameniza Probando el brazo armado y el desnudo Pasar la adarga y el más fuerte escudo
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Los de a pie por su parte abriendo puerta Por lo que más cerrado y firme estaba, Quedó la voluntaria grita muerta Y la forzosa triste reavivaba, Cuando un tropel al otro desconcierta Y vuelve atrás aquel que lo llevaba Y reforzado lo revuelve y saca Cual las ondas del mar en la resaca.
Por todas partes la trabada guerra Que siempre se iba más encrudeciendo, Muestra tanta braveza que la tierra De llanto sangre y muerte va cubriendo. Que aquí del cuerpo el cuello se destierra Y allí la mano y pierna va cayendo, Y a cada paso el pecho abierto dando. El corazón y entrañas palpitando
¡Oh terrible furor!, crueldad extraña Jamas visto pelear y martillarse, Donde andaba junto lo mejor de España, Con lo que pudo de áfrica juntarse. Quien podrá con la pluma en vuestra saña Y viva furia un poco dilatarse, No yo que siento, que el furor insano Me la arrebata y quita de la mano,
Que heroicos hechos hacen los leoneses Hiriendo recio en la proterva banda, bardulios, vizcaínos, y Alaveses, Muerte por donde pasa se demanda, cántabros y valientes montañeses, Mostrando gran valor cada cual anda, guipuzcoanos, gallegos, y asturianos Encienden fuego, y fuertes lusitanos.
Viendo Moros la áspera defensa De aquellos, que en tan poco antes estima Cobrando más coraje de la ofensa, Con soberbia algazara se arraciman Unos con otros con braveza inmensa, Acometen, encuentran, y lastiman, Rompen, desmallan, hieren, y maltratan, Esparcen, llevan, estropean, y matan.
No de otra suerte, que en el mar airado Entre revueltos vientos se combate, Que cada cual con soplo redoblado Las alas con vehemencia grande bate, Hasta que el vencedor solo ha quedado, Que pasa de rondón por el que abate, Y por suyas las olas gobernando Las encuentra, baraja y va azotando,
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Y aún tan fieramente el bando horrendo El nuestro arrebatase y deshiciese. Que trillando por él pasa hendiendo, Y un robusto escuadrón y otro rompiese Y con fieras heridas imprimiendo De varias formas muertes anduviese, No teme daño propio, aún que lo vean, Que por Dios y su patria y ley pelean.
Con tanto estrecho y rigurosa cuenta, Que la pluma rehuye el seso espanta, Y el corazón en si mismo revienta, Sin proveer de aliento a la garganta. ¡Oh caso amargo! , mortandad sangrienta Ver que por las doncellas (causa santa) Fuese la sangre que vertían por ellas Y gual, a la razón de defender-las.
Que allí la real sangre se derrama, Que valerosa muerte se ofrecía, A culla, muerte a dosmil nobles llama, Que en cambio del vencer se pretendía, Y a los sacros prelados y su fama Acabar la feroz bando quería, Y hundir en el turbión de sus crueldades Ricos hombres, y graves potestades.
Que estuvo para ser esta batalla De la de Guadalete un fiel triunfo, Pues se vio a pique la feroz canalla De asolar el cristiano reino junto, Sin bastar fuerza ni acerada malla, Ni de valor, el verdadero punto, Según de aquí y de allí los despedaza, De muerte hinchiendo la sangrienta plaza.
Grave dolor me aflige y me rodea Y lleva por cuidados divertido, Que casi todo el día se pelea Y esta el bárbaro campo preferido. Quien ya en seguro el caso triste otea Considere y revuelva en su sentido, Que andaban en el mar de acerbos males De los que hoy somos, los originales.
Por que en el peso de esta tan sanguina Batalla estará en la africana mano Acabar la nobleza vizcaína Y cuanta ciñe el reino castellano Con la que en lusitania se avecina, Y Galizia y el término asturiano Pues del contrario fin de a que esta guerra, Volvía perderse la cristiana tierra.
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Viera-se a no torcerse esta fortuna Del Vigil y Quiñones la luz pura En la casa ilustrísima de Luna ¿Dónde el valor y nobleza se asegura? Dejará esta ocasión tan inoportuna Que al ánimo confunde y la cordura, La antiquísima sangre de Minerva ¿Qué en Ponces de León hoy se conserva?
De que pudieras di León gozarte, Si todo el mal que amenaza cayera, ¿Ni mi verso ni otro celebrarte? Antes perpetuo olvido te cubriera. Hubiera en ti Guzmanes, a quien Marte Del Bretón duque trajo en tu ribera Que de la real planta echó en tu suelo ¿Ramas, que tocan su grandeza al cielo?
Viera-se en ti la silla y los blasones De Osorios nobilísimos, que han sido. Los que con valerosos corazones ¿Te han en mil aprietos socorrido? Y de Acuñas clarísimos varones Las reliquias de haberte residido, ¿Con las de Pimenteles lusitanos Condes de Benavente honor de hispanos?
Ni en ti Barbas ni Flores celebrados Hubieran su renombre conservado; Ni Garavitos con razón loados, Que en guerras tanta sangre han derramado;Villasimplices fueran olvidados, Ni viviera el tiempo senda ya dejado De Lorenzanas, con Normandos fieros, Y en Malta y Rodas bravos caballeros.
¿Conservaran su nombre los Vanderas De los Ponces su casa derivada? ¿Ni Villafañes, que en las guerras fieras han señalado con valor su espada? Quedarán Villagomez y Ferreras, ¿Y Morgovejos gente celebrada? Ni los Villarrueles en las lindes, ¿Diestros y generosos Benavides?
Vivieran los Cansecos en su seno ¿Y, Cifontes, Rabanales? Y los Getinos, y de Vegas lleno ¿Estuviera, y Bernaldos principales? Ocuparan Padiernas su terreno, Y hubiera de Mirandas las señales, Y de Villamizares, que quedaron, ¿Y tanto con el rey don Juan privaron?
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Hubiera Santisteanes famosos. Con su León, y flor de su partida. Ni los Robles varones valerosos De sangre noble y casa conocida. Quedarán los Omañas Generosos ¿Ni los Vacas de sangre esclarecida? Viéramos de Quijadas la nobleza, ¿N el de tener al del Carpio por cabeza?
Y Gavilanes, Meres, Castañones De solar conocidos entre solares En León trasladaran sus blasones Ni reinos, Oblancas, Llamazares, Quiroses, y Cotillas, Obregones, Valderas, Vallecillos, Salazares, Tobares, Castros, los de Aller y Llanos, Quevedos, la Vecilla y Castellanos?
Que en este hervir, caer, y morir gente, Estruendo de armas, grita, afán y duelo, Quien había de pensar volver la siente ¿Con vida al patrio y perseguido suelo? No mejor suerte en los demás se siente, Que todo rueda con turbado cielo Y fuera el más seguro estado de ello El clavo al rostro y la cadena al cuello.
Iban delante de braveza llenos Abencay con animoso brio, Y el soberbio Abenlope abriendo senos Y cuerpos dando a su mortal reposo; Abohali el gallardo no hace menos Que el que más muestra el brazo valeroso; A Baceres y Ambroz no hay resistencia, Que hieren uno y otro en competencia.
El fiero Ambroz con ánimo arrogante Dijo a Bucenes revolviendo el gesto, Quien fiera tan cobarde o ignorante ¿Qué en tal jornada no se hubiera puesto? Viera-se como ahora estar triunfante De todo el bautizado y frágil resto, Teniendo por acuerdo más seguro Creer de Ores el parecer maduro.
Esto dice soberbio, y braveaba Al fuerte viejo Ores menospreciando, Que con su rey no lejos de él pasaba Con destreza y esfuerzo peleando. Y como quien de veras deseaba El huir su antiguo crédito aumentando, Haciendo por donde pasa ancha carrera, A Abderramán hablo de esta manera:
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Que este corvo alfanje, que mi diestra En tu servicio, con amor gobierna, Ser para paz y para en guerra muestra No para vida regalada y tierna: En próspera fortuna y en siniestra Pretende fama conquistar eterna, Haciendo a muchos bravos gran ventaja, Que ya las armas tengo por mortaja.
Oye lo que dice el rey atento, Que diestro andaba su poder haciendo, Doblando-le el placer del vencimiento, Que se daba de su banda descubriendo, Ya Enibala y a Muza que el sangriento Destrozo con hervor van prosiguiendo, Con Zeti que furiosa mente enseña Ser viento en el alcanzar, y en sufrir peña.
De aquella suerte braveando iban Llevando de rondón el crudo trance Que en muchedumbre y en ventura estriba, Que favorece en uno y otro lance; Deshebilla, destrozan y derriban, Dando la rienda al victorioso alcance. Más aunque nuestro campo se retira Con rostro firme su destrozo mira.
Que andaba a esta sazón el valeroso E ínclito Ramiro el brazo fuerte Empleando en el bando pernicioso, Sangre esparciendo y dado cruda muerte, Más entendiendo el ímpetu furioso Reconoció y temió, su adversa suerte, Que no es pequeño mal hacer agüero Las armas a un fortísimo guerrero.
Y viendo del negocio la importancia, En un vivo calor el frío enciende, Corriendo iguales ánimo y constancia, En esforzar y pelear entiende, Para refrenar la bárbara arrogancia, Aquí el remedio y acullá pretende, Y todo sale en vano cuanto hacía Que no era del famoso rey día.
Ni cuanto obraba Don García su hermano Ni el excelente príncipe de España Con el más principal bando cristiano. Que con el rey se hallaba en la cabecera, Que con esfuerzo y valerosa mano El suelo de enemiga sangre baña, Y aprovechando poco el conservarse, Comenzaron del todo a derramarse.
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Por que habiendo la bárbara pujanza Con grandísima furia rebatido La fuerza de los nuestros y esperanza, Que hizo más sangriento su partido, La gente que menor respeto alcanza, De vergonzoso huir se ha socorrido Tras ellos los demás van esparcidos Sin orden trabajados y perdidos.
Lleva el furor acá y allá por tierra Banderas, estandartes y pendones, Dejando la malvada turba perra Muertos sobre ellos más de mil varones Y a todas partes la funesta guerra, Los destrozados cuerpos amontones, Despidiendo por pechos y gargantas Almas a Dios con contriciones santas.
En este huir aquí y allí, alcanzando, Abriendo espaldas armas atrevidas, Caballos tras caballos ijadeando, Enzarzares pisando y despidiendo vidas, Una sola bandera tremolando Quedó de las cristianas ya perdidas, Que el animoso alférez que la llevaba Librarla en el perdido trance prueba.
En cual a aquella guerra la ha traído De muy vistosa gente acompañada Que al rey Luis Osorio había ofrecido, Para servir con ella en la jornada, Y a este alférez deudo conocido De su apellido, y casa celebrada Se la entregó, y con ella va, y se arroja Aun que el tropel diabólico no afloja.
En siniestro hombro la bandera De las puntas el brazo rodeado, Tiene y espada con la diestra fiera En el peligro, al rostro, al pecho y lado; Y hallando senda abierta a más no espera Con el honroso peso consolado Más presto dio en la sangrientas manos. De enemigos caballos africanos.
Envisten gritando horriblemente Buscando entrada al valeroso pecho, Y el bizarro español gallarda mente Se defiende y ofende en su provecho; Hiriendo aquí y allí animosamente Ya libre, ya metido en el estrecho. Mira, revuelve, falta y acomete, Y aquíse aparta, y acullá arremete.
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Cual el cerdoso jabalí entre fieros Perros metido, y bravos cazadores, Que la red rota enviste los monteros, Y aquellos espumosos ladradores, Mezclando los primeros con postreros Que de ellos visto vuelven con clamores A dar en él y el torna y los baraja Y aquí atropella y acullá navaja;
Tal derriba el alfanje, y el desnudo Brazo, que altivamente lo gobierna, Y allí la mano corta y el escudo Parte, como si fuera pasta tierna, Y con el golpe, que desciende crudo, El hombro hiende o la membruda pierna Ya tiempos el caballo que entra, mata Del que en su daño señalarse trata.
Más ya por tantas partes le acometen, Que aquí arrodilla, y acullá tropieza Y entre lanzas y herrados pies le meten, Saltando-le las armas pieza a pieza; Pero por más feroces que le aprieten Se ha sustentado por tan larga pieza; Que allí donde destroza, y hiere, asola, De gente y armas hizo una gran muela.
Y en medio fatigado le han traído Al valiente español, más animoso, Que el griego por Homero engrandecido, Y que el troyano Marón famoso; Cuya bandera a tiempos se ha abatido Agarrada del mozo valeroso, Y otros la arbola, y por donde va la adiestra, Cual nao que al través la vela muestra.
Estando en este trance, como estaba, De la cristiana gente confundida La salud, si ya alguna le quedaba, Para ser en sus males socorrida, Luis Osorio el general llegaba Por quien fue gran canalla destruida, Cansado sin aliento y perseguido. Las armas rotas, el caballo herido,
Mira y remira, reconoce y siente, Ser su bandera sola la arbolada Sobre que esta la descreída gente, Con grita, furia, y armas apiñada; Un vigor nuevo y ánimo excelente Le reforzó con la fuerza ya cansada, Y al caballo a quien laten los ijares Bate furioso entrambos calcañares.
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Y por la fiera multitud se lanza Hiriendo, atropellando y esparciendo Cuanto delante encuentra y bravo alcanza, El brazo poderoso revolviendo, Dando al valiente alférez confianza, Su persona y valor reconociendo, Y así por fuerza sale del estrecho Y el general sustenta el alto hecho.
Que la iba dando prisa y animando. Con valerosa voz el varón fuerte, El caballo a su lado volteando Los bárbaros envuelve en cruda muerte, Por un peligro y otro atravesando Hasta que dio lugar su buena suerte, Que por vanas quebradas ocultados Se viesen de enemigos ya librados.
Que los dejan siguiendo la batalla En el alcance dando acerbo pago A los cristianos cuya recia malla Ya no aprovecha contra el duro estrago. Y Don Luis que sin caballo se halla Que en las quebradas le faltó en tal estrago, A pie con el alférez caminaba Sin saber la jornada que llevaba.
Y al que encontraba de su parte huyendo, Hace que la bandera suya siga, Y así de aquí y de allí fue recogiendo A muchos de los que iban con fatiga; Y por Sierra Clavijo al fin subiendo Para salud de la cuadrilla amiga, Y repararla de la turba fiera En la cumbre des-coge su bandera.
La cual vista que fue en aquella parte, De los que van acá y allá esparcidos Este de aquí y el otro de allí parte Con un aliento nuevo socorridos, Y en el destrozo del sañudo Marte Los nuestros son a ella recogidos, Cual caballo, y cual a pie camina, Con claras muestras de tan gran ruina.
Esta invencible seña al rey recoge, Y al príncipe su hijo, y don García; Allí al prelado avisa que se aloje, Que huyendo triste del furor venía; Al grande llama, el caballero acoge, Y el soldado afligido que acudía Con vista atenta sin que el paso acorte, Como en la noche el marinero al norte.
Que fue ocasión, que todos no acabasen Con el cuchillo bárbaro, que huyan, Y en su postrero afán se remediasen, Cuando remedio alguno no tenían, Y que apiñados juntos se hallasen Al tiempo que las sombras revestían La tierra. lo que más de esto acaece Dejando hasta otro canto me parece.
De la mucha alegría con que se hallaron los Moros después de la victoria; y gran tristeza y sentimiento de los cristianos. Y como el glorioso apóstol Santiago patrón de las España vino en sueños a consolar al afligido rey don Ramiro, y a prometer-le que otro día se hallaría con él en la batalla, con el milagroso suceso que tuvo.
El caduco contento de esta vida, (Si se puede llamar contentamiento) Los bienes con que el nudo nos cubica, Y lleva tras de si, cual hoja el viento, Es cual flor en planta producida Que esperando de fruto el cumplimiento Queda en un punto (sin penar) robada Por una breve cruda y fría helada.
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A nadie rinda pues la adversa suerte, Ni el pecho entregue a la desconfianza, Ni el soberbio se muestre altivo y fuerte, Aunque en prosperidad nueva la lanza; Que si este mira y aquel otro advierte Del tiempo y la fortuna la mudanza Del vencedor se templará la gloria, Y el vencido esperar podrá victoria.
Justa guerra movió el bando cristiano En Dios y su justicia confiado, Con gran valor y corazón ufano, Por libertar el fuero desdichado; Venció ganando el campo el africano Poder contra razón ejecutando, Al parecer los justos padeciendo, Los malos el verdugo suyo siendo,
Sus juicios de Dios inescrutables, Reservados a sola su presencia, Para mostrar con casos admirables, En un caído estado su potencia, Y como son las obras inefables, Y trazas de su suma providencia, Cual se podrá entender divina mente Por don Ramiro y su partida gente.
Yendo pues con la furia que mostraban tras los cristianos los soberbios Moros, Al fin del duro alcance se cansaban, Quedando fieros en espesos coros, Oyendo los gemidos, que se daban En el póster coloquio en voz de lloros, Batiendo las piernas, sacudiendo palmas Al despedirse de los cuerpos almas.
Ufanos de esto, y de despojos llenos Al tiempo que las negras sombras cercan, Y cubren cuestas y árboles amenos Junto a Clavijo en un montón se acercan. Y de lo que es fatiga, y pena ajenos, En el suceso de la guerra altercan, Diciendo, que se de luego a aquel alto Sin otra dilación el fiero asalto.
Más a los que engañaba este deseo Puesto sobre los quicios de la locura, Formada del altísimo trofeo Que les puso en las manos su ventura, Los que conocen que era devaneo Les niegan la subida ser segura Hasta el siguiente día, que descansados Den en los enemigos quebrantados,
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A este parecer lo más se llega De la soberbia turba victoriosa, Templando a los demás la furia ciega, Que juzga a su elección cualquiera cosa; Meten de guardia por la larga vega Caballos, y la sierra montañosa Por todas bandas dejan sitiada, Que se entendió importaba ser guardada.
Hacen hogueras, aparejan cenas, Tocan se tamborines y trompetas; No hay sangre melancólica en sus venas, Ni consultar agüeros, ni planetas; Que los ocupan esperanzas llenas De bienes, y memorias tan ciertas, Que no hay temor que impida su contento Ni imaginar contrario movimiento.
En su tienda a este punto se hallaba El soberbio Abderramán, orgulloso De la insigne victoria que gozaba Por su potencia y brazo valeroso; Y como esta arrogancia le llevaba Por el corriente del vencer glorioso, La gloria de su pecho se reparte Entre los reyes que les toca parte.
Con ellos habla, trata, y manifiesta, Cuan fieramente se peleó aquel día, Y cuan dudosa la victoria puesta Estuvo en condición a donde caería; Y cuan bizarra y alentada y presta La gente ultramarina discurría Por la mayor afrenta resistiendo El cristiano tropel, que iba creciendo,
Por otra parte ensalza cual lozana La infantería anduvo cordobesa, Y la zaragozana y toledana, Mostrando mayor brío en la más prieta. Y el gran valor que tuvo la cristiana, Que no ser la mitad que ellos, confiesa, Y cuan varones siempre se mostraron, Con que tesón y furia pelearon.
Y cada cual sobre esta razón sale Con las hazañas hechas por sus mano; Pero entre todos nadie hiciera que iguale Al largo bravear de Ambroz ufano, Bucenes en señal de cual más vale Se muestra tinto en sangre de cristiano Bando, y Abencain daba por cierto, Alegre, cien cristianos haber matado.
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El bizarro Zeti no lleva cuenta Los que dice de boca que ha abatido, Contando los que ha muerto se alimenta, El fiero Abohali, moza atrevido; Ores entre otros bravo se presenta En señal de los muchos, que ha vencido, Mostrando un estandarte que ha expugnado Estando su valiente rey al lado.
Y con voz gruesa dujo altivamente; Cuando en la juventud sin barba larga Me vi ser joven, cual los más, valiente Me hacia mi lanza, y revolver de adarga; Y ahora en la caduca edad presente Que la vejez sobre mis hombros carga Aun doy señal, que no está resumida Del todo en ocio, y de descansada vida,
Esto dijo, y quedo-se murmurando Lo que decir de su pasión quisiera, Que estaba el odio contra Ambroz reinando, Por lo que él en Córdoba dijera. El rey, que su designio fue notando Como quietud y no alboroto quiera, Al viejo Ores abraza con la diestra Y agradecido rostro a todos muestra.
Diciéndoles, señores, en el caso, De que se habla, cada uno ha hecho Tanto que a desmentir en ello un paso, Nos pudiera faltar honra y provecho. Miremos que ya queda el campo raso, Y que no solo se asegura el pecho, Que pretendía negar la gente loca Sino todo el distrito que les toca.
¡Ea! no más, lo que conviene ahora Es descargar los cuerpos su fatiga, Y al darse al mundo la rosada aurora Esta gente acabemos enemiga, Que triste con fatiga gime y llora, Viendo que su soberbia los castiga, Tanto, que si les es la sombra medio, Con la luz se verán presto sin remedio.
De esta manera se recogió la rienda De la soberbia y ambición, que tienen, Para dar la otro día a donde se encienda La cólera que entonces se detiene; Cual se alojó en barranca, cual en tienda, Cual visita las postas, y se viene A reclinar los miembros fatigados Sobre despojos aquel día ganados.
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A esta razón estando recogida Nuestra gente en Clavijo, en tenebrosa Sombra, y en medio aquella no vencida Bandera, origen de obra milagrosa, Fatigada, confusa y encogida, Desguarnecida, pobre, y congojosa, Sin saber a donde ir, ni que hacer, Si darse al enemigo, o defenderse.
Allí la remedió entre los gemidos Que van rompiendo lo intimo del pecho, Cuando a los maltratados y heridos El frío es olio, el duro suelo lecho, Y a los con hambre y miedo combatidos, Mesón la estrella, ansias y despecho, Que de golpe sobre ella habían caído Volvió bonanza, el bien ha revivido.
No estaba el rey en tienda recamada, Sino en la sierra fría al cielo abierto, Cansado el cuerpo, el alma atribulada, De ansias lleno, y de remedio incierto. Después de su aflicción ser consultada, Ningún remedio se halla que sea cierto Por él ni los señores y prelados Que fueron del horrendo mal librados.
Y como la consulta les dejase Doblada pena, al fin se recogieron, Por donde la amarga noche se pasase, Y al sueño las fatigas se rindieron. El rey como su estado imaginase Sus miembros el descanso no admitieron; Antes sentado en la fragosa sierra Mira y revuelve aquella infausta guerra.
Considera su gente, la más muerta La otra herida, y en miseria puesta, Al doloroso mal la puerta abierta, Y contra el bien una muralla inhiesta, Y vano el pelear la fuga incierta, Y así un cuidado y otro le molesta; Que el certísimo daño, que le aguarda No más que hasta el siguiente día se tarda.
El pensar esto causa un desconsuelo Que al afligido rey muy más le estrecha, Tanto que cubre el cuerpo un frío hielo, Y sobre él una grave carga le echa. En esto acude su esperanza al cielo, Que en Dios está el remedio que aprovecha, Y lo que es traza del judiciario humano De si lo aparta, arroja, y da de mano,
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En la tristeza, dice, que me baña Con pena, el alma protector divino Por la calamidad que tanto daña Al bando fiel y alegra al sarraceno, Siento y conozco a la salud de España No le quedar abierto otro camino Sino es mi Dios, vuestra piedad inmensa, Y brazo fuerte, para su defensa.
Vuestro solo querer podrá hacerlo Y asolar, derribar, y echar por tierra Sin que potencia baste a defendedlo, Ni aventajadas maquinas de guerra, Mil mundos, cuanto más este cabello Serpentino, que crece y nos destierra, En este cerro desde la ancha plaza, Donde nos ciñe, y con muertes amenaza.
Venimos por ventura confiando En el poder y fuerzas demasiadas, Con arrogante ánimo intentando ¿Qué fuesen las contrarias derribadas? O en el solo favor vuestro estribando, Con el pidiendo fuesen reparadas, Las aflictivas doncellas, y el estrecho ¿Reino, qué paga el afrentoso pecho?
Pues como, así quedamos hoi vencidos, ¿Y la cristiana tierra en detrimento? Han de ser otra vuelta destruidos, ¿Los templos, y el sagrado ayuntamiento? Ciudades asoladas, y ofrecidos ¿Sus moradores al furor sangriento? Como lo auras de ser, del hecho el nudo De esta partida gente en trance agudo.
Que gente, que armas queden, que aparejos ¿ De guerra en todo a que este reino amargo? ¿Valdrán mujeres, pelearan los viejos? ¿El niño tierno admitirá este cargo? Harán discurso, tratarán consejos, Para esperar, salir, y hacer un largo Cerco, y meter a tiempos la celada, ¿Contra la muchedumbre y turba airada?
A quien no pudo resistir nobleza Destreza, juventud, y el valor nuestro, Juntando la virtud y fortaleza Con el deseo del servicio vuestro. Socorra este poder nuestra flaqueza, Que sin el dar no puede paso diestro; Que en reparar la gente ahilada Es mucho, y para vos señor es nada.
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Bien creo que mis culpas y pecados Piden este castigo justamente, Que no bastarán bárbaros hinchados, Si esto no fuera a destruir mi gente; Más consolad señor vuestros soldados, Y mirad los rector omnipotente Con los ojos que al flaco Pedro vistes, Y a la hermana de Marta recibirles.
¿Qué así las flacas armas, qué tenemos Cuál bárbaro poder podrá sufrirlas? Aunque venga con él no temeremos Los que afligen las almas amarillas. Más si tu ayuda falta no podemos Las nuestras ya cautivas redimirlas, Pues no amenaza menos nuestra suerte Que destrucción, afrenta, fuego, y muerte.
Calló, y un lazo estrecho le da vuelta Al corazón con mano rigurosa, Y el alma en pena y en dolor envuelta Quedó entre los tormentos congojosa. Morfeo en tanto de las manos suelta Un grave sueño, y tiende en la fragosa Sierra, con un tristísimo suspiro Al valiente y cristiano rey Ramiro.
Pasando pasando así estas cosas en la tierra Los unos con contento, otros con duelo, Efectos puros de la cruda guerra, Que jamás dio placer sin consuelo, Mira las el que nada se le encierra De lo supremo de su empíreo cielo, Y de los santos las cuadrillas bellas Donde suelen mirarlas y entenderlas.
Que viendo de cristianos el destrozo Mortal, y aprieto lastimoso y grave, Y en los soberbios bárbaros el gozo Que sobra en ellos, y a donde ir no sabe, (Si se puede decir) un alborozo De compasión, llegó donde no cabe, Sino la gloria de que estaban llenos, Los claustros de oro, y cristalinos senos.
Entre los cuales se mostró hervoroso El gran Jacobo protector hispano, Y en el remedio (Si lo había) celoso Primero que otro atravesó la mano, Saltando del asiento luminoso; Y después que ante el trono soberano Estuvo arrodillado una gran pieza A Cristo estas razones endereza:
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Vuestro es sumo señor este fiel bando, Y perdonar sus culpas y pecados, Que los han roto, y traen titubeando, El ánimo perdido, y quebrantados: Y vuestro el ir su pena remediando En el trance mayor de sus cuidados, Como lo están ahora los cristianos Temerosos, bravos los tiranos,
Zelo, que fuese honestidad guardada Los juntó y los sacó de su sosiego, Y querer que su ley fuese ensalzada, Y abatido del Moro el rito ciego. En ellos juntamente ejecutada Ha sido la justicia, no lo niego, Más vuestra sacro santa sangre reclama Por ellos, y a piedad incita y llama.
Dad-me licencia redentor divino, Que pueda en tal afrenta socorrerlos, Y hacer estrago en el poder maligno Que los venció, y está sobre ellos: Por que conozcan que les soy padrino Y con vuestro favor vuelvo por ellos, Y se confunda el bárbaro pujante, Que está desvanecido y arrogante,
Que pues a este indigno apóstol vuestro Por doctor de la sacra ley les distes, Y muerto, por la mar con viento diestro mis secos huesos permitiste, Permitid que el que en vida fue maestro, Y su vecino en muerte le hiciste, Que muestre en este trance en su defensa De vuestro brazo la potencia inmensa.
Mirad que en vuestras manos se encomienda El rey Ramiro, y a su gente ofrece, De sus defectos protestando enmienda, El castigo pidiendo que merecer: No más la furia bárbara se encienda, Que vuestro pueblo casi ya perece, Dad-le la mano en el furor crecido Antes que sea del todo sumergido.
Esto dicho el patrón sagrado espera, Conforme a su deseo, la respuesta De aquella luz de vida verdadera, Cual águila hacía el sol la vista puesta; Y el alto capitán que la bandera De vuestra redención levantó inhiesta En la presencia del eterno padre Así dice al sobrino de su madre:
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Bien merecido tiene la cristiana Parte castigo tal por sus defectos, Y a más destrucción habrían ventana, Sin que fuesen a mi clemencia aceptos; Más por la voluntad de su rey sana, Y vuestra intercesión, en sus aprietos, Partid, llevadles mi favor y ayuda, Y destruid la gente infiel y cruda,
Recibe el hijo pues del Zebedeo Licencia del monarca soberano, Y la sacra alma con eterno arreo Bajo purificando el viento vano, Y allí donde treguas puso el gran Morfeo Entre Ramiro, y su dolor insano, Se llega en forma de un varón brioso, De gentil cuerpo, y de semblante hermoso.
Mostrase al rey, el cual le ha preguntado Quien es tan excelsa y bella cosa, Y el apóstol de Dios se lo ha intimado Con voz blanda, suave, y amorosa; Y en extasiar sabroso arrebatado Con la visión celeste y milagrosa Atónito al apóstol contemplaba, A quien el sacro nuncio así hablaba:
Por ventura Ramiro no has sabido, Cuando por Dios con providencia extraña Fue el mundo a mis hermanos repartido Estando cual soldados en campaña. Que en el santo colegio fue elegido Por doctor y maestro de España, Y que vuestra salud y bien buscando ¿Por ella su palabra fui sembrando?
Pues siguiendo el amparo verdadero El haceros merced por medios míos, Quiere y ordena en este trance fiero Infundir fuego en vuestros pechos fríos, Y hacer por vuestro estrago lastimero De la bárbara sangre negros río . Diciendo esto la diestra soberana Toma y aprieta la real y humana.
Esfuerza-te y recibe confianza, Que en tu ayuda y favor seré mañana; Y pues en Dios fundaste tu esperanza, No temas vencerás la gente insana, Que cercado te tiene con pujanza, Aunque a gran parte de tu gente hispana En el furor de la batalla airada Corona de martirio está guardada.
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Y por que nadie dude en esperarlo, De vuestra parte me veréis patente, Y los Moros también, en un caballo Blanco, con un pendón resplandeciente, Sin que bárbaro pueda contrastarlo, Ni toda su potencia y furia ardiente; Por tanto al despuntar del día sereno Limpiad con confesión todos el seno.
Las sacras misas celebradas siendo Con atención y contrición oídas. Del Cristo el cuerpo santo recibiendo, A Dios las intenciones dirigidas, Esfuerzo, armas, y gente, apercibiendo, Acometed con fuerzas no caídas, El nombre del señor, y a mi invocando, Que ha de ser el cuchillo al Moro bando.
Dijo, y al punto aquel patrón sagrado, Envuelto en resplandor desaparece, Dejando por el aire derramado Un tan fragante olor que desvanece. El rey del grave sueño ha recordado, Y más su admiración despierto crece, Y el consuelo y esfuerzo que le queda Sin que humano temor turbar le pueda.
Dejó el cuerpo real la tierra fría, Con pecho y alma de contento llena, Llamó la religiosa compañía, Que le era el sueño límite a su pena, Y a parte a los prelados descubría Lo que había visto, y su patrón ordenó, Mandando hacer lo que les toca a ellos Pues el sumo señor se duele de ellos.
Oyendo la visión consolativa Que en tal tribulación vino del cielo, El más grave primero se derriba Postrando el pecho y rostro por el suelo, Los ojos fuentes, la esperanza viva, La fe hirviendo, consumido el hielo, Allí dan gracias al que gracia tanta. Envió, estando el cuchillo a la garganta.
Después con devoción y diligencia Del rey hasta el más mínimo guerrero Anduvo el confesar, y penitencia, Y recibir de cristo el verdadero Cuerpo con limpia y pura residencia, Cual el que está en el trance postrimero, La suele dar sin artificio largo, Haciendo breve y verdadero el cargo.
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En tanto que esto pasa el rubio Apolo Da mensajeros de su luz ardiente, Que habiendo rodeado el otro polo Se mostró alegre al despejado oriente; No sopla el Aquilón, ni brama Eolo, Solo un Zafiro corre blandamente, Que esparce de las aves que cantaban Las voces, con que a su criador loaban.
Las bravas fieras, y las ponzoñosas, Y robadores lobos, acogidos Eran dentro de sus cuevas cavernosas, Y las nocturnas aves en sus nidos; Solas las carniceras deseosas Que da de hinchar el vientre con graznidos, En los caballos de jaeces ricos Con crudas uñas y corva-dos picos.
Y entre cuerpos humanos y cuajada Sangre, matan la hambre desabrida, Que de ella esta la tierra empantanada Sin la que fue de Iruega recibida, Que la sesga corriente alborotada Dejó la occidental, roja, venida Que a Ebro espanta de que el cristalino Censo que paga, se le de sanguíneo.
Más que admirarte es ese, río famoso, ¿De colorearse sangre de cristianos? Nunca otro caso baste doloroso, ¿Hecho por asperísimos tiranos? Abre este seno, muéstrate espacioso Presto, divinas e impasibles manos, Favoreciendo el escuadrón cristiano Te bañarán de sangre hasta el mar cano.
Pues ya que el refulgente sol tocaba En las soberbias armas africanas, A donde por cosa llana se trataba En deshacer y hundirse las cristianas, Cuando para marchar se aparejaba, Al son de cajas y trompetas vanas, Del intentado paso se detienen Que contra ellos los cristianos vienen.
Que esto, donde van en escuadrones, ¿No es más fuerte que el llano la montaña? Dicen los Moros, cuantos mil varones ¿De socorro llegaron de Bretaña? ¿Ayudan los caballos Borgoñones? ¿Envió sus picas largas alemana? suenan en favor suyo los arneses ¿Y el ímpetu feroz de los franceses?
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Vienen a pelear sin querer darse ¿Por rendidos a pechos invencibles? Anoche no tenían a donde ampararse, Y hoy muestran pecho y términos terribles, Sin huir los temidos, ni espantarse De el horrísono son e incorregibles Furores, que han deshecho tanta malla, ¿Para representarnos la batalla?
Que nunca vista novedad es esta ¿En fuerzas tan del todo desgastadas? Quien proveyó de cuerda a la ballesta, ¿Y renovó las vergas quebrantadas? Quien hizo dar con diligencia presta Al fuego, y al yunque las espadas, Que cual aquella sierra habían quedado, ¿Qué ha el sobrino de Dédalo inventado?
La asta gruesa en mil pedazos rota, ¿Quién la dio nueva para el fiero efecto? Quien mejoró el morrión, soldó la cota, ¿Y volvió a dar el arrojado peto? Quien del darle saco la punta bota, Para vengarse del sangriento aprieto, Volviendo le a la fragua prestamente ¿Cuál de Neptuno el húmedo tridente?
No les da pena, y embaraza junto ¿Este intento poder que está delante? Ni teme el corazón el triste punto, De su miseria, y nuestro bien pujante, Y las banderas de su mal trasunto Arrastrando, y las nuestras con triunfante Demostración, al viento tremolando, ¿Para venir el cuello al brazo echando?
¡Oh valerosos españoles dignos! De ser eternamente celebrados, Y como se parecen los divinos Favores de que vais acompañados; Los bárbaros no saben los caminos Ciertos por donde habéis de ser librados, Y por eso se admiran que de lo alto Bajéis, queriendo darles el asalto.
Bajad, no hay que temer, haced estrago, Con destrucción de sangre, muerte y ruina En esta infiel caterva, que tal pago Dio ayer a la cristiana disciplina; Que ya el patrón de España Santiago, Que a defenderos su poder inclina, Espera tiempo para descubrirse, El cielo centelleando para abrirse.
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Habiendo pues bajado con gran orden A lo llano la gente bautizada, Guardando de perderse por desorden, Por que era poca, flaca, y desarmada, Como al arremeter todos concorde Parten contra la tuba renegada, Que hecho alto (como dije) estaba Atónita mirando cual bajaba.
No bastó que instrumentos resonasen, Ni el ronco son del tambor funesto, Ni que muchas banderas campeasen Autorizando y hermoseando el puesto, Ni aunque más orgulloso se mostrasen Con alarido y bravear molesto Que en su brío y de-nuevo se parece El ánimo invencible que les crece.
Que de no rendir dan clara muestra, Ni recelarse de contraria suerte, Que el divino favor que los adiestra, Les hace no temer la cruda muerte, Con que los amenaza la siniestra Fortuna, que el más flaco allí es muy fuerte, Tanto que la canalla que arremete Duda en lo cierto, y en temor se mete.
Y como este de-nuevo a los más ciega De miedo grita dan que al cielo toca; Y al tiempo que aquel golpe horrible llega Poderoso a llevar una alta roca, Al faltar sangre que la tierra riega La muestra valerosa gente poca, Con sumo esfuerzo el ímpetu pasaron Y entre la muchedumbre se mezclaron.
Quien podrá en confusión tanta meterse De referir particulares hechos, Sin ser vano el querer, cierto el perderse ¿A cada paso en ásperos estrechos? Lo más sano y mejor es no dolerse Aun que abran Moros cristianos pechos, Pues cual soldados mueren en el suelo, Y victoriosos van volando al cielo.
Aquí juega la lanza a entre ambas manos El leonés airado, y allí arroja El bravo vizcaíno en africanos El veloz dardo que en su sangre moja; Por otra parte fieros lusitanos Derraman de ellos gran corriente roja Los Brigos, asturianos, y gallegos Dan crudas muertes, sin que admitan ruegos.
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Crece el furor, aumentase el estruendo De fieros gritos, y golpear bravoso, Retemblando la tierra, el son horrendo, Y las cumbres del monte cavernoso Los bárbaros en medio recibiendo Al escuadrón cristiano valeroso; Más cuando pueden darle más ofensa Salió el patrón ilustre en su defensa.
Resplandeciente desde el pie a la cumbre Sobre un caballo blanco se aparece, Esparciendo los rayos de su lumbre, Cual Febo cuando nace resplandece, Entre el cercado bando y muchedumbre Bárbara, que espantada se entorpece Con la insignia y pendón blanco en la mano, Como lo ha prometido al rey cristiano.
Cuya sagrada vista infunde aliento Milagroso a los nuestros, viendo cierto De su promesa el firme cumplimiento Tan patente, visible, y descubierto; Aparte se el temor, viene el contento Acompañados de ánimo despierto, Y diciendo, favor, Cristo, y Santiago, Se dio el Santiago con sangriento estrago.
Esta fue pues la invocación primera, Que se dio de Santiago en nuestra España, Y en la que el gran patrón sacó bandera, En favor de ella con divina saña. Pues como diese por la gente fiera Que iba mostrando fortaleza extraña, Atropella, revuelve, y embaraza, Abriendo con su espada una ancha plaza.
A tiempos con divina voz echaba Brasa en el bando fiel, que allí pelea, Y hielo en el infiel, que demostraba, Cuando el campo de acá y de allá rodea, Cual Moro alzando el paso se quedaba, Cual da de espaldas sin que golpe sea; Y muchos deslumbrados dan de manos Sin rehuir el cuello a los cristianos.
No solo por donde va el patrón glorioso Revolviendo, y saltando su caballo, Destroza, asola, y pasa presuroso, Que bárbaro poder no hay contrastarlo, Que cerca y lejos este milagroso Efecto cunde, y obra sin pensarlo, Que todo el gran Jacobo lo conquista, Aquí su resplandor, allí su vista.
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Aunque entre la canalla está en persona De túnica de acero Mate armado, Y con su azote la cruel Bellona, Dando calor al bárbaro turbado, Y Pallas su potencia no perdona, Mostrando en su espantoso escudo alzado Al descubierto, en la sazón confusa Los retorcidos ojos de Medusa.
Más pierde el carro Marte, y la braveza La fiera hermana, pallas el escudo Que aquella soberana fortaleza Este ni aquel ni el otro dañar pudo. Con tal amparo, quien tendrá flaqueza Para romper por el tumulto duro Especialmente siendo los que canto En justa empresa, y con socorro santo.
Donde se refiere la grandísima destrucción que los cristianos en los Moros hicieron; y de lo que yendo en seguimiento de Abderramán le sucedió al rey Ramiro en el valle de Leónido; y de las grandes cosas que por ello fueron descubiertas.
Consolados de hoy más los afligidos Que vais tendido el pecho a los trabajos; No os ahoguen los lazos, que tejidos Fueren por Dios, que ensalza efectos bajos; Y es así, que los medios no entendidos Que parecen rodeos, son atajos, Por donde ofrecerse con eterna traza Las amorosas prendas con que enlaza.
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La salas levantad a la caída Esperanza, que el rostro había revuelto, Que tras la tempestad embravecida Sereno día, y claro sol ha vuelto, Y el tormento y congoja padecida Que tiene el corazón en pena envuelto No llega a más de donde Dios ordena, Y al fin convierte en gloria aquella pena.
Por que el reposo, que anda acompañado De la aflicción, que por Jesús se pasa, Es la ambrosía, y el néctar celebrado, Que a los suyos da Dios acá por tasa, y el oro queda limpio y acendrado, Después que el fuego en el crisol lo abrasa, Despojando la escoria, que lo encubre, Y entonces sus quilates más descubre.
Que los justos, que el golfo peligroso Combate entre sus olas trabajosas, Las conchas son que lanza el mar furioso, Donde se vienen a hallar perlas preciosas, Cuando influyendo el rayo luminoso Del divino poder las cavernosas Puertas abre formando de camino Del claro humor, el precio cristalino.
Así que el que no juzga por antojos Las obras del señor, ni las replica, Antes con corazón y humildes ojos Reconoce, y ser justa testifica, Y en las tribulaciones, sus despojos, Con viva fe le ofrece y sacrifica, A este tal le mostrará la vía De la dulce región de la alegría.
No veis en don Ramiro la experiencia Sin que demos la vuelta a historia alguna, Que su fe pura le salvó y paciencia, De que se armó en el golpe de fortuna Despachando la suma providencia En ocasión tan triste e inoportuna, Para consuelo en su aflicción sobrada ¿A nuestro gran patrón, con mano atinada?
Pues siendo de él con fuerza poderosa La española nación favorecida Entra rompiendo por la temerosa Turba, poco tiempo antes engreída, Y destrozando pasa victoriosa, Que no hay a Moro perdonar la vida, Tanta bárbara sangre derramando, Que los muertos sobre ella van cayendo.
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Verted, verted sangre la canalla No se reciba bárbaro a partido, Con la venganza borre esa batalla De la pasada el horrible zumbido y el golpear y retiñir la malla Toque continuamente en nuestro oído, Regocijando el alma la memoria De esta famosa y general victoria.
Amontonados caen sin rodeos Los Moros, que la tierra están cubriendo, Ganando los cristianos mil trofeos, Que van tumbando con horrible estruendo A donde Abderramán, que es de aquellos reos De quien el fanfarrear gustaba oyendo, Bien claro muestran en el trance grave Que no pelear, como el loar se sabe.
Donde están, que no corrigen a la gente, Que huyendo van sin revolver el brazo, Con su fuerza y atrevida frente,¿En el mayor peligro y embarazo? A donde está el brío, donde el valor ardiente ¿En lo que es muerte, o la victoria el plazo? ¿Qué es de aquellas soberbias y bravezas Con qué desvanecieron las cabezas?
Fiad Moros en vuestra valentía, Y en caballos y lanzas africanas, Y en esa multitud y gritería, Y en la victoria, y amenazas vanas, Veréis que faltan cuando más se fía En lo que es trazas de reste siglo ufanas; Que el humano juicioso acápropone Y sobre ello el inmenso Dios dispone.
Con cuanta ostentación y muestras fieras Arrastrando mostraban hechos Martes, En aquel mismo día las banderas Ganadas, y los ricos estandartes, ¿Pensando trasladar en sus riberas Los despojos reales por mil partes? Y en lugar de esto andaban esparcidos Huyendo de la muerte, y perseguidos.
Abderramán confuso y congojoso Tomó entre otros muchos el camino; Viendo que no hay remedio al lastimoso Estrago de su pueblo sarraceno; Y el príncipe Ramiro valeroso Que va siguiendo aquel furor sanguíneo, Visto, le conoció, y embravecido Tras él, dejando a los demás se ha ido.
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Con paso apresurado, y voz terrible Espera, espera un poco, va diciendo, Espera haremos pacto convenible, Y el fuero virginal te iré ofreciendo; Tirano Dios, y al mundo aborrecible, Si no te libras de esta mano huyendo, Hoy verán las castísimas doncellas Recompensa en tu sangre, y yo con ellas,
Dice y aguija con de-nuevo grave, Con gran furor y gana de alcanzarlo; El Moro pica, y por donde va no sabe Hasta ponerle en salvo su caballo. Ramiro de coraje en si no cabe Que el suyo no aprovecha espolearlo, Y así paró sin premio de las riendas Cerca de un valle de cerradas sendas.
Cuya menuda yerba y la frescura De varias flores, que la matizaba Ni humano pie, ni corva herradura Jamás haber tocado se mostraba, Ni de luz hiende alfanje, ni hacha dura Golpe en las verdes plantas se miraba, Como en las más que fueron aplicadas Para hacerse fuegos y enramadas.
Iba por medio del hermoso valle Un sonoro arroyo declinando Con paso lento, por angosta calle, De mirtos, que en el cristal están mirando; Estaba a un lado exento, sin tocarle Las ramas de un gran bosque, relumbrando Un árbol de oro puro, y fina plata, Y el tronco grueso, que a la tierra se ata.
Visto del excelente rey el caso Tan peregrino, descubrió la silla De su caballo espoleando y laso, Y a entrar comienza por la verde orilla: Y a penas la tocó su real paso Rompiendo de las flores la cuadrilla Cuando un zafiro blando se remueve, Y lleno de fragancia el aire bebe.
Obrando tal efecto, que al momento El brazo de herir atormentado Y fatigados miembros y el aliento Denso, fue sumamente recreado, Sonando dulcemente por el viento Las aves con su canto, y el preciado árbol, que como el sol resplandecía Con agradable son se sacudía.
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Hasta la verde hierva y frescas flores Y espesos mirtos y agua cristalina, En su murmureo, y ellas con olores Mostraban celebrar al que camina. Todo parece hablar en sus loores, Y a su servicio y voluntad se inclina, Por lo cual iba don Ramiro absorto Con vista atenta y movimiento corto.
Y cuando atravesó el arroyo claro A dar al árbol, sin contraste acierta, Que en su armonía no se mostró avaro, Ni el aire, que el metal rico despiertan Y contemplando su artificio raro Vio abrirse en él gran tronco una ancha puerta Por donde salieron en partido coro Seis bellas ninfas con cabellos de oro.
Con saya entera cada cual venía De una tela de plata acuchillada, Por donde otra tela azul se descubría, Y en cada golpe de oro una lazada Con varios instrumentos se hacía Por ellas una música acordada Y con suaves pasos de garganta, Al rey tomando en medio así se canta.
Príncipe heroico, capitán valiente. Digno de colocarlo en las estrellas, Y defensor con valerosa frente, Del fuero torpe de las cien doncellas, Amparador de la leonesa gente, Que da de su valor claras centellas, Dichosa tu venida en esta tierra Para tan deseada y justa guerra.
Y luego juntas de herir dejaron. Las manos en los dulces instrumentos Y con ellas en ellos se quedaron Con gran donaire y raros movimientos; Y hacía la rica puerta declinaron Los ojos, que causaban mil contentos; Por donde salió al punto un hombre anciano Leyendo un libro, que traía en la mano.
Alzó la vista en dando las pisadas Fuera de los umbrales de su casa, Y las hojas del zafiro alternadas Con un confuso ruido donde las arrasa, Quedando unas con otras encajadas, Ninguna sobra, ni hay pesar que pasa De su concierto a que esta con aquella, Haciendo una obra concertada y bella.
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El arroyo pasó que el valle riega, Dejan las aves el suave canto, Y el grave viejo a don Ramiro llega, No menos que el cabello blanco el manto; Al rey besó la mano, el cual le ruega Declare la ocasión de tanto espanto, Y el sabio, obedeciendo su precepto Así el pecho a la lengua dio el secreto.
ínclito rey, en cuyo tiempo ha sido De bárbaro poder roto el escudo, Y el virginal tributo defendido Para jamás pedirle el bando crudo, Sabe que soy llamado Leónido El sabio, en quién Vitiza el rey no pudo Hacer ejecutar su intento malo, Que era rendir mi cuello a un seco palo.
Por que su edicto fui contradiciendo, Que mandaba las armas deshacerse, Y con osada le iba diciendo Ser a España escalón para perderse; Más su deseo a mi razón torciendo últimamente vino a resolverse En querer despojarme de la vida, Si no lo remediara con huida.
Dejé a León, y como aquí aportase Este valle por mi quedó encantado, Sin temer de que nadie me hallase Por más que fuese acá y allá buscado; Y como los planetas consultase, Después de largo tiempo haber gastado, Vine a alcanzar en lo que estaba incierto, De cosas por venir un rastro cierto.
Y entre otras entendí el terrible estrecho Que amenazó a León por el tributo Que de había de imponer contra derecho, Con gran infamia y trato disoluto, Y como había de ser por vos el pecho Libre, rompiendo de torpeza el luto Venciendo al rey de Córdoba famoso No lejos de este oculto sitio hermoso.
Quise dejar en estas relucientes Hojas la historia cual pasó esculpida, Y la de vuestros claros descendientes Que aún no gozan espíritu de vida, A donde en particular veréis patentes Las ruinas de León, ya combatida Ya cercada, ya roto el fuerte muro, Ya vuelto a levantar y estar seguro.
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Contemplad pues señor la artificiosa Obra de esta riquísima pintura; Ved aquí la batalla peligrosa Que ayer oscureció nuestra ventura; Ved la congoja vuestra, y milagrosa Venida del patrón que os asegura El escudo vencer de la canalla Que casi toda muerte en la batalla.
Veis aquí como iréis a Calahorra Con vuestro victorioso campo ufano; Veis la ganarse, sin que la socorra Ni brazo alguno mahometano; Ved como la española gente borra Con odio grande, y con airada mano Bárbaros nombre, con soberbias picas De las paredes, y memorias ricas.
Veros aquí con vuestra gente brava, Que en remuneración del fiero estrago Hecho en los Moros trata y confirmaba, El dar los votos al patrón Santiago, Por que allí por su amparo peleaba, Justa promesa, y muy debido pago; Aquí la orden sacra se instituye, De su nombre, y se jura, y se concluye.
Veros aquí en León, ya descargado De la infame indolencia padecida, A donde un ilustre bando congregado Celebrará vuestra feliz venida; Y con el gozo de que hayáis triunfado De si toda tristeza despedida En sacra protección, de las más bellas Al templo ofrecerá ciertas doncellas.
Mirad el grave voto y juramento Que se hace de ellas, y ofrecer un toro A la que en sus entrañas dio aposento Al hijo enviado del supremo coro, Vais conceder el papa con contento, De la victoria contra el bando Moro Que de León los reyes coronados Pueden ser en su iglesia prebendados.
Y vuestro general don Luis Osorio El mismo indulto aura por la victoria, Se que le ocupó, cual es ya notorio, No menos parte, que perversa gloria. No se vendrá a tener por accesorio Don tan supremo, y digno de memoria, Que en cuanto en la matriz sea gracias dadas A Dios serán sus sillas conservadas.
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Mirad el ponentino mar cubierto De los normandos con soberbia armada, Y el agua arder, y dar al descubierto Cielo, la llama por quien fue abrasada, Y tras esta victoria el desconcierto Que traerá esta gente rebelada, Y el castigo que dais a los más fieros, Y al fin el rey Ordoño sucede-ros.
El cual entre ciudades destruidas, Que aquí como miráis está poblando, Vuelve al noble León las ya perdidas Fuerzas, sus altas casas levantando. Mirad ante el de Muza estar rendidas Las armas, y allí a Cabra va ganando Con Salamanca, que le da hospedaje Por armas, y Abenlope vasallaje.
Poned aquí con atención los ojos, Que será vuestro nieto Alfonso el Magno; Vedle salir cargado de despojos Ganados en el suelo galiciano, Y hará correr en Alva arroyos rojos Del vencido Filón bravo tirano, Por que con deslealtad trató la tierra A la fidelidad haciendo guerra.
Ved de Moros dos campos poderosos Venir sobre León, y sitiarla A donde los leoneses valerosos, Cual leones defienden su muralla; Y el rey y los demás, muy deseosos Vienen a pelear y des-cercarla; Y como cierra y rompe con los Moros Y vencidos da saco en sus tesoros.
Ved tras esta victoria por sus manos De bárbaros teñir con sangre a Duero, Donde quedarán de Moros Toledanos Muertos cuarenta mil a crudo acero. Y a Coimbra descerca de africanos Este valiente príncipe guerrero, Y encuentra con Alcama en la campaña, A quien vence, y en cruda sangre baña.
Ved esta otra batalla, donde el sello A sus hazañas memorables echa, Pues también rendirá el erguido cuello De Abohali, con sujeción estrecha, Y el gran rescate que darán por ello; Y en lo que el gran Alfonso lo aprovecha Será reedificar el templo santo Del gran Santiago con labrado canto.
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Mirad pues a su hijo don García, Que reina poco y hace mucho estruendo En batallas, y cruda batería Moros matando, y villas destruyendo; A quien el fuerte Ordoño sucedía, Que el segundo de a que este nombre siendo, Será un rayo furioso, que da en lleno Al bárbaro feroz de Dios ajeno.
Ved sus victorias, ved que a Talavera, Y a la famosa, Mérida derriba Entra y destruye en lusitania fiera Las tierras, en que el perro infiel estriba, Y a Valdelajuncar, a donde le espera Abderramán llegar, con fuerza esquiva, Y de ambos la potencia allí medida Al fiero Cordobés pondrá en huida.
Vuelve León, y muestra su persona Con suma pompa, en trono levantado El cetro de oro y puesta la corona Siendo por doce obispos coronado; Y aunque el furor de Marte no perdona, Ni deja estar un punto sosegado, Ha de fundar en él un rico templo, Para dar de virtud más claro ejemplo.
A servicio y honor de aquella planta, Que ha sido totalmente preservada De culpa, siempre virgen, madre santa Del mismo, por quien ella fue criada; Yen esta parte donde se levanta Esta iglesia mayor obra extremada, Que a los gentiles les sirvió de baños Terma perpetuidad por muchos años.
Veis aquí como parte con su sangre Contra los bravos Moros, bien armada, Y como deja con valor potente La tierra en sangre bárbara bañada, Vuelve a León su victoriosa frente, Y luego con presteza arrebatada, Por lo que toca a conservar su silla Degollará los condes de Castilla.
Su hermano don Froila ha sucedido A este rey en armas señalado, El cual manda matar, mal advertido Los hijos de don Olmez desdichado. Y no contra él su furia aquí ha perdido Que de León su hermano ha desterrado Que allí (como aquí veis) en paz vivía, A donde la mitra episcopal tenía.
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Ved dentro de León la cruda muerte De don García infante generoso, A quien cortan la vida y alta suerte Los hijos de don Vela cauteloso; Y ved la confusión, que se divierte Muerto Froila poco belicoso, Por ser cuando dará el póster suspiro Nuños Alfonso, Ordoño, y don Ramiro,
Mirad aquí los grandes convocados, Que han de alzar a Alfonso en el asiento Real, hijo de Ordoño, consolados De que él tendrá del reino el regimiento. Mirad sus pensamientos derribados, Por que el rey tomará el recogimiento, Claustral, y el cetro le pondrá en la mano A don Ramiro su valiente hermano.
Mirad cual vuelve arrepentido presto A pretender la silla que ha ofrecido, Y don Ramiro en lo contrario puesto Le vence, y en prisión le ha reprimido. Mirad los hijos de Froila en esto Querer su reino, y él los ha metido Con don Alfonso, y dando sangre viva A todos cuatro de los ojos priva.
Y vencerá los Moros en batalla Junto a Osma, y Madrid será ganado Y puesta por la tierra su muralla, Al cual un siglo de oro está guardado, Y del bárbaro rey sin valer malla, Ni el exaltado hierro acicalado, Ni corvo arco, ni aljabas proveídas Treinta mil de ellos perderán las vidas.
Veis a Ordoño su hijo, que el tercero De este nombre ha de ser, que está reinando, Y a su hermano don Sancho crudo y fiero Contra él diversas gentes alterando, Y los navarros, con furor guerrero En su favor las armas aprestando, Y al conde estar con ellas en las manos, Fernán González, digo, y castellanos.
Ved que juntos vendrán con mucha prisa A hacer al gran León sangrienta guerra, Y andarán por alcanzar su empresa Dando asaltos crueles a la tierra. Nota el valor del rey y su leonesa Gente, cuan brava a la muralla cierra, Pues los contrarios puestos en aprieto Corridos volverán sin otro efecto.
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Mirad a Ordoño aquí cual da de mano Por esta causa a la mujer que tiene; Hermana del gran conde castellano, y larga guerra que sobre ello viene. Mirad cual se alza el término asturiano,, Y el castigo que luego sobreviene, Y la paz con Castilla a quien da gente Contra los Moros el leonés valiente.
Don Sancho el gordo enfermo, e impedido Sucederá tras él en vuestra silla, Que del rey cordobés favorecido Cobrará el reino con feroz cuadrilla, Que Ordoño el malo le tendrá oprimido. En tiempo de este rey será Castilla Exenta de León, por un caballo Y azor, que no podrá su rey pagarlo.
Veis el tercer Ramiro suceder-le, Que el santo cuerpo de Pelayo gana, Teniendo paz con Moros, y tráele Con mucha devoción y orden cristiana. Y el gallego González revolviese Con gran poder la tierra galiciana, Y como se le entrega, y de la suerte Que con ponzoña al rey dará la muerte.
Ved otra vez normandos en Galizia Entrarán crudo estrago ejecutando, Con soberbio furor y gran codicia, A mucha parte de ella fatigando; Más sin aprovechar-les su milicia Los echarán de tal fuerte destrozando, Que por tierra ni mar, de aquella prueba Ninguno quedará que de la nueva.
Estas revueltas y restas contenciones Serán de hijodalgo y caballeros, Que del rey defender sus ejecuciones Querrán no consintiendo bajos fueros. Y por esta razón muchos varones Se pasarán con corazones fieros Al Hagid, Almanzor, de cuyo escudo Castilla ha de temblar y don Bermudo.
Defender de su ley será llamado Y con tal nombre ha de venir pujante, Metiendo a fuego y hierro ensangrentado Cuantos cristianos hallará delante, Sin resistir-le muro levantado, Ni agudas armas, ni ánimo constante. Más veis que aunque a León cerca y aprieta Con combates, al fin no la sujeta.
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Alzará el campo y tomará la vuelta De la ciudad de Córdoba corrido, Mostrando ya su ida estar resuelta, Y cuando allí dirá será fingido, Que pronto cogerá la rienda suelta, Y no a tres leguas quedará escondido Entre montes de chopos y encinales Fresnos, alisos, y ásperos breñales.
Saldrán de la ciudad sus ciudadanos Con los monjes en ella recogidos, Que por no verse en enemigas manos Serán dentro del muro recibidos, A dar gracias a Dios como cristianos Que le quedan del bien agradecidos A san Claudio, Lupercio, y Victorico Donde está el tesoro de sus cuerpos rico.
En polvo el Almanzor saldrá escondido Con sus caballos bárbaros volando, Y antes que sea el remedio prevenido Pasará el río, el templo irá cercando Con confusión, temor y sordo ruido, El caso no pensado, contemplando Los de dentro estarán viendo el engaño Que les hará tener por cierto el daño.
Veis cual entra Almanzor en lo sagrado Para mover contra ellos cruda guerra, Y el fogoso caballo reventado Muerto, vendrá a caer con él en tierra; Alzarse ha el rey con el color mudado, Y enfrentará la furia con que cierra Aquel prodigio, que entre el ruido y llanto A todas partes hinchirá de espanto.
Los monjes que estarán como entregados A fiera muerte, y duro desconsuelo, Dirán allí a Almanzor los venerados Santos que tiene aquel sagrado suelo. Y estando todos del temor colgados Las vista el Moro enclavara en el cielo, Que Dios le ha de mudar sus intenciones, Y dará al monasterio ricos dones.
Dejando libre el claro ayuntamiento Con que de la ciudad el engreído Muro septentrional, con juramento, Se le ha de prometer de dar partido Cuando de Asturias al leonés asiento Vuelva, y que dentro de ella sea admitido. Y que ha de ser de fuerte el derribar-lo Que entren él y los suyos a caballo.
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Veis le pasa adelante, y la importuna Ruina, que aquí y allí dejará hecha, Y el castillo fortísimo de Luna Cerca y combate, y nada le aprovecha, Que con valor, y próspera fortuna Defendido será de lanza y flecha Por gentes montañesa, y tres varones Del nombre ilustre y sangre de Quiñones.
Ved con de León los ciudadanos El santo cuerpo de Froilano llevan A Valdecesar con piadosas manos Sin que guardarlo en la ciudad se atrevan; Y al mártir san Pelayo estos cristianos Asegurar en las Asturias prueban, Donde al fin por largo tiempo estará quieto En la sagrada cámara de Oviedo.
No solamente estas mudanzas pasan, Como aquí veis en tan mortal jornada, Que aquí la cerca de León arrasan, Y hasta la mitad será cortada. Mirad que cuanta piedra descansan A la parte de afuera es arrimada, Y con tierra y fajina puesta a mano Parece estar el muro y campo llano.
Advertid esta obra artificiosa Que a prisa irán de dentro fabricando, Que es abrir junto al muro una gran fosa Por lo que de antes fueren derribando. Volverá el Almanzor y su orgullosa Muchedumbre de gente braveando, Contenta de hallar el fuerte muro Ya recostado por el suelo duro.
No veis como Almanzor acompañado De su mucho poder querrás entrar dentro Y estando sobre el muro cercenado Mirará el foso que desciende al centro. Ved como el paso atrás dará enojado De hallar a su deseo tal encuentro, Y a la leonesa gente reforzada ¿De armas, en defensa de su entrada?
Ved como sin entrar de hacerle daño Por esta vez a Córdoba se parte. Jurando el perro con horror extraño Que de tornar sobre ella su estandarte, Y en cumplimiento de esto luego otro año Saldrá incitado del sangriento Marte, Mostrando en su ademán el pensamiento Que traerá de asolar-lo hasta el cimiento.
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Veis la por cuatro partes combatida, Y más por la partida del poniente, Y en todas bravamente defendida Por su gallarda y valerosa gente. Notad la hazaña de lealtad vestida Y ejemplo claro de ánimo excelente, Que ha de obrar como aquí veis notorio El belicoso don Guillén Osorio.
El cual enfermo y flaco hará llevarse Oyendo el ruido, al ponentino muro, Y viendo la leal ciudad entrarse Peleará con ánimo seguro, Y en la bárbara sangre ha de bañarse, Mostrando el débil brazo, fuerte y duro, Hasta que quedara de muertos lleno El muro y puerta, y él sin alma el seno.
Veis la ciudad resiste, veis ganarla, Y a cada paso derramar mil vidas; Ved entrarse la iglesia, y profanarla, Y las soberbias casas destruidas, Y hasta el sangriento suelo la muralla Derribada, y las torres engreídas; Solo al septentrión quedará una Por memoria del golpe de fortuna.
Vendrá a ganar a Astorga y a Valencia, Y cien victorias con terrible estrago, Hasta que llegara con insolencia A profanar el templo se Santiago, Que Dios dará en su campo pestilencia; Y huyendo triste de aquel justo pago Bermudo ha de ganarle sus pendones Junto a León en Vega de Infanzones.
Mirad Alfonso el quinto reedificas La leonesa ciudad que está asolada, Y con nueva muralla la amplifica, Después por otros reyes acabada. Ved de prelados la cuadrilla rica, Que a concilio en León será juntada, A donde reformarán algunas leyes Guardadas de los Godos, y sus reyes.
Ved como muere desgraciadamente, Al cual sucederá el tercer Bermudo, Que contra don Fernando con gran gente Levantará en Carrión su fuerte escudo; A donde se rendirá al hado inclemente Muriendo en manos del cuñado crudo Que tomará a León su antigua silla Por doña Sancha reina de Castilla.
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Aquí hizo un poco pausa el viejo anciano Como sentido del mudable caso, Aunque daba el semblante más ufano, Que el corazón estaba en aquel paso. Los ojos vuelven, y muestra con la mano En otra parte de aquel árbol raso; Lo que por abreviar este camino Contar en otro canto.
En el cual el sabio Leónido acaba de contar al rey don Ramiro las historias que le iba mostrando, con el fin del alcance que en los bárbaros se iba ejecutando. Refiere-se lo que con Ambroz le sucedió a Ores, y la valerosa muerte que tuvo.
Como quien ha por tierra pedregosa Lo más de su jornada caminando, Por una y otra senda trabajosa Llevando el paso y ánimo cansado. Y al trasponer del sol la luz hermosa Descubre cerca el término asignado, Que el placer crece, y el pesar declina Y con un nuevo espíritu camina.
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Tal me parece que señor he sido, Y conmigo suplico que lo sea, Cualquiera que hasta aquí mi historia ha oído, Y el término prospero de ella vea, Sin que parezca largo Leónido En la maquina grande que rodea, Pues el deseo mio y su fin, cierto Será muy pocos pasos descubierto.
Dije que a don Ramiro va mostrando Las cosas por venir, y la cuadrilla De poderosos reyes que reinando Habían de estar en la leonesa silla, Hasta que sucediendo don Fernando Primero de este nombre, dio a Castilla El antiguo lugar, y dado diestro, Y al rey no principal dejó al siniestro.
Pues ya que en el progreso que narraba Estuvo un breve término callando El sabio, y don Ramiro que esperaba Que lo restante fuese declarando, La lengua libremente desataba Por diversas historias caminando, Y algunas de ellas de esta fuerte toca Que todas, fuera no cerrar la boca.
Ved (dice) el rey Fernando que el primero De Castilla Y León será llamado, Católico, magnánimo, y guerrero, En León, con gran triunfo coronado, A quien debe León perpetuo fuero, Sin el que como a rey les he obligado; Y la ocasión será darle el tesoro Del venerable cuerpo de Isidoro.
Ved este rey Alfonso que teniendo Sitiada a Baeza muy turbado Estará multitud bárbara viendo Que el paso y las espaldas le han ganado, Y el real san Isidro, que queriendo Mostrar que en tal sazón no le ha olvidado Aparecer-le, y prometer-le ufano Que le ha de dar favor su sacra mano.
Mirad que Alfonso terciara su lanza E investirá a los Moros apiñados, Y ellos a él con bárbara pujanza Y andar unos y otros denodados. Veis cual ira el patrón dando esperanza A los cristianos, y por los airados Moros rompe a caballo y desbarata, Pasa, derriba, espanta, hiere y mata.
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Resplandecerá el rostro y los vestidos En lugar de la túnica acerada, Como aquí veis, y dejará vencidos A los soberbios Moros con su espada; Y siendo infinidad de ellos perdidos, Y la tierra de muertos ocupada La dudosa victoria irá ganando Quedando de Baeza el rey triunfando.
Y por memoria de la hazaña honrosa No menos que el provecho de tal día, El rey y su cuadrilla valerosa Vendrá a instituir la compañía De san Isidro y luego con curiosa Obra como el patrón resplandecía Al tiempo que le habló y vino a ayudarle, En un rico pendón hará pintarle.
Ved en este ancho cuadro a don Fernando Segundo de este nombre valeroso, Que será al que Isidoro irá ayudando, Estando en otro trance peligroso; Que en León en su templo estará orando De noche un su devoto religioso, Y le ha de aparecer, y hacer que diga Al rey que hay de los bárbaros gran liga.
Y como parten con furor insano Para en Ciudad Rodrigo hacer estrago Y que él será con él, y soberano Patrón de las Españas Santiago. Y así los vencerá con diestra mano Causándoles mortal y acerbo trago, Crueles muertes, destrucción sangrienta, Conforme aquí señor se os representa.
Veis como el religioso prestamente Irá a decir al rey aquel recado, Que estará a esta sazón en Benavente Del peligroso caso descuidado, Veis, cual se le dará públicamente, Y al rey, que está comiendo, levantado Y sin repreguntar al mensajero, Subir en un caballo muy ligero.
Ved manda a prisa que seguir le quiera Cualquier vasallo, y verdadero amigo; Y así con poca gente su bandera Llegará a vista de Ciudad Rodrigo, Cuando aquella Morisma horrenda y fiera Procurará en el mundo abrir postigo, Y que queden abiertas o partidas Las puertas con gran fuerza combatidas.
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Mirad como el magnífico Fernando En los Moros dará, sin poner duda, Con ánimo a los suyos avisando, Que Dios será y Santiago allí en su ayuda, Y san Isidro que les va mostrando El divino poder, con arma aguda; A esta voz y verle su estandarte Huirán los Moros el furor de Marte.
Al claro nombre de victoria cierta Saldrá la gente de Ciudad Rodrigo Por la poco antes combatida puerta A dar por otra parte en su enemigo; Y las mujeres, que el hervor despierta, Harán en ellos áspero castigo. Con largos palos, y pesados mazos Mostrando fuertes regalados brazos.
Y con lo que el fiel bando brío toma, Y el del bárbaro crudo se le hiela, Sera bajar del cielo esta paloma Que sobre el yelmo de Fernando vuela, Y libremente a cualquier parte asoma Al combatir, romper, y dar de espuela, Hasta que destrozado el barbarismo La tierra cubrirá, y el negro abismo.
Volved acá los ojos, ved cual parte El pendón por Alfonso fabricado Que saldrá de León, y el fiero Marte Irá a buscar de gente acompañado, Y en llegando a los Moros su estandarte El bárbaro poder será asolado; Y pondrá don Fernando en Antequera Por don Iban el segundo su bandera.
Mas dejo ya estas guerras y mudanzas, Que auran por largos tiempos sucedido De tantos don Fernandos, que sus lanzas Estrago harán en bárbaros con ruido, Tantos Alfonsos, cuyas esperanzas Pondrán las más lozanas en olvido Y de otros reyes donde el valor se apura, Como lo va mostrando esta pintura.
Y paso a este nombre soberano Que al tiempo vencerá con sus hazañas De Carlos Quinto emperador de germano, Y poderoso rey de las Españas, A quien ha de temer el otomano Y ha de ganar victorias extrañas, Que los que están en hombros de la fama Serán centellas de su eterna llama.
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Con ojos de Argos, y juicio entero, Ved al monarca que será del mundo El rey Felipe nieto del primero De Carlos Quinto hijo sin segundo, Católico potente, y justiciero En quien ha de parar y estar jocundo El único valor que se desea, Como el aro en la azul piedra ce-vea.
En cuyo tiempo Lusitania fiera Por justa sujeción, y por la espada Volverá a su corona verdadera, De donde antiguamente fue apartada. Sin que valga en Lisboa alzar bandera El rebelado Antonio, ni la armada De portugueses, y franceses petos, Ni públicos favores ni secretos.
Veis el real León, veis el estado En que estará después de la importuna Suerte, que tantas veces le ha tocado, Siendo de España principal columna. No veis su antiguo muro restaurado A despecho del tiempo, y la fortuna, Y lo añadido por la parte llana ¿De alta muralla y fuerte barbacana?
Ved las salidas que darán sus puertas Para gozar del campo y sus riberas, Y los jardines, y cerradas huertas Hermosos caños, y las dos carreras, Las largas vegas de árboles cubiertas, Haciendo hermosísimas hileras, Y de sus claros río las corrientes A quien paso darán tres anchas puentes,
Mirad las torres de León llamadas Y de los reyes el real palacio, Las aguas de su estanque ya acabadas, Que han de ser de singular so-lacio, La galería y salas extremadas, La fuente y patios de cuadrado espacio, Que olvidados los reyes de su asiento Serviráa sus pretores de aposento.
Ved estas plazas, y repartimientos De varias calles, con gentil gobierno, Y grandes casas ricos aposentos Para el verano y encogido invierno, Soberbias torres, firmes fundamentos, Y puertas a lo antiguo, y lo moderno, Sonde se verán patentes los blasones De muchos antiquísimos varones.
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Mira este ejemplo, que será nombrado En todo el universo su edificio; El cual, como aquí veis, será fundado En bel estivo punto del solsticio; Y a él responderá por este lado La cabeza y lugar del sacrificio, Y al occidente con suprema altura La faz hermosa de espaciosa hechura.
Mirad pue su anti-templo suntuoso, Que mueve sobre tres arcos labrados De suma magnitud, y artificioso Ornato, con soberbia obra acabados, De historias de labor maravilloso, Con tres gallardas puertas ocupados Y la de en medio a proporción partida De una ática columna dividida.
Donde veis de bulto con engaste fijo La insigne y blanca imagen de María, Mostrando en brazos a su eterno hijo, Que al alma da consuelo y alegría. Mirad la majestad y regocijo, Que tendrá conociendo al que tenía Sobre el siniestro lado recogido, Que de ella con ser Dios había nacido.
Mueve sobre estos arcos y escultura Este espacioso andén con antepechos Clara-boyados de sutil hechura, Y obeliscos rematas a sus techos. Dos fuertes torres de una igual altura Con mil labores, sus soberbios techos En esta misma parte irán fundadas De ventana-ges ricos adornados.
Sobre este andén, que habéis señor mirado Sale esta arquitectura y se levanta Con un torreón de uno y otro lado De rica talla y escultura tanta. Y tanto de artificio de antorchado, Que con razón este modelo espanta Ahora, y la pirámide que tiene Con que uno y otro a rematar se viene.
Y en su debido puesto en esta frente Un grandísimo espejo irá imprimiendo De admirable invención, y resulgente Con diferentes vidrios repartido. Seguirse ha luego obrada altivamente La anunciación, que nuestro bien ha sido Con esta muy famosa galería De parapetos, y balaustre-ría.
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Entre columnas de extremada s ciencia ¿No veis esta pirámide sacada Con diámetro y gran circunferencia De un transparente lazo acompañada? Y detrás tres figuras la excelencia Con que será en efecto rematada, Y ocupa el frontispicio, y le da lustre El rampante león blasón ilustre.
Más dejad estas vendad exteriores Con la correspondencia, y armonía De sus gallardas puertas y labores, Gárgolas, y importante estribe-ría, Espejos, esculturas, miradores, Y las escalas limacas que había, Pirámides, mortidos, y arbotantes En número y efecto semejantes.
La vista en las dos naves sea ocupada Que irán cual veis en latitud iguales, Y en la que por el medio va ensalzada Sobre los hombros de las laterales Donde la regla de Euclides memorada Las ha de componer y dejar tales Que subiría a su punto verdadero El ingenioso número tercero.
Ved que estas naves al crucero vienen, Y el medio del que mueve en la firmeza, De los cuatro torales que sostienen La máquina del templo y su grandeza, Y todas las más partes, que contienen El espacioso cuerpo, y la cabeza Con el rico trascoro y hornacinas, Andenes, y vidrieras cristalinas.
Este coro mirad cuadrangulado Por todas cuatro bandas descubriente Y de las laterales abrazado, Y un triunfal arco en el crucero abierto, De piedra hermosísima labrado, Con obra extraña y singular concierto, Y al lado de las sillas dos balcones De peregrina traza, e invenciones.
Estas portadas y arcos ved labrados Que están en la mayor capilla opuestos, Y encima dos sepulcros relevados En forma oval, y de una caja puestos De real obra, y oro fabricados, Y de arte extremadísima compuestos Que los cuerpos tendrán, cual veis a escrito, De san Pelayo obispo, y san Alvito.
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Ved en el altar mayor suntuosamente El cuerpo del obispo san Froilano En una arca de plata refulgente De imaginiería hecha, y de romano, Sacro patrón de la leonesa gente, Y natural del término asturiano, Monje Benito, cuya esclarecida Virtud le honró en la muerte y en la vida.
Volved los ojos a este enterramiento Formado a las espaldas del trascoro En un proporcionado encasamento Con esculturas y remates de oro, Donde de bulto estará cabe el cimiento Ordoño destrucción de tanto Moro, Y fundador del peregrino templo Mostrando de humildad un raro ejemplo.
La vista a aquellas puertas revolviendo Notad por medio un arco dividido, Al cual por cinco gradas van subiendo De escultura riquísima ceñido, Y una columna de oro sosteniendo Esta en la división, que he referido A la señora nuestra inmaculada Que del Dado ha de ser intitulada.
Por que delante de esta y su precioso Hijo que está en sus brazos reclinado, Un blasfemo tahúr facineroso Que con otros como el aura juzgado, Con mano infiel, y corazón furioso Los dados tira, y con el uno ha dado Al bulto de Jesús tras un oído, Del cual (como aquí veréis) sangre ha vertido
Considerad el claustro a los tres vientos Del gran septentrión, con los efectos Que van haciendo los repartimientos De aquellos cuatro ángulos perfectos, Y cimas de oro en bajo encasamientos, Ricas capillas grandes parapetos, Que en todo irán mostrando sus labores Ser entre las del orbe, las mejores.
Dejemos esto, y ved hacia el poniente Donde será el templo y casa celebrada De san Isidoro el real, que ricamente De Hernando el Magno quedará dotada, Y al gran rey don Alfonso con fe ardiente Hacer que sea su iglesia consagrada Y en la mayor capilla, en arca de oro Resplandecer el cuerpo de Isidoro.
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Mirad al diestro y su siniestro lado Que estará en estas cajas bien labradas De san Vicente el cuerpo venerado, Y otras muchas reliquias celebradas, Y el sacramento en medio levantado Dentro de dos custodias extremadas, No tras llave metido, ni encubierto Sino continuamente descubierto.
Ved esa otra capilla de camino, Que en ella estará el cuerpo recogido Del gran fiero de Dios santo Martino, Que cerca de León será nacido, Canónigo reglar de este divino Isidoro, que le dio, y el ha comido Un libro con que alcanza gracia infusa, Y en su vejez las sacras letras usa.
Ved en bajo del coro esta capilla Sobre trece columnas jaspeadas Toda ella de pintura muy sencilla, De madera las rejas fabricadas, Donde estarán de León y de Castilla Diez reyes, siete reinas extremadas, Y diez t siete infantes sepultados En túmulos de piedra mal labrados.
Mirad donde san Marco el suntuoso Templo tendrá, y soberbia delantera, Y como saldrá del su religioso Convento, trasladado a la Calera Por orden del monarca poderoso, Dejando el hospital que está de fuera Para hacer limosna a peregrinos, Franceses, alemanes, y latinos.
Triste a León por tal mudanza veo Que vendrá cuando viva más segura, Viendo la antigua casa y sacro arreo En otra parte dar nueva hermosura, Que la limosna a gusto del deseo Y bienes expendidos con cordura, Y, autoridad, que pierde en ser mudado No le puede dejar de dar cuidado.
Mirad (esto dejando) a san Marcelo Parroquia antigua, por su santo rica, Y a san Claudio en más ancho y largo suelo Que de nuevo cual vaya se reedifica, Donde están los tres hermanos, que con celo De caridad su sangre testifica, Que del martirio tienen la corona, Y a poco trecho veis a santa Nona.
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Y aquí aunque distante es frente a frente Dos templos gozará este trio hermoso Uno de un noble santo descendiente Del claro origen del bretón famoso, Y otro del que será de humilde gente En todo el orbe un capitán glorioso, Y aquí se fundará otra casa y templo De raro estudio y de valor ejemplo.
También en la ciudad y en arrabales Aura muchas iglesias bien servidas, Sin los templos de monjas principales De gran clausura y religiosas vidas, Y ermitas cofradías y hospitales Donde serán varias gentes socorridas, En las necesidades que padecen Y en los ásperos males que se ofrecen.
Mirad este concurso en esta parte. A donde tendrá san Marcos su edificio, Y la caballería y estandarte Que se ejercitará en belicoso ejercicio, Y el bravo son del respirar de Marte El palio, correrán con regocijo, En conmemoración del justo pago, Debido al día del patrón Santiago.
Ved después de esto la famosa fiesta Que será en vuestro tiempo comenzada Con gran memoria de la empresa honesta Que hoy por vos Ramiro fue alcanzada La cual con voto justamente puesta El día de la asunción será observada, De la madre de Dios mediado agosto Como se muestra en este encaje angosto.
A cuyo memorado y santo día Congregados los grandes y menores, En la iglesia mayor con alegría Y música darán a Dios loores. Rompiendo por la ilustre compañía Con ronco son de antiguos a tambores Ganados a Almanzor y sus banderas Cuarenta hermosas niñas Cantaderas.
Que por el templo en orden concertado Por una parte y otra irán danzando Con tanto estruendo que aunque aquí a mi lado Sin ser formado el son me está tocando, Y todo corazón alborozado Aquel confuso ruido ira alegrando, Que les ha de ir trayendo a la memoria La libertad que dio vuestra victoria.
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Ved las de san Marciel entrar al coro De brocado riquísimo vestidas, Al viento suelto su cabello de oro, Que a todas las demás son preferidas, Y en el claustro ofrecer un grueso toro, (Siendo con gran aplauso recibidas) A la reina purísima del cielo refugio universal de todo el suelo.
Veis acudir al ruido de la fama Y por la devoción, diversa gente, Que aquella a esta, y esta a aquella llama Para hallarse en la fiesta alegremente, Mirad los bravos toros de Jarama Que allí se correrán, y atentamente Notad tanta ventana y corredores Llenos de hermosas damas y señores,
Veis agudas garrochas que empleadas Dejarán en los toros los peones, Y jinetes darán crudas lanzadas Y otros emplearán los garrochones, Y a l son de instrumentos concertadas Las cuadrillas, entrar con sus pendones, Ricas libreas, mucha gallardía Y con las cañas se acabará el día.
Aquí acabó Leónido, y el momento Las ninfas a su música tornaron, Sol-tose el agua, desmando-se el viento, Y a resonar las hojas comenzaron, Y a don Ramiro cuando más atento Al uno y otro estaba despertaron; El cual sin saber como se ha hallado Siguiendo aquel alcance comenzado.
Entre el príncipe Ordoño y don García Su amado, fuerte y valeroso hermano Que cada uno de ellos discurría Sin hacer con su espada golpe en vano, Y toda la extremada compañía De León, Vizcaya, y sitio castellano, Que van por todas bandas denodados De sangre ajena y propia rubricados.
Que (como he dicho) ningún Moro espera, Vencidos del temor del gran Santiago, Que tras ellos mostraba su bandera En aquel día a Moros aciago, Hasta que el monte, el llano, y la ribera Quedó cubierto de mortal estrago, Y desapareció, y dejando el suelo Rompiendo por los aires sube al cielo.
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Iban pues los cristianos tan cebados En acabar la bárbara canalla, Que los caballos eran alcanzados Por los que a pie crujiendo van la malla, Y con gran crueldad despedazados En el discurso de gran batalla, Setenta mil quedaron de esta guerra, Cubriendo en cualquier parte aquella tierra.
Abderramán salió de aquel estrecho, Cual referí, por uña de caballo; Y Abenlope partió herido el pecho Procurando en su trance no dejarlo. Abencain reconociendo el hecho Peligroso, acordó de rehusar-lo; Y así con los demás se ha socorrido Del huir, que a los menos ha valido.
En esto Ores el campo atravesando Atónito de ver tanta matanza La libertad y vida procurando, Con gran temor y poca confianza, Encontró a Ambroz en vano suspirando El cuerpo roto de una cruda lanza, Y a Buceres del todo ya perdida La sangre, juntamente con la vida.
Y al pasar (como el tiempo dio parejo) Dijo, no has visto Ambroz lo que ha costado Seguir al rey de mozos el consejo, Dejando al viejo Ores menospreciado Que siguiendo las armas se hizo viejo ¿Después de tantas veces aprobado? Levanta te y reparte de esta guerra Las hermosas doncellas en tu tierra.
Entre los nudos de la acerba muerte, Ambroz ha sus sus razones entendido, Y aunque la vida por la llaga vierte, Volcándose sobre ella ha respondido: Yo muero peleando como fuerte Cual ayer fue de todos conocido, Y hoy por no huir cual tú, temprano Muero, tan mozo, y tu has llegado a anciano.
De Ores, estas palabras traspasaron El corazón en el honroso pecho, Y todos sus temores caminaron De ente aquel duro y sanguinoso estrecho; Los pies en los estribos se afirmaron Las riendas vuelve, y se lanzó derecho Por donde vió la gente bautizada Venir con más furor amontonada,
Diciendo con la furia que le enciende, No es bien que sin razón y sin justicia Tu alma Ambroz allá donde diciendo,Me pueda condenar por tu malicia. haber si es falso mi valor atiende, Del cual pudieras ya tener noticia, Y lleva de esta hazaña valerosa Las nuevas a la tierra tenebrosa.
Hablando así con algazara fiera Por las cristianas armas se ha arrojado, Y antes que entre ellas desfallezca y muera Rotas por muchas partes han quedado. Al fin llegó su hora postrimera, Y el cuerpo en negra sangre revolcado Quedó, y el alma parte al rey no triste, A donde el llanto y dolor eterno asiste.
FIN DEL SEGUNDO LIBRO.
TABLA DE ALGUNAS COSAS MÁS SEÑALADAS que este libro contiene, continuadas por el abecedario.
A
Astorga, antiguamente Astiria. - folio 13.
Asalto general que dio Tarif a León. - folio 181.
Asalto que dio a la ciudad de León el rey don Pelayo. - folio 277.
Arvas y Dalva capitanes romanos van contra Curieno. - folio 34.
Arvas romano y Batardo ganaron y quemaron el castillo de Curieno. - folio 62.
Armas y blasón de los Godos.- folio 157.
Armas y blasón de León guardadas por Ana en la rendición de España. - folio 195.
Ana, valerosa dama leonesa da el escudo de las armas de León al rey don Pelayo. - folio 284.
Alvelda, lugar donde hizo alto el rey don Ramiro el primero. - folio 305.
Abderramán vencido por don Ramiro. - folio 345.
Ana, dama leonesa defiende por armas su casa a los Moros. - folio 193.
B
Batalla de Curieno y Canioseco montañeses. - folio 25.
Batalla de Arvas con los montañeses. - folio 66.
Batalla de Curieno y Rolando. - folio 145.
Batalla de Covadonga entre don Pelayo y los Moros. - folio243.
Batalla famosa de Remolina. - folio 269.
Batalla primera de Abderramán y el rey don Ramiro; en la cual fue roto y desbaratado cerca de Clavijo. - folio 316.
Bandera del señor de la casa de Villalobos librada de la batalla y puesta en Clavijo. - folio 327.
C
Costumbre de romanos de celebrar los nacimientos de sus emperadores. - folio 35.
Curieno montañés se rebela contra los romanos. - folio 18.
Castrio, gallego en defensa de León. - folio 180.
Cuerpo de san Floriano trasladado en Valdecesar. - folio 365.
Cuerpo de san Pelayo llevado de León a Oviedo. - folio 355.
Casa de san Marcelo. - folio 60.
Canioseco y Hermio dan en una cruda celada de romanos. - folio 143.
Cerco de León por el rey don Sancho y navarros y castellanos. - folio 350.
Consejo del rey don Ramiro sobre la libertad de las cien doncellas. - folio 295.
Concilio que hizo en León el rey don Alfonso el quinto. - folio 354.
Capilla de los reyes en san Isidoro el real de León. - folio 363.
D
Damas de León alabadas. - folio 154 y 155.
Decreto de los romanos, en que proveyeron que los españoles no edificasen en lo alto, y la razón porqué. - folio 4.
Destrucción de Sublanciaflor, y determinación valerosa de san Marcelo. - folio 59.
Don Pelayo coronado en León por rey. - folio 286.
Don Ramiro siguiendo a Abderramán, llegó al valle de Leónido. - folio 346.
Deogiano tribuno de la legión Trajana, y presidente de Galicia. - folio 117.
Don Guillén se señala estando enfermo sobre el muro de León. - folio 356.
Descripción de León. - folio 36.
Descripción de la iglesia mayor. - folio 62
Descripción de León por el primero Almanzor rey de Córdoba. - folio 356.
E
Ezla río. - folio 4.
Español que se señaló en el asalto de Sublanciaflor. - folio 7.
Españoles señalados en el asalto de León. - folio 78, 279 y 281.
Ermitaño cuenta al rei don Pelayo el martirio de san Vicente, abad de san Claudio de León. - folio 203.
Embajada del rey Abderramán sobre el tributo de las cien doncellas. - folio 299.
Embajadores llevan mala respuesta del rey don Ramiro a Abderramán de Córdoba. - folio 305.
Enibala rey de Zaragoza. - folio 333
Ebro río. - folio 313.
Eruega río. - folio 313.
Engaño que hicieron los leoneses al rey Almanzor y a su gente. - folio 353.
F
Fundación de León por los romanos. - folio 14.
Fundador y fundación de la iglesia mayor de León. - folio 351.
Fiesta de nuestra Señora de Agosto. - folio 366.
Fortunato tribuno de la legión Trajana, y presidente de Galicia. - folio 18.
Fuero de las cien doncellas. - folio 387.
Florios se echó de la muralla de León, con dos Moros abrazado. - folio 188.
G
Gallegos en socorro de León. - folio 172.
Galvarito ciudadano leones. - folio 181.
Getacino bárbaro valiente. - folio 227.
H
Hermio gallego rompe solo la caballería de los romanos. - folio 130.
Hilgib Almanzor vino sobre león. - folio 351.
I
Isla abad de san Marcelo trasladó su cuerpo de Tánger en León. - folio 292.
Invocación primera de Santiago en España. - folio 342.
L
Llanto de santa Nona, y su muerte y de su hija. - folio 122.
León ganado de los Moros por el rey don Pelayo. - folio 177.
Leoneses que se descuelgan del muro de León contra los Moros. - folio 175.
Libia hechicera famosa. - folio 217.
Llanto de las doncellas que esperaban ser llevadas a los Moros. - folio 290.
Linajes de León. - folio 323.
León destruida por Almanzor. - 358.
M
Marcelo preso en la fiesta imperial. - folio 53.
Marcelo es llevado a Tánger. - folio 85.
Marcelo sentenciado a ser degollado, y su martirio. - folio 88.
Martirio de Fausto, Marcial, y Januario. - folio 98.
Martirio de san Servando y Germanio. - folio 103.
Martirio de san Facundo y Primitivo. - folio 106.
Martirio de Emiterio y Celidonio. - folio 114.
Martirio de san Claudio, Lupercio y Victorico. - folio 117.
Muerte de Barcio de Minerva. - folio 213.
Milagro que sucedió en san Claudio de León al Almanzor. - folio 355.
Milagro de nuestra Señora del Dado. - folio 365.
Monasterio real de san Isidro, y cuerpos santos que en él están. - folio 365.
Monasterios de León. - folio 366.
Muerte de Ores. - folio 368.
N
Nombres de los doce hijos de san Marcelo. - folio 95.
O
Orcilla capitán romano muerto y su caballería por los montañeses. - folio 232.
P
Porma río. - folio 4.
Pico de Sublanzo. - folio 13.
Polma profetiza el suceso de los romanos y destrucción de España. - folio 151.
Pelayo escoge mil hombre y con ellos se mete en Covadonga. - folio 239.
Pelayo pone cerco sobre León. - folio 146.
Pendón de san Isidro sobre Antequera. - folio 161.
Porcio de Minerva anima a que se defienda León. - folio 171.
Porcio de Minerva se señala valerosamente en la defensa de León. - folio 171.
R
Rebelión de los españoles contra los romanos. - folio 2.
Resistencia que hicieron los de Sublanciaflor a los romanos. - folio 5.
Robo de Polma montañesa. - folio 21.
Reconciliación de Curieno y Canioseco. - folio 33.
Rolando romano. - folio 38.
Razonamiento de san Marcelo en la fiesta imperial. - folio 49.
Reencuentro de Barcio de Minerva con los Moros. - folio 173.
Resistencia que hizo Barcio de Mimerva a los Moros. - folio 175.
Rencuentro de los Moros y montañeses argollanos. - folio 233.
Razonamiento que hace el rey don Pelayo a los españoles que con él se hallaron en el monte Useva. - folio 240.
Regocijo por la victoria que tuvieron de los cristianos los Moros de Abderramán en Clvijo. - folio 333.
Reyes sucesores del rey don Pelayo hasta el rey don Ramiro primero de este nombre. - folio 287.
Reyes de España canónigos de León. - folio 350.
S
Sublanciaflor. - folio 4.
San Isidro trasladado en León. - folio 358.
San Isidro socorre al rey don Alfonso, y gana a Baeza. - folio 358.
San Isidro socorre al rey don Fernando el segundo en Ciudad Rodrigo. - folio 359.
Sitio de León. - folio 23.
Sentimiento del rey don Ramiro viendo se desbaratado de los Moros. - folio 331.
Santiago aparece en sueños al rey don Ramiro. - folio 333.
Santiago socorre al rey don Ramiro. - folio 340.
Señor de la casa de Villalobos canónigo de León. - folio 350.
Sucesión de los reyes de León desde don Ramiro el primero. - folio 346.
T
Trimegisto rey Egipciano fundador de Sublanciaflor. - folio 5.
Torío río. - folio 234.
Templos de León. - folio 365.
V
Visión que apareció a los romanos que destruyeron a Sublanciaflor. - folio 10.
Vernesga río. - folio 13.
Vasa de mármol que está en san Isidro el real. - folio 16.
Victorias de Canioseco y Curieno contra los romanos. - folio 67.
Valor y fortaleza del leonés Barcio de Minerva. - folio 171.
Victorias del rey Pelayo. folio 248.
Voto que hizo León por la victoria de Clavijo de las Cantaderas. - folio 350.
Z
Zurbatelo africano rompe por fuerza las puertas de León. - folio 174.
Zafira esposa de Zulemalo libra de la muerte. - folio 259.
Zuiquemio bizarro mozo romano. - folio 37.
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